jueves, 24 de noviembre de 2016

Paul Hoover - La canción del conductor


Nunca llegaré a Danville, Ohio,
distante y solitaria Danville.

Carro negro, luna pequeña,
en el asiento trasero la cerveza.
Porque olvidé todos los caminos
nunca llegaré a Danville, Ohio.

En las llanuras, a través de Indiana,
donde también estuve solo.
Carro negro, luna amarilla.
Mi padre muerto me observa
desde la ventana de arriba.

Qué camino más largo desde California
y en qué coche más rápido–
invisible para el alma.

Más allá veo a la muerte moviéndose lenta en el camino.
Sé que tocaré su vestimenta
antes de que jamás llegue a Danville, Ohio.

Distante y solitaria Danville.


De En el idioma y en la Tierra (Práctica mortal, 2012)
Traducción de María Baranda

lunes, 21 de noviembre de 2016

Kurt Folch - Canción de amor


"this kind of love, I’m so sick of it"
B. Dylan


Este es un día excelente.
Los perros se aparean.
Las muchachas llevan el pelo recién lavado.
Los ancianos arrojan migas de pan a las palomas.
Las palomas son bichos horribles.
Los niños corren entre los árboles
(una niña practica la posición invertida, allá, ves?).
Este es un día excelente.
Hay parejas tendidas en el pasto
pegajosas de transpiración y saliva.
Hace calor.
Es primavera.
Los adolescentes beben
y fuman a la sombra
su risa es insoportable.
Este es un día espléndido.
Luz de cerveza al sol
y espigas tiernas
y dorado pelo de turista.
Los perros olfatean los árboles.
Los ancianos nos miran con
absoluta desconfianza.
Me cuesta recordar tu rostro
una lástima.
Este es un día excelente
todo limpio y exacto.
Es agradable, a veces
salir a estirar las piernas
escarbarse los dientes al sol
ver a toda esa gente saludable
hablando de cosas que no entiendo.
Este es un día excelente.
Las fuentes de soda están repletas.
Mi rostro es horrible.
Es primavera.
Podrías usar tu vestido favorito
con pequeñas flores estampadas.
Este es un día perfecto.
Un niño mira su reflejo en un charco.
El aire es cálido.
Las señoras pasean a sus perros.
Hay tantos niños y gritos
y papeles en el suelo
y besos y el camión
que aplasta al ciclista
(lo vimos todo de muy cerca).
Es un día excelente
perfecto y brillante
duro y sin pelos.
Descienden los dioses de hace mucho
y no encuentran ninguna muchacha
sobre quien caer
como lluvia de oro
u otra cosa menos delicada
un toro o un pájaro de rapiña, por ejemplo.
Sí señor, es un día espléndido
lleno de augurios astrológicos
en cada diario y revista.
Los gatos no nos prestan atención.
Gajos de uva se pudren junto a la cuneta.
El cielo es azul
y enrojece.
Vuelo de palomas entre los edificios.
Qué día.
Qué clima.
Temperatura de sábanas sucias y suaves.
Losa dejada en casa sin lavar.
Vieja luz de sol
que no deshace ningún miedo.
Tu rostro es hermoso
son hermosos tus dedos
tus orejas, tu pelo lavado
y cepillado, esa mancha de pintura
en el chaleco, tus nervios destruidos
tus movimientos de pequeño ciervo
escapando entre los árboles.
Qué día más precioso
delicado y breve.
Dan ganas de tantas cosas 
