martes, 19 de marzo de 2024

Paulo Leminski - Carta a Régis Bonvicino

(octubre 77)

deja ya de lamentarte
como una vieja lavandera siciliana
solo quieres preocuparnos con ese miedo tuyo
de que se secó la fuente de tu poesía
ya te lo dije
para ser poeta
hay que ser más que poeta
tienes que ser un montón de cosas,
si no de dónde?
acabarás haciendo literatura de literatura
tienes que desmadrar más
aparecer más por fuera de los moldes
EXISTENCIALMENTE
tienes que desmadrarte rechazar alterarte y alterar
considera la posibilidad de ir a Japón
rechaza el proyecto de felicidad
q la sociedad te propone
yo sé
eres paulista
pero ser paulista no es todo
rompe
vuélvete más irregular
sé más inconveniente
es el lenguaje el que está al servicio de la vida
no al revés
el lenguaje viene
sale de la orina
sucede
hacer poemas no es lo más importante
pero para quien los hace es
y tiene que ser lo más importante
el signo es nuestro destino
nuestra gloria y nuestra desgracia
una araña siempre sabe
que después de una tela
vendrá otra y otra y otra más
una araña no duda
no hay prisa: mallarmé dejó media docena de cosas
augusto ídem
olvídate de la frecuencia / la fecundidad / la abundancia
una década bien vale un buen poema


De Un signo incompleto (Editorial Excursiones, 2018) Traducción de Iván García

martes, 13 de febrero de 2024

Victoria Chang - Obituarios

 


Mi madre murió, sin paz, el 3 de agosto de 2015 de fibrosis pulmonar, en su habitación de la casa de reposo Aldea Walnut en Anaheim, California. La habitación nació el 3 de julio de 2012. La Aldea no era realmente una aldea. No había nogales. Solo flores cortadas. Algunos días antes, el enfermero del hospicio deslizó silenciosamente el estetoscopio sobre los pulmones de mi madre y esperó que se inflaran. La forma en que la espera se transforma en una herida. La forma en que el enfermero inhaló, cerró sus ojos, exhaló y dijo lo siento. ¿Acaso la sangre se me subió a la cara o a las puntas de mis dedos? ¿Volvió a abrir sus ojos antes o después de decir lo siento? La forma en que la memoria es el zumbido después de un disparo. La forma en que tratamos de recordar el disparo pero no podemos. La forma en que la memoria se levanta y empieza a caminar luego de que alguien muere.

 


Los dientes de mi madre murieron dos veces, una en 1965, todos arrancados debido a una periodontitis. Otra vez el 3 de agosto de 2015. Los dientes postizos se encuentran en una caja en el garaje. Cuando murió, los toqué, los olí, creí oír un gemido. Me metí los dientes en la boca. Pero tener dos dentaduras solo me causó más hambre. Cuando murió mi madre, me vi a mí misma en el espejo, sus palabras en mi boca como el azúcar flor de una rosquilla. Sus últimas palabras fueron en inglés. Ella pidió un Sprite. Me pregunto si su último pensamiento fue en chino. Me pregunto cuál fue su ultimo pensamiento. Solía pensar que las palabras de una persona muerta mueren con ella. Ahora sé que se dispersan, buscando un significado al que adherirse como un aroma. Mi madre solía recolectar flores de azahar en un tazón pequeño y chato. Paso junto al árbol cada primavera. Siempre supe que el duelo era algo que se podía oler. Pero no sabía que en realidad no es un sustantivo, sino un verbo. Y que se mueve.

 


La privacidad murió el 4 de diciembre de 2015. Mi hija llevó un globo que decía Mejórate pronto al cementerio. En esta ocasión Peter Manning yace junto a mi madre. Un extraño tan cerca de ella. Antes de que esta otra lápida apareciera, la lápida de mi madre todavía era mi madre debido a la ausencia a su alrededor. La aparición de la nueva lápida y la semejanza con su lápida sugería que mi madre también era una lápida, que mi madre estaba enterrada bajo una lápida también. El día del entierro, contraté a un sacerdote chino. No puede entender la mayoría de sus palaras porque no eran sobre comida. Los hombres que habían cavado la tumba estaban parados esperando con sus palas. Los miré a los ojos buscando algún signo de ahogo. Entonces me di cuenta de que el cuerpo de uno de ellos no tenía sombra. Y cuando se alejó caminando, el pasto no se aplastó. Su pala estaba limpia. Súbitamente reconocí a este hombre como el amor.

