martes, 8 de noviembre de 2022

Cuatro poemas de Ariel Delgado

 


YO TENGO MÁS DE LO MISMO

 

Si sentir es saber,

no quiero saber.

No me preguntes.

La lluvia cae en todas partes,

la ciudad a veces

se vuelve insoportable

y la primavera es siempre la misma.

Si decir la verdad

no arregla nada, mejor es callarse.

Tu ropa está en mi cama

y sé que todo es irreal,

no quiero decir nada con esto,

una vez fuimos todo junto.

El río está en el mismo lugar,

no ayuda.

En el arroyo crecen flores

que nadie ve,

son amarillas con bordes

naranjas en los pétalos,

son tapadas por juguetes

o cubiertas de bicicletas

que algunos tiran cuando ya no sirven,

yo voy y las piso,

no me gusta ver cosas lindas

crecer entre tanta basura,

sin darme cuenta

hoy me pongo a escribir estas cosas;

crecen flores amarillas

entre la basura que tiran

en el arroyo de mi barrio.

 



EL ORDEN EMOCIONAL

 

A mí me gusta trabajar

en una empresa mayorista,

estar nueve horas diarias ocupado,

encerrado en un galpón

sin ver el cielo,

desconocer el movimiento

dormido de las nubes.

Me hace muy feliz

acomodar 600 cuadernos

de 24 hojas en un anaquel

de dos metros por 80 centímetros,

establecer el orden de las cosas.

Acá yo soy el que acomoda todo:

tengo el poder de ponerle

un destino a los objetos,

en vez de estar minutos y días

frente al escritorio

mirando como un espiral se extingue

con su luz hacia el centro.

 



EL FRÍO QUE PROVOCO


Con el frío de mayo

escribir se hace insoportable.

Sin embargo, persisto

y hago de todo para que sea

más difícil;

prendo el ventilador,

ando en remerita,

pantalones cortos,

chancletas.

Así sí, con el frío que provoco

escribir se hace mucho más fácil

que con el frío de mayo.




DOMINGO

 

Empiezo de nuevo

el agua del calentador está tibia.

El sol desaparece

despacio en el horizonte.

Barro la casa

y escondo la mugre

en cualquier rincón.

Mi gato duerme

arriba de una silla

y empiezo de nuevo

a pensar en el día

que no voy a conocer.




De Poesía (Ediciones Neutrinos, 2022)


viernes, 21 de octubre de 2022

Cinco poemas de Santiago Venturini

 

¡Soltate!

me dijo mi papá el día

en que me enseñó a disparar.

Encorvado como cazador

levanté mi escopeta

entre los locos del Tiro Federal

y disparé al aire.

Algo cayó al suelo:

no sé si un pedazo de techo

o un halcón.

 

¡Soltate!

me dijo la Clari esa tarde

en que me enseñó a usar

los patines de mi hermana.

Dos días después

rodaba por las calles

de la colonia agrícola

dejando atrás a perros

y vecinos

con sus sillones plegables

en la vereda.

 

Tengo que soltarme otra vez

pero estoy duro Clari

sigo un poco duro

papá,

necesito más tiempo

o tal vez ya soy así:

un chico que sabe patinar

un chico que sabe disparar

pero que escribe siempre

lo mismo

y siempre igual.

 

 

 

 

En una casa de la cuadra

vivía una pareja gay.

Los padres del barrio

hablaban de ellos

desde el púlpito de la mesa.

Algunos no decían

demasiado,

pero decían.

 

Por eso inventamos un juego

para la siesta:

tirarle piedras a la ventana

de los putos.

Yo tiraba

y años más tarde

esas piedras me pegaron a mí.

 

Un tiempo después

uno de ellos “se murió de sida”

–así decían los vecinos–

y el otro se quedó solo.

Ya no lo molestábamos,

porque la viudez es siempre

respetable

o porque le teníamos miedo

a esa enfermedad.

Un día se escapó

de ese barrio de dementes.

Nos miró desde un auto

jugando en la calle

como los hijos salvajes

de los salvajes.

La casa sigue ahí

aunque la reformaron.

Ahora en el lugar

donde dormían los dos

hay un living con cortinas

de mal gusto.



 

 

Durante los años en que tuvo

su taller en la casa,

tu papá usaba una máscara

de soldador.

No mires

te decía

pero vos mirabas

las chispas.

Después te dabas vuelta

y veías los yuyos

y las plantas quemados,

la puerta y las ventanas

quemadas.

Era un efecto óptico.