las de siempre.
Estoy cansado, satisfecho
feliz. Trabajo o simulo trabajar.
No logro precisar lo que quiero decir.
Soy derrotado
como cosecha bajo el granizo.
Qué digo, granizo!
si este es un día de sol
y aire que seca la ropa tendida
en un par de horas.
Qué haremos después?
Qué haré contigo?
Dónde iremos cuando oscurezca?
Este es el día que esperábamos
para hablar de tantas cosas
que olvidaremos pronto
o nos arrepentiremos de decirlas.
Es gracioso
y triste también
una tristeza agradable en todo caso
acorde a nuestra autocompasión.
Un día espléndido.
Las mujeres se ven indefinibles.
En este día soleado
todo parece absoluto
inmodificable
ideal para rascarse, para aburrirse
y hacer el muerto
como un perro entrenado.
Tras de ti venía un ejército de ratas
montones de flores para decorar los jarrones del templo.
Volvamos
volvamos, se hace tarde
volvamos a encender la luz
a poner la tetera
volvamos.
Pero aún queda suficiente luz.
Esperemos un poco más, para ver
la desordenada retirada
de toda esta infantería de domingo.
Debemos ser cuidadosos y no ofenderlos
Dios está de su lado (o eso dicen).
Esta es un día fantástico y formidable.
Las panaderías se llenan.
Nubes comienzan a expandirse en el cielo.
Sirenas de ambulancias
alarmas de autos.
Esta madrugada, ante el espejo
no pude recordar para qué encendí la luz
qué buscaba
qué estaba pensando
o qué iba a decir.
Este es un día espléndido.
Somos libres 
Dios nos ha abandonado. 
Este es un día excelente. 
Ayer me dejaste solo 
entre borbotones de risa 
de gente con la que no tengo confianza 
gente que te conoce de antes 
de una época que temo. 
Permanecí junto a la mesa. 
El ventanal estaba abierto 
(por el humo de los cigarros). 
Sentía frío y fui dócil
y humilde. Fui lo peor que podría ser. 
Yo te amaba
porque cada domingo
eras la muchacha más hermosa en la iglesia 
porque todo en ti era recto y leal 
por tu forma de cantar y reír y bailar. 
Te amé y establecí sólidamente en mi corazón 
un refugio para ti (colgué tus dibujos 
puse tus fotos) para que sacaras 
todo lo que necesitaras o desearas. 
No me arrepiento, es solo que a veces 
un peso extraño se aloja en mi pecho 
una pena sólida y oscura.
Este es un día excelente. 
En tiempos de miseria 
la rata habita el corazón del hombre. 
Ya no espero encontrar nada 
en los ojos de nadie 
Este es el día perfecto
para lucir bien afeitado 
vestido con las mejores ropas 
(camisa blanca recién lavada
pantalones oscuros) de pie al sol 
con un vaso en la mano
beber, mirando y escuchando lo que sucede
(cómo nuevamente se aproxima una rata hacia ti, por ejemplo) 
y sin embargo sonreír.
Ser cínico.
Recuerdo que ayer dijiste
que no podías ver el mar 
estaba todo oscuro 
y hacía frío. 
Estabas aburrida y cansada. 
Volvamos a casa —dijiste—. 
Hoy es primavera. 
No sabemos dónde ir. 
He olvidado mis oraciones. 
Los árboles son hermosos. 
La luz del sol es vieja. 
No creo que pueda consolarte 
ya no tengo cantos de alabanza 
cantos de alabanza para ti.


