Si debo hablar, ¿qué diré?
¿Qué he
encontrado cura
para
los enfermos?
No hallé ninguna
cura,
más
que esta flor torcida:
con solo
mirarla
los
hombres sanan.
Es a esta flor
a la
que todos cantan
secretamente
sus himnos. ¡Esta es aquella
sagrada
flor!
Y ¿cómo es posible?
¿Una
flor retorcida
y
oscura? Es una
flor de mostaza,
y aun
menos:
apenas
un ramillete
sobre el tallo deforme
y de
hojas carnosas,
detrás
del vidrio,
en este tiempo helado.
Una flor desgarbada
e impropia
del
clima;
¿cómo es que ha
conseguido
tenerme
aquí,
boquiabierto
inmóvil frente a esta ventana,
en
medio del frío,
sin
más
voluntad, sin ojos
para
que no sean
sus
torcidos
pétalos amarillos
. ?
Que esta apariencia
aunque extraña
para
mí
es común está claro:
existen
flores como esta,
con
hojas así, que crecen
en sus climas
originarios.
Y entonces, ¿por qué la tortura
y la
fuga a través
de
la flor? Es como si
Miguel Ángel
hubiese
tomado de ella
el tema de sus
Esclavos
—y quizás así fue.
Y ¿no
hizo él
florecer
el mármol?
Estoy triste
como lo
estaba él
a
su manera heroica.
Pero además
tengo ojos
para
ver
y si bien presienten mi ruina
y la de
todo
lo
que amo, descubren
también
en mis ojos
y
mis labios
y mi lengua el poder
para
liberarme
y
para hablar de ello, igual
que Miguel Ángel, en sus manos,
notó un
poder similar
si
bien mayor.
En suma, he ahí los
torturados
cuerpos
de
los esclavos y
el
torturado cuerpo
de
mi flor
que no es siquiera una flor de mostaza
sino
apenas una flor irreconocible
y
extraña
que yo he de naturalizar
y
aclimatar
y
hacer mía.
De La música del desierto (Lumen, 2010)
Traducción de Juan Antonio Montiel
Extraña belleza, alabado sea el poema que permite la fuga.
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