Ahora te parece

una premonición.

 

 

 

 

En las casas

alrededor de la curtiembre

el olor de los ácidos entraba

en las piezas y las cocinas.

Los padres trepaban a los techos

para ver las chapas

comidas por la corrosión.

 

A la tarde

hacíamos la tarea drogados

sobre las carpeta de la primaria,

y seguimos drogados toda

la secundaria.

 

Los cueros de animales

que habían protegido

un sistema perfecto de órganos

estaban colgados en los galpones

como mapas de lugares raros.

 

Las flores crecían igual

los árboles se volvían altos

y nosotros hacíamos todo

lo que las personas comunes

hacen

aunque por dentro

estábamos mutando.

Mi vecino dice

que desde esa época

tiene las puntas de los dedos verdes.

Yo me volví un poco lento

para entender algunas cosas.

Todavía no sé

si es un mecanismo de defensa

o el efecto secundario

de esos químicos.

 

 

 

 

Cada vez que a papá

le dolía la cabeza

todos funcionábamos en mute.

El ruido de una cucharita

contra la taza

era igual para él

que el de una cortadora de césped.

Acostado en la pieza oscura

con un pañuelo en la frente

nos marcaba

los ritmos de vida.

Si papá resucita

todos festejan,

si papá enloquece

corremos como perdices

hacia otras casas.

 

Me hubiera gustado

ir hasta su cama

y acercar un ojo al agujero

de su oído

para espiar lo que había

dentro de esa cabeza:

su casa de la infancia

prendiéndose fuego,

el interior de una heladera,

su padre gritando

en un auto de los 50,

o él mismo tirado en el piso

de su cerebro.

No sé qué había

pero lo heredé

y ahora

cada vez que me gana

la cefalea

recuerdo lo que me enseñó

una vez:

cuando empiece el dolor

cerrá los ojos

y pensá en un color frío

como el azul.

Ese es mi fondo de pantalla

durante cada ataque.

Un color que fue el mismo

a lo largo de los siglos,

pero me pregunto

si los dos lo imaginamos

igual

o si hasta en eso

fuimos diferentes.

 



De En la colonia agrícola (Iván Rosado, 2016)

martes, 13 de septiembre de 2022

Margaret Atwood - Nueve comienzos

 

1.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

                 Comencé nueve veces con esta pieza. Tiré a la basura cada uno de esos comienzos.

Odio escribir acerca de mi escritura. Casi nunca lo hago. ¿Por qué lo estoy haciendo ahora? Porque dije que lo haría. Recibí una carta. Respondí no. Tiempo después, estaba en una fiesta y la misma persona que me había escrito estaba allí. Es mucho más difícil rehusarse en persona. Decir tiene algo que ver con ser amable (como a las mujeres nos enseñan a serlo) y algo que ver con ser servicial (algo que también nos enseñan). Ayudar a las mujeres, donar medio litro de sangre. Tiene algo que ver con no reclamar las prerrogativas sagradas, la actitud de autoprotección de “no me toques” del artista, con no ser egoísta. Tiene algo que ver con la conciliación, con hacer tu parte, con el apaciguamiento. Me criaron bien. Tengo problemas para pasar por alto las obligaciones sociales. Decir que escribirás sobre tu escritura es una obligación social. No es una obligación hacia la escritura.

 

2.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

    Tiré a la basura cada uno de los nueve comienzos. Parecía que no venían al caso. Demasiado enérgicos, demasiado pedagógicos, demasiado frívolos o beligerantes, con demasiada falsa sabiduría. Como si tuviera una autorrevelación especial que motivaría a otros o alguna clase de conocimiento especial que impartir, alguna frase concisa que actuaría como un talismán para los impulsivos, los obsesivos. Sin embargo, no poseo tales talismanes. Si los tuviera, yo misma no seguiría siendo tan impulsiva y obsesiva.

 

3.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

    Detesto escribir acerca de mi escritura, porque no tengo nada que decir al respecto. No tengo nada que decir, porque no recuerdo qué es lo que ocurre mientras estoy escribiendo. Esos momentos son como trocitos que hubieran sido extraídos de mi cerebro. No es un tiempo que yo misma haya vivido. Puedo recordar los detalles de las habitaciones y de los sitios donde he escrito, las circunstancias, las otras cosas que hice antes y después; sin embargo, no puedo recordar el proceso en sí. Escribir acerca de la escritura requiere inseguridad; el mismo acto de escribir requiere abdicar de esta.