De El decir y el vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente (Filodecaballos, 2005)

martes, 15 de noviembre de 2016

Cuatro poemas de Claes Andersson



Bajo el esplendoroso verdor del abedul
Entre resplandecientes lilos en flor,  en medio de una nube
De mosquitos está tumbado un hombre ilustrado leyendo:
Introducción a la teoría económica del marxismo
Siente el profundo aroma del abedul
El intenso perfume de las lilas lo adormece
y se queda dormido, con el libro
debajo de la cabeza, el inmenso sueño
en el corazón
Cuando despierta ya es otoño
El abedul amarillea, las lilas están marchitas, los mosquitos
han muerto de frío, los explotadores han engordado
Él sigue leyendo donde se había quedado.




Cuando nací Helsinski era una ciudad
de tamaño medio con calles de cantos rodados
Unos años después estalló la guerra
Yo acababa de aprender a callarme
Tras los bombardeos había señoras ancianas
esparcidas por las calles   Trataban de matarnos a todos
No había orden alguno
Una de las noches rabiosas en las que todo se volvía negro
me bajó mi madre al refugio
Después desapareció, ella no tenía ojos
Hacía frío y humedad y oscuridad
Se notaba en los pulmones
Allí había una puerta de hierro que estaba prohibido abrir
Cuando cerré los ojos la casa se transformó
en un columpio de tela de araña donde colgaban
todos los muertos de largas cuerdas en el pasillo del sótano
Justo cuando cayó una bomba allí cerca se estaban abrazando mamá y papá por última vez
como en una película no tolerada para menores
Las sirenas de alarma se habían vuelto locas, se me metían
en los oídos a través de los tapones
Papá nunca estaba allí aunque yo no pensaba en ello
Bajaba a mi gato blanco al sótano   Estuvimos allí
tanto tiempo que se quedó ciego y escapó
Alguien lo encontró con la cabeza destrozada en un cajón
donde ponía Papel de periódico
Lo reconocí, claro, comprendí que
no se podía confiar en nadie
No lloré, estaba completamente seco
Me pareció despegar de mí mismo y me vi
a mí mismo caído allí sin cabeza
Mantuve la respiración hasta que mi gato se recuperase
No lo conseguí
Mis pulmones eran inservibles, pronto iba a morir
Vivíamos en el agua bajo la capa de hielo
Yo era un niño tranquilo, les destrozaba la cabeza
a las ratas con mi fusil de aire comprimido
Era demasiado molesto respirar
Algo se movía como un péndulo de un lado al otro
en el fondo del agua
Parecían los restos de un niño pequeño
con pantalones de golf que se había quedado helado bajo el hielo




Una persona congelada no se debe
            descongelar demasiado a prisa
Las células se desbordan, las paredes se rompen,
            el corazón se para.
No pongas nunca a una persona congelada
en el microondas.
Ponla en una cama dura en una habitación
            que dé al norte, abre todas las ventanas.
No le des mantas ni almohadones,
            lo que necesita es dureza.
Cuando empiece a pedir agua a gritos, échale
            unos trozos de hielo.
Cuando tenga hambre, unas cortezas de pan.
No estés demasiado tiempo en la habitación
            para que no te coja afecto.
Necesita soledad, aislamiento.
Dale para abrigarse un trozo de tela basta.
Cuando por fin haya recobrado algo de su calor
            te hablará de paisajes de una
                        particular belleza y esterilidad.
Esto lo saben todos los exploradores polares, los alpinistas
   los sin techo y los médicos de cuidados intensivos.




Caso 232

Dónde vamos a dormir esta noche
Dónde vamos a calentarnos las manos moradas de frío esta noche
Si se es dos se está algo más caliente
Nos apretamos el uno contra el otro
Nos calentamos uno al otro las manos entre las piernas
Adviérteme si notas que te estás muriendo
Porque entonces te llevas todo mi calor y me despierto helado



De Poesía Nórdica (Ediciones de la Torre, 1999)
Traducción de Francisco J. Uriz

jueves, 10 de noviembre de 2016

Cuatro poemas de Raymond Carver



LOS SALMONES SE MUEVEN DE NOCHE

Los salmones se mueven de noche
salen del río y entran en la ciudad.
Evitan las plazas con nombres
como Foster's Freeze, A & W, Smiley's,
pero nadan juntos por la zona
de las casas de la Wright Avenue donde a veces
en las primeras horas de la mañana
los oyes intentarlo con las perillas de las puertas
o tropezar con el cableado de la televisión.
Los esperamos levantados.
Dejamos abiertas las ventanas traseras
y nos avisamos al oír el primer chapoteo.
Cada mañana es una decepción.



UNA CONCESIÓN

O esto o ir a cazar linces
con mi amigo Morris.
Intentar escribir un poema ahora a las seis
de la mañana o correr
detrás de los perros de caza con
un rifle en las manos.
El corazón dando brincos en su jaula.
Tengo 45 años. Sin ocupación.
Imagina qué lujo de vida.
Intenta imaginarlo.
Puede que le acompañe si va
mañana. Pero puede que no.



