miércoles, 27 de julio de 2016

Alicia Genovese - Fragmentos sobre poesía



Escribir poesía es negar el lenguaje como maquinaria que se coloca en piloto automático e impide acercarse a la compleja singularidad que plantea la experiencia con lo real.



La palabra poética, por más radical que sea el descondicionamiento del lenguaje que su autor persiga, no deja de ser comunicante; una comunicación que es resonancia de la lengua instrumentalizada (objetiva) y también, o sobre todo, eco de un ensimismamiento, de un diálogo interno, de un exilio.



El poema no se preocupa por explicar lo percibido, lo tensa.



En la brevedad del poema, el sentido literal se abre, en su simbolización, hacia ese otro o esos otros sentidos que lo rondan en su espacio fantasmático. El enunciado del poema construye así su diferencia frente a los enunciados del mundo de la instrumentalidad comunicativa unidireccional.



Más allá de la elección estética de quien escribe, de la destreza que haya adquirido en el manejo de procedimientos literarios, donde distinguir el tono y construir el ritmo son parte de su práctica y su arte, hay en la creación poética un sentido de afinación que se enlaza a una subjetividad, a su capacidad de entrega y a la relación siempre única que cada persona establece con las palabras.



El ritmo del poema es un pulso, un sistema nervioso armado con el lenguaje. Es movimiento y, como tal, una dinámica; el tono, en cambio, es una química, una densidad que permea las palabras, un aire, una atmósfera: un vapor o un fluido.



Simetría y asimetría, recurrencia y ruptura, armonía y disonancia, repetición y diferencia conforman el trayecto de un poema: su oleaje; construyen los movimientos de avance de su masa verbal y los matices de su sonoridad.



De Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco (FCE, 2011)

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