 

4.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

    Existen muchas cosas que pueden decirse acerca de lo que ocurre alrededor de los bordes de la escritura. Puedes tener ciertas ideas, ciertas motivaciones, un plan general que no llega a ver la luz. Puedo escribir acerca de las malas reseñas, acerca de las reacciones sexistas que ha tenido mi escritura, acerca de las ocasiones en que quedé como idiota en algunos programas de televisión. Puedo hablar acerca de los libros que fracasaron, los que nunca terminé y acerca de por qué fracasaron. De aquel que tenía demasiados personajes, del que tenía demasiadas capas temporales, de las pistas falsas que me distrajeron de lo que realmente quería hacer, un cierto rincón del mundo visual, cierta voz, un paisaje inarticulado.

    Puedo hablar acerca de las dificultades que las mujeres enfrentan como escritoras. Por ejemplo, si eres una escritora, alguna vez, en algún sitio, te preguntarán: ¿Te consideras ante todo una escritora o una mujer? Cuidado. Quienquiera que pregunte esto detesta y le teme tanto a la escritura como a las mujeres.

    Muchas de nosotras, al menos las de mi generación, nos cruzamos con maestros o escritores u otros idiotas defensivos, quienes nos decían que las mujeres no podían realmente escribir porque no podían ser conductores de tráiler o infantes de marina y, por lo tanto, no comprendían el lado sórdido de la vida, el cual incluía el sexo con mujeres. Cuando no se nos decía que escribíamos como amas de casa, se nos trataba como hombres honorarios, como si para ser una buena escritora hubiera que dejar de ser mujer.

    Dichas declaraciones solían hacerse como si fueran la verdad llana. Ahora son cuestionadas. Algunas cosas han cambiado para bien, pero no todas. Hay una falta de autoestima que se inculca muy temprano en muchas jóvenes, antes inclusive de que la escritura sea vista como una posibilidad. Necesitas cierta cantidad de valor para ser una escritora, un valor casi físico, el tipo de valor que necesitas para caminar sobre un tronco para atravesar un río. El caballo te tira y te subes de nuevo. Me arrojaron al agua y así aprendí a nadar. Tienes que saber que puedes hundirte y sobrevivir. A las niñas se les debería permitir jugar en el lodo. Deberían verse libres de la obligación de ser perfectas. Al menos parte de tu escritura debería ser tan efímera como un juego.

    El proceso de escritura incluye una proporción de fracasos. El cesto de papeles evolucionó por una razón. Piensa en él como el altar de la Musa del Olvido, ante el cual sacrificas tus primeros borradores estropeados, las fichas de tu imperfección humana. Ella es la décima musa, sin la cual ninguna de las otras puede funcionar. El don que te ofrece es la libertad de tener una segunda oportunidad. O tantas oportunidades como quieras aprovechar.

 

5.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

        A mediados de la década de 1980 comencé un diario esporádico. El día de hoy volví a él, buscando algo que pudiera desenterrar y presentar como algo pertinente en lugar de escribir una pieza acerca de la escritura. Sin embargo, fue inútil. No había nada específico en el diario acerca de la composición de ninguna cosa que hubiera escrito durante los últimos seis años. En lugar de eso, hay exhortaciones para mí misma: levántate temprano, camina más, evita las tentaciones y las distracciones. Bebe más agua, encontré. Ve a la cama más temprano. Había listas acerca de cuántas páginas había escrito por día, cuántas había vuelto a teclear, cuántas aún me quedaban para terminar. Además de eso, no había nada más que descripciones de habitaciones, recuentos de lo que habíamos cocinado o comido y con quién, cartas escritas y recibidas, dichos notables de niños, pájaros y animales que había visto, el clima. Qué cosechábamos en el jardín. Enfermedades mías y de otros. Muertes, nacimientos. Nada acerca de la escritura.

         1° de enero de 1984. Blakeny, Inglaterra. Al día de hoy, he escrito cerca de 130 páginas de la novela y está comenzando a tomar forma y está alcanzando el punto en el que siento que existe y puede ser terminada y puede que valga la pena. Trabajo en la habitación de la casa grande, y aquí, en la sala de estar, con leña en la chimenea y fuego de coque en el dilapidado Roeburn de la cocina. Como siempre, tengo mucho frío, lo cual es mejor que tener mucho calor; hoy está gris, cálido para esta época del año, húmedo. Si me levantara más temprano, tal vez trabajaría más; sin embargo, podría simplemente pasar más tiempo dejando las cosas para más tarde, como ahora.