EN SUIZA

Lo primero que hay que hacer en Zurich
es subirse al tranvía n° 5 del Zoo
y bajarse al final del trayecto.
Nos habían avisado de los leones.
De cómo se oían sus rugidos
procedentes del recinto del zoo
en el cementerio Flutern.
Allí paseo por
el sendero tan bonito
que conduce hasta la tumba de James Joyce.
Siempre tan familiar, esta aquí
con su esposa Nora, cómo no.
Y su hijo, Giorgo,
que murió hace unos años.
Lucía, su hija, su penitencia,
aún vive, confinada
en un sanatorio mental.
Cuando recibió la noticia
de la muerte de su padre, dijo:
¿Qué hace bajo tierra ese idiota?
¿Cuándo va a salir?
Nos está observando todo el tiempo.
Me quedé un rato. Creo
que le dije algo en voz alta al señor Joyce.
Debí de hacerlo. Creo que lo hice.
Pero no recuerdo qué
y ahora tengo que dejarlo así.

Una semana después, partimos
de Zurich hacia Lucerna en tren.
Pero aquella mañana temprano tomé
una vez más el tranvía n° 5
hasta el final de la línea.
Los rugidos de los leones se precipitaban
sobre el cementerio, como la otra vez.
Habian segado el césped.
Me senté un rato en él y fumé.
Me gustaba estar allí,
junto a la tumba. Esta vez
no dije nada.

Aquella noche nos jugamos algo de dinero en los tapetes
del Grand Hotel Casino
a orillas del lago Lucerna.
Mas tarde asistimos a un espectáculo de striptease.
Pero, ¿qué podía hacer con el recuerdo
de aquella tumba
en pleno espectáculo, asaltándome
bajo la débil luz rosa del escenario?
Nada.
O con el deseo que surgió luego,
llevándose todo lo demás
como una ola.
Después nos sentamos en un banco
bajo las estrellas y unos cuantos tilos.
Hicimos el amor,
buscándonos entre las ropas.
A unos pasos del lago.
Luego metimos las manos
en el agua fría
y volvimos al hotel,
felices y cansados, dispuestos a dormir
ocho horas.

Todos nosotros, todos nosotros, todos nosotros
intentando salvar
nuestras almas inmortales, por caminos
en algún caso más sinuosos y misteriosos
aparentemente
que otros. Estamos
pasándolo bien aquí. Pero con la esperanza
de que todo será revelado pronto.



BAJO UNA LUZ MARINA CERCA DE SEQUIM, WASHINGTON

Se veían ya los campos verdes. Y las casas altas y blancas
de las granjas tras las marismas que había dejado la marea,
y aquellos pequeños cangrejos de arena
preparados para echar a correr o darse la vuelta si
levantábamos la piedra bajo la que Vivían. La languidez
de una tarde tranquila. La belleza de conducir
por aquella carretera local. Hablando de París, nuestro París.
Entonces encontraste aquel pasaje en el libro
y me leíste algo sobre Anna Ajmátova y
Modigliani,
sentados en un banco de los jardines del Luxemburgo
bajo su enorme paraguas negro,
recitando a Verlaine. Ambos 4
“aun intocados por su futuro”. Entonces
en un prado vimos
a un hombre joven desnudo de cintura para arriba con los pantalones
remangados, como un antiguo remero. Nos miró sin curiosidad.
Se quedó allí mirando con indiferencia.
Luego nos dio la espalda y siguió con su trabajo.
Mientras pasábamos como una hermosa guadaña negra
por aquel paisaje perfecto.



De Todos nosotros (Bartleby, 2006)
Traducción de Jaime Priede




martes, 1 de noviembre de 2016

Jack Spicer - Nadie escucha la poesía



DOS POEMAS DE AMOR

Hay verdadera pena en no tenerte así como hay verdadero dolor en no tener poesía
no totalmente en cualquier caso como consuelo, solución, fin a todas las tragedias menores
pero, en cualquier caso (poesía o tú)
como compañero de cama.
Contra la corriente de los rododendros y otras imágenes que no hemos visto juntas
he visto tus labios cerrados y llego sudando a casa.



