Cuando
las manchas de plancton
bullían
hacia la bahía de Santa Margarita
y
las playas se coloreaban de rosa,
desde
la casa, en la loma,
vimos
comer a las ballenas,
embrollando las redes
embrollando las redes
en
su juego,
y
las jorobas de las espaldas
elevarse
en saltos limpios
sobre
las vastas praderas del océano.
Día
tras día
encerrados,
esperamos la desaparición
del plancton putrefacto.
Su
olor inundaba incluso al viento
y
los bueyes parecían atontados
al
traer la paja desde la falda
de
nuestra colina.
Pero
el plancton seguía entrando
y
las ballenas no se iban.
Fue
cuando comenzó la cacería.
Los
pescadores se embarcaron
y
persiguieron a las ballenas,
y
mi padre y mi tío
y
también los niños fuimos.
La
espuma de nuestra estela se hundía pronto
en
el agua agitada por el viento.
Las
ballenas salieron allí cerca.
Sus
frentes eran inmensas,
las
puertas de sus caras estaban cerradas.
Antes
de hundirse alzaron
sus
colas en el aire
y
las abatieron golpeando.
Hacían
espumear el mar,
tras
ellas se abrían
caminos
brillantes.
Aunque no vi sus ojos
los
imaginaba
como
los de los enlutados,
brillantes,
llorosos,
mirándonos,
alejándose
bajo
sábanas de sal oscureciendo.
Paramos
el motor y esperamos
que
las ballenas salieran nuevamente;
el
sol se ponía
pintaba
de salmón fastuoso las playas empedradas.
Un
viento frío nos azotaba la piel
y
cuando por fin oscureció
y
parecía que las ballenas se habían retirado
mi
tío, ya sin miedo,
disparó,
sin apuntar, al cielo.
Tres
millas mar adentro
en
la fluida oscuridad,
bajo
los sorprendidos ojos de la luna,
el
motor no encendía
y
regresamos en un pequeño bote.
Mi
padre tuvo que traernos
encorvado
sobre los remos. Lo veía
arrebatado
por el esfuerzo, bogando
contra
la marea, el pelo abrillantado por la sal.
Vi
la luz de la luna derramarse levemente
y
volar sobre sus hombros
y
el mar y la brisa
súbitamente
plateados.
No
habló en todo el trayecto.
Al
acostarme a medianoche
imaginé
a las ballenas
debajo
de mí
deslizándose
sobre las lomas
enyerbadas
de las profundidades;
sabía
dónde estaba y me atraían,
hacia
abajo y hacia abajo
de
las aguas susurrantes
del
sueño.
De Emblemas (El Tucán de Virginia, 1988)
Traducción de Elisa Ramírez Castañeda
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