jueves, 28 de julio de 2022

Eugenia Almeida - Algunos fragmentos sobre la escritura

 


Escribir es un acto de fe. Fe en el lenguaje (una fe mil veces destruida y vuelta a levantar), fe en que existe una posibilidad de encuentro.



Comenzar a escribir tiene que ver con el deseo. Continuar escribiendo, no.



¿Cómo escribir?

Oír esa pregunta mil veces.

Mil veces.

Una y otra vez.

La única respuesta que encuentro es escueta y seca. Suena a fastidio. Pero es sólo la desesperada transmisión de una verdad tan simple que desorienta: no hay otra forma de escribir que escribiendo. Todo lo que tiene de potencia la escritura es algo que sucede mientras. No antes ni después. Sólo en ese momento.



Se escribe con el cuerpo. No se trata de una actividad mental.

Se escribe con la espalda, las manos, los ojos, la nuca, las piernas.

No hay que olvidar eso: cada vez que hay escritura, es un cuerpo el que escribe.



Escribir es estar en actitud de búsqueda sin orientarse hacia ningún objetivo. Estar despiertos, alertas, abiertos. ¿A qué? A todo. Ser sismógrafos de los más mínimos movimientos.



La vieja frase “dueño de lo que callas, esclavo de lo que dices”. Una falsa oposición. No nos pertenecen ni las palabras ni los silencios. Nos atraviesan.



Escribir implica habitar intensamente el tiempo presente. Poner el cuerpo en actitud de completa entrega.



Lo que me puede salvar es la escritura. No por lo que quede escrito. Nunca. Eso carece de toda importancia. Lo que me puede salvar es el gesto, el pequeño ritual que me recuerda quién soy y al desplegarse dice que quizás aún no es tiempo de subirse al tren de la noche.




De Inundación (Ediciones DocumentA/Escénicas, 2019)