Para ti construiría todo un universo nuevo pero tú obviamente encuentras más barato rentar  
   uno. A Eurídice le pasó lo mismo. Regresó al infierno insegura de qué otro tipo de casa  
   construiría Orfeo. Yo lo llamo “muerte-en-vida y vida en-la-muerte”. Herido
por una flecha en la espalda, el presidente Kennedy pareció ponerse rígido un momento
   antes de asumir su lugar en la historia. Eros
hace eso.
Te di mi mano imaginaria y tú me das tu mano imaginaria y caminamos juntos (en la   
   imaginación) sobre el suelo terrestre.



COSA LENGUAJE

Este océano, humillante en sus disfraces
más duro que nada.
Nadie escucha la poesía. El océano
no pretende ser escuchado. Una gota 
o un estallido de agua. No significa
nada.
Es
pan y mantequilla
pimienta y sal. La muerte
que anhelan los jóvenes. Golpea la playa
sin objeto. Señales blancas sin objeto. Nadie
escucha la poesía.



UN LIBRO DE MÚSICA

Al final, los amantes
quedan exhaustos como dos nadadores. ¿En dónde
terminó? No se puede saber. Ningún amor es
como un océano con la vertiginosa procesión de los linderos de las olas
de los que dos pueden emerger exhaustos, ni un largo adiós
como la muerte.
Al final. Mejor, diría, como un extremo
de cuerda enrollada
que no disfraza en la vuelta final de sus extremos
sus finales.
Pero, dirás, nosotros amamos
y algunas partes de nosotros amaron
y el resto de nosotros seguirá siendo dos personas. Sí,
la poesía termina como una cuerda.



De Una antología de la poesía norteamericana desde 1950 (Ediciones del Equilibrista, 1992)
Traducción de Gerardo Beltrán

Mark Strand - Notas sobre el oficio de la poesía



Cada poema exige ser tratado de forma específica, que se llegue a un acuerdo con él, y que se le busque el comienzo y el final apropiados.



Supongo que esto es lo que entendemos por oficio: las transacciones que se mantienen tan constantes que no solo nos asociamos a ellas, sino que permitimos que representen los medios por los cuales hacemos las obras.



Si el logro de un poema estuviese garantizado por el mero seguimiento de unas reglas, no se tendría a los poemas en la alta estima en la que se les tiene. Y serían muchas las personas a las que les resultaría fácil escribir poemas, algo que, naturalmente, no ocurre. Y es que los poemas más valiosos son justo los que, deliberada o inconscientemente, rompen las reglas: aquellos poemas cuya urgencia hace que las reglas resulten irrelevantes.



Considero que toda poesía es formal, desde el momento en que se da dentro de determinados límites, sean los límites heredados de la tradición o los límites que el lenguaje mismo impone.  Estos límites, a su vez, están dentro de los límites de lo que el poeta individual piensa que es o no es un poema.



Confieso que en mí hay un deseo de olvidar el saber, sobre todo cuando me dispongo a trabajar en un poema. Las transacciones del oficio suceden a oscuras. Jung lo sabía cuando dijo: “Mientras nos encontramos inmersos en el proceso creativo, ni vemos ni comprendemos, y de hecho no debemos comprender, pues nada perjudica más a la experiencia inmediata que el conocimiento".



Hasta alguien tan racional como Paul Valéry se vuelve extrañamente evasivo cuando habla de la escritura de un poema. En su brillante pero peculiar ensayo “Poesía y pensamiento abstracto dice”, dice:

He advertido en mí ciertos estados que bien puedo llamar poéticos, puesto que algunos terminaron convirtiéndose en poemas. Surgieron sin motivo aparente, a partir de algo accidental; se desarrollaron según su propia naturaleza, y en consecuencia vi alterado por un tiempo mi estado mental cotidiano.



Un poema es él mismo y es el acto mediante el que nace. Es autorreferencial y ningún orden conocido lo precede necesariamente, salvo el orden de otros poemas.



Podríamos decir además que, en la medida en que un poema se explica o se parafrasea, deja de ser un poema.




Puede que el poema sea, el última instancia, la metáfora de algo desconocido, y que trabajarlo (o sea, escribir el poema) sea un procedimiento para recuperarlo.



De Sobre nada y otros ensayos (Turner, 2015)
Traducción de Juan Carlos Postigo Ríos