            Y así.

 

6.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

    Aprendes a escribir leyendo y escribiendo, escribiendo y leyendo. Como oficio, se adquiere por medio de un sistema de aprendizaje; sin embargo, tú eliges a tus maestros. Algunas veces están vivos, otras están muertos.

    Como vocación involucra la imposición de manos. Recibes tu vocación y, a tu vez, debes pasársela a alguien más. Tal vez lo harás solo a través de tu trabajo, tal vez de otra manera. Sea como sea, eres parte de una comunidad, la comunidad de escritores, la comunidad de cuentacuentos que ha existido desde el comienzo de la humanidad.

    En cuanto a la sociedad humana particular a la cual tú misma perteneces, algunas veces sentirás que hablas por dicha sociedad; otras veces, cuando toma una forma injusta, sentirás que hablas contra esta o por esa otra comunidad, la comunidad de los oprimidos, los explotados, los que no tienen voz. De cualquier forma, sentirás presiones intensas; en otros países, tal vez serán fatales. Sin embargo, incluso aquí, cuando hablas “por las mujeres” (o por cualquier otro grupo que esté oprimido), habrá muchos al alcance de la mano (tanto a favor como en contra) que te digan que te calles o que te digan lo que quieren que digas o que lo digas de otra forma. O que los salves. La cartelera te espera; sin embargo, si sucumbes a sus tentaciones terminarás por ser bidimensional.

    Di lo que tengas que decir. Deja que los otros digan lo que tengan que decir.

 

7.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

    ¿Por qué somos tan adictos a la causalidad? ¿Por qué escribes tú? (Tratado escrito por un psicólogo infantil, que mapea tus traumas formativos. A la inversa: la lectura de las manos, la astrología y los estudios genéticos, que señalan a las estrellas, el destino, la herencia.) ¿Por qué escribe? (Es decir, ¿por qué mejor no haces algo útil?) Si fueras un doctor, podrías contar alguna fábula acerca de cómo le colocaste un curita a tu gato cuando eras niño o sobre cómo siempre deseaste curar el sufrimiento. Nadie puede discutir acerca de eso, pero ¿escribir? ¿Para qué sirve?

    Algunas respuestas posibles: ¿Por qué brilla el sol? En vista de lo absurdo de la sociedad moderna, ¿por qué hacer cualquier otra cosa? Porque soy una escritora. Porque deseo descubrir los patrones en el caos del tiempo. Porque debo hacerlo. Porque alguien tiene que dar testimonio. ¿Por qué lees? (Esta última pregunta es engañosa: tal vez no lo hacen.) Porque deseo forjar en la fragua de mi alma la consciencia no creada de mi raza. Porque deseo fabricar un hacha para partir el océano congelado interior. (Estas ya han sido utilizadas, pero son buenas.)

    Si nada funciona, aprende a la perfección cómo encogerte de hombros. O di: es mejor que trabajar en un banco. O di: por diversión. Si dices esto último, no te creerán o te descartarán como trivial. De cualquier forma, habrás evitado la pregunta.

 

8.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

    No hace mucho, mientras limpiaba el exceso de papel que había en mi sitio de trabajo, abrí el cajón de un archivero que no había abierto en años. Adentro había un bulto de páginas sueltas, dobladas, plegadas y mugrientas, atadas con el sobrante de una cuerda. Contenía cosas que había escrito a finales de la década de 1950, en la preparatoria y en los primeros años de la universidad. Había poemas garabateados, con manchas de tinta, acerca de la nieve, la desesperación y la Revolución húngara. Había cuentos acerca de niñas que debían casarse y profesores de preparatoria desalentados con cabello parduzco (terminar como cualquiera de los dos, en ese tiempo, era mi visión del infierno); había mecanografiado esas páginas con dos dedos, en una máquina de escribir que hacía que las letras en la página se vieran rojizas.

        Entonces, aquí estoy, de vuelta en el décimo segundo grado, leyendo revistas de escritores, luego de haber terminado lacomposición para la clase de francés, mecanografiando mis poemas lúgubres y mis cuentos polvorientos. (Me fascinaba el polvo. Tenía un ojo avizor para la basura en el césped y el excremento de perro en las aceras. En estos cuentos, por lo general, estaba nevando y había mucha humedad o estaba lloviendo; al menos había aguanieve. Si era verano, el calor y la humedad siempre eran agobiantes y mis personajes tenían marcas de sudor debajo de los brazos; si era primavera, el lodo se les pegaba a los pies. Algunos dirán que todo esto es simplemente el clima normal de Toronto.)

