martes, 19 de julio de 2016

Mark Strand - Cazando ballenas


Cuando las manchas de plancton
bullían hacia la bahía de Santa Margarita
y las playas se coloreaban de rosa,
desde la casa, en la loma,
vimos comer a las ballenas,
embrollando las redes
en su juego,
y las jorobas de las espaldas
elevarse en saltos limpios
sobre las vastas praderas del océano.

Día tras día
encerrados, esperamos la desaparición
del plancton putrefacto.
Su olor inundaba incluso al viento
y los bueyes parecían atontados
al traer la paja desde la falda
de nuestra colina.
Pero el plancton seguía entrando
y las ballenas no se iban.

Fue cuando comenzó la cacería.
Los pescadores se embarcaron
y persiguieron a las ballenas,
y mi padre y mi tío
y también los niños fuimos.
La espuma de nuestra estela se hundía pronto
en el agua agitada por el viento.

Las ballenas salieron allí cerca.
Sus frentes eran inmensas,
las puertas de sus caras estaban cerradas.
Antes de hundirse alzaron
sus colas en el aire
y las abatieron golpeando.
Hacían espumear el mar,
tras ellas se abrían
caminos brillantes.

 Aunque no vi sus ojos
los imaginaba
como los de los enlutados,
brillantes, llorosos,
mirándonos, alejándose
bajo sábanas de sal oscureciendo.

Paramos el motor y esperamos
que las ballenas salieran nuevamente;
el sol se ponía
pintaba de salmón fastuoso las playas empedradas.
Un viento frío nos azotaba la piel
y cuando por fin oscureció
y parecía que las ballenas se habían retirado
mi tío, ya sin miedo,
disparó, sin apuntar, al cielo.

Tres millas mar adentro
en la fluida oscuridad,
bajo los sorprendidos ojos de la luna,
el motor no encendía
y regresamos en un pequeño bote.
Mi padre tuvo que traernos
encorvado sobre los remos. Lo veía
arrebatado por el esfuerzo, bogando
contra la marea, el pelo abrillantado por la sal.
Vi la luz de la luna derramarse levemente
y volar sobre sus hombros
y el mar y la brisa
súbitamente plateados.

No habló en todo el trayecto.
Al acostarme a medianoche
imaginé a las ballenas
debajo de mí
deslizándose sobre las lomas
enyerbadas de las profundidades;
sabía dónde estaba y me atraían,
hacia abajo y hacia abajo
de las aguas susurrantes
del sueño.


De Emblemas (El Tucán de Virginia, 1988)
Traducción de Elisa Ramírez Castañeda

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