      En las esquinas superiores de la derecha de algunas de estas páginas, la muchacha esperanzada de diecisiete años había escrito: “Derecho exclusivo para la primera publicación en América del Norte”. No estaba segura de qué quería decir con eso de “Derecho exclusivo para la primera publicación en América del Norte”; lo puse porque las revistas literarias decían que debías hacerlo. En ese momento, era aficionada a las revistas literarias, ya que no tenía a nadie más a quién pedirle consejos profesionales.

        Si fuera una arqueóloga, cavando a través de las capas de papeles viejos que marcan las eras de mi vida como escritora, me hubiera encontrado en el nivel más profundo o el nivel de la Edad de Piedra (digamos, alrededor de los cinco a siete años) con unos pocos poemas y cuentos, precursores ordinarios de todos mis frenéticos garabatos posteriores. (Muchos niños escriben a esa edad, del mismo modo que muchos niños dibujan. Lo extraño es que muy pocos de estos se convierten en escritores o pintores.) Después de eso, hay un gran vacío. Durante ocho años, simplemente no escribí. Entonces, de pronto y sin ningún eslabón perdido en medio, hay fajos de manuscritos. Una semana no era escritora, a la siguiente ya lo era.

        ¿Quién creía ser para salirme con la mía? ¿Qué pensaba que estaba haciendo? ¿Qué me hizo ser así? Aún no tengo respuestas para estas preguntas.

 

9.   ¿POR QUÉ ESCRIBE?

        Está la página en blanco y aquello que te obsesiona. Está la historia que desea atraparte y la resistencia que le pones. Está el deseo que sientes de sacarte de encima esta servidumbre, de irte de pinta, de hacer cualquier otra cosa: lavar la ropa, ver una película. Están las palabras y sus inercias, sus sesgos, sus ineficiencias, sus glorias. Están los riesgos que tomas y la pérdida de valor y la ayuda que llega cuando menos lo esperas. Está la revisión laboriosa, las páginas garabateadas y estrujadas que flotan sobre el piso como basura desparramada. Está la única oración que sabes que rescatarás.

        Al día siguiente está la página en blanco. Te entregas a ella como una sonámbula. Algo ocurre, algo que después no puedes recordar. Ves lo que has hecho. No tiene remedio. Comienzas de nuevo. Nunca se vuelve más fácil.


De Blancos móviles (Elefanta/Universidad Veracruzana, 2022)                                          (Traducción de Leonardo Martínez y Cecilia Núñez)

jueves, 28 de julio de 2022

Eugenia Almeida - Algunos fragmentos sobre la escritura

 


Escribir es un acto de fe. Fe en el lenguaje (una fe mil veces destruida y vuelta a levantar), fe en que existe una posibilidad de encuentro.



Comenzar a escribir tiene que ver con el deseo. Continuar escribiendo, no.



¿Cómo escribir?

Oír esa pregunta mil veces.

Mil veces.

Una y otra vez.

La única respuesta que encuentro es escueta y seca. Suena a fastidio. Pero es sólo la desesperada transmisión de una verdad tan simple que desorienta: no hay otra forma de escribir que escribiendo. Todo lo que tiene de potencia la escritura es algo que sucede mientras. No antes ni después. Sólo en ese momento.



Se escribe con el cuerpo. No se trata de una actividad mental.

Se escribe con la espalda, las manos, los ojos, la nuca, las piernas.

No hay que olvidar eso: cada vez que hay escritura, es un cuerpo el que escribe.



Escribir es estar en actitud de búsqueda sin orientarse hacia ningún objetivo. Estar despiertos, alertas, abiertos. ¿A qué? A todo. Ser sismógrafos de los más mínimos movimientos.



La vieja frase “dueño de lo que callas, esclavo de lo que dices”. Una falsa oposición. No nos pertenecen ni las palabras ni los silencios. Nos atraviesan.



Escribir implica habitar intensamente el tiempo presente. Poner el cuerpo en actitud de completa entrega.



Lo que me puede salvar es la escritura. No por lo que quede escrito. Nunca. Eso carece de toda importancia. Lo que me puede salvar es el gesto, el pequeño ritual que me recuerda quién soy y al desplegarse dice que quizás aún no es tiempo de subirse al tren de la noche.




De Inundación (Ediciones DocumentA/Escénicas, 2019)

miércoles, 22 de junio de 2022

Tres poemas de Manoel de Barros

 


SOBRE CHATARRAS


Esto porque fuimos criados en un lugar donde no había

juguetes fabricados. Esto porque teníamos que

fabricar nuestros juguetes: eran vaquitas de hueso,

pelotas de media, automóviles de lata. También

hacíamos de cuenta que un sapo es una vaca ensillada y andábamos en sapo.

Otra era oír en los caracoles los orígenes del mundo.

Me sorprendí mucho cuando, más tarde, tuve que vivir

en la ciudad. En la ciudad, un día, le conté a mi mamá

que había visto en la Plaza a un hombre montado en un caballo de

piedra mostrando un cuchillo largo en lo alto. Mi

mamá me corrigió que no era un cuchillo, era una espada.

Y que el hombre era un héroe de nuestra historia. Claro

que yo no tenía educación de ciudad para saber que

un héroe era un hombre sentado en un caballo de piedra.

Ellos eran personas antiguas de la historia que algún día

defendieron nuestra Patria. Para mí aquellos hombres

encima de la piedra eran chatarra. Serían chatarra de la historia.

Porque me parecía que una vez en el viento, esos

hombres serían como trastos, como cualquier pedazo

de camisa en el viento. Yo me acordaba de los espantapájaros

vestidos con mis camisas. El mundo era una

cosa complicada para un chico que había venido del campo.

No vi nada más lindo en la ciudad que

un pajarito. Vi que todo lo que el hombre fabrica

se convierte en chatarra: bicicleta, avión, automóvil. Sólo lo que no

se convierte en chatarra es ave, árbol, rana, piedra. Hasta una nave espacial

se convierte en chatarra. Ahora pienso que una garza del pantano

es más linda que una nave espacial. Pido disculpas

por cometer esa verdad.



CEPILLO

 

Yo tenía ganas de hacer como los dos hombres que

vi sentados en la tierra cepillando hueso. Al principio creí

que aquellos hombres no estaban bien. Porque se la pasaban

sentados en el suelo todo el día cepillando hueso. Después

aprendí que aquellos hombres eran arqueólogos. Y que

hacían el servicio de cepillar hueso por amor. Y que

querían encontrar en los huesos vestigios de antiguas

civilizaciones que estarían enterradas por siglos

en aquel suelo. Entonces pensé en cepillar palabras. Porque

había leído en algún lugar que las palabras eran

caparazones de clamores antiguos. Yo quería ir detrás de los

clamores antiguos que estaban guardados dentro de las

palabras. Yo sabía también que las palabras poseen

en su cuerpo muchas oralidades remontadas y muchas

significancias remontadas. Quería pues cepillar las

palabras para escuchar la primera mueca de cada una,

Para escuchar los primeros sonidos, aunque todavía

bígrafos. Empecé a hacer eso sentado en mi

escritorio. Pasaba horas enteras, días enteros

dentro de mi cuarto, encerrado, cepillando palabras.

Entonces mis amigos preguntaron, ¿qué hacía todo el día

encerrado en aquel cuarto? Les respondí, medio

entresoñado, que estaba cepillando palabras.

Les pareció que yo no estaba bien. Entonces tiré

el cepillo afuera.

 


CORUMBÁ REVISITADA

 

La ciudad todavía no se despertó. El silencio del lado de

afuera es más espeso. Doblados sobre la oscuridad

duermen los girasoles. Estoy andando sin rumbo como

moscas sin tino- El sol viene todavía apoyado en una bandada

de golondrinas. Busco un sendero de cabras que

antes me llevaba a un pueblo de pescadores. Bajo

por el sendero. Me deslizo por las piedras todavía

mojadas de rocío. Pasa por mí una brisa con alas de

 garzas. Las garzas están por bajas a las orillas del río.

El río está bufando de lleno. Hay monos todavía en los

árboles ribereños. Después los monos subirán a los

árboles de la ciudad. El río está estirado de ranas hasta las

rodillas. Llego al puerto de los pescadores. Hay canoas

amarradas y mujeres destripando pescados. Al lado los

chicos juegan a las zancadillas. Todavía no desapareció

el rocío de las piedras. Barcazas de venta ambulante se balancean

en las aguas del río. Busco mis vestigios en estas arenas.

Yo recibía los pétalos de sol justo en mí. Quería conocer

El sueño de aquellas garzas a la orilla del río. Pero no fue

posible. Ahora no quiero saber más nada, solamente quiero

perfeccionar lo que no sé.

 


De Memorias inventadas (Griselda García Editora, 2021)                           ´                            Traducción de José Ioskyn