 


La música murió el 7 de agosto de 2015. Hice un video con fotos antiguas y música para el funeral. Elegí “Aleluya” a capella. Porque en realidad no estaban cantando, sino llorando. Cuando mis hijas entraron a la habitación, fingí que estaba escribiendo. Al contrario, miraba las fotos antiguas de mi madre. Los patrones de tela en todas sus blusas. La manera en que mantenía las manos juntas delante de su cuerpo. En cada foto, la pequeña cartera marrón que ahora se encuentra debajo de mi escritorio. En el funeral, mi cuñado bajaba el volumen de la música. Cuando no estaba mirando, yo subía el volumen. Porque quería que esta gente sintiera lo que yo sentía. Cuando yo no estaba mirando, volvió a bajarlo. Al final del día, alguien se llevó el equipo y los parlantes. Pero la música seguía ahí. Esta fue mi primera percepción del duelo.

 


La memoria murió el 3 de agosto de 2015. La muerte no fue repentina, sino lenta durante una década. Me pregunto si, cuando la gente muere, escucha una campana. O si saborean algo dulce, o si sienten que un cuchillo los corta por la mitad, arrastrándose a través de la carne como una torta. La cuidadora que presenció la muerte de mi madre renunció. Ella posee la memoria y las imágenes y ahora se han ido. Por el resto de su vida, los recuerdos serán suyos. Dijo que mi madre no podía respirar y luego tuvo su último aliento veinte segundos después. La forma en que me he imaginado un beso con muchos hombres a los que nunca he besado. Mi recuerdo de la muerte de mi madre no puede ser un recuerdo sino una imaginación, cada vez que sopla el viento, las hojas se despliegan de manera ligeramente distinta.

 

 

De Obit (Universidad Austral de Chile, 2023)                                                                  Traducción de Carlos Soto Román

 

domingo, 11 de febrero de 2024

Sophie Calle - Historias reales

 


LOS ZAPATOS ROJOS

Amelie y yo teníamos once años. Y el hábito de robar en tiendas departamentales los jueves por la tarde. Lo hicimos por un año. Cuando su madre comenzó a sospechar nos dijo, para asustarnos, que un policía nos había descubierto y acusado, pero por ser tan chicas, nos había dado otra oportunidad. Iba a seguirnos, y si dejábamos de robar, se olvidaría del asunto. Durante las siguientes semanas pasamos la mayoría del tiempo preguntándonos quién era el policía oculto entre las personas que nos rodeaban. Nos concentramos tanto en despistarlo que dejamos de robar. Nuestro último golpe fue un par de zapatos rojos demasiado grandes. Amelie se quedó el derecho y yo el izquierdo. 




 


LA CIRUGÍA PLÁSTICA

Cuando tenía catorce mis abuelos sugirieron que necesitaba cirugía plástica. Hicieron una cita con un famoso cirujano y se decidió que mi nariz tenía que ser enderezada, que una cicatriz de mi pierna izquierda tenía que ser cubierta con un pedazo de piel de mi culo y que mis orejas tenían que ser restiradas. Tenía dudas, pero me tranquilizaron diciéndome que podía cambiar de opinión hasta el último momento. Aunque, al final, fue el mismo Doctor F. quien puso fin a mi dilema. Dos días antes de la operación, se suicidó.      


 




LOS GATOS

Tuve tres gatos. Félix murió al quedarse encerrado por accidente en el refrigerador. A Zoe se me la quitaron cuando nació mi hermano menor, al que odié desde ese momento. A Nina la estranguló un hombre celoso que me dio, un poco antes, este ultimátum: al dormir, el gato o él. Opté por el gato.






LA CAMA

Era mi cama. Dormí en ella hasta los diecisiete. Luego mi madre la puso en un cuarto que rentaba. El 7 de octubre de 1979 el inquilino se acostó y se prendió fuego. Murió. Los bomberos tiraron la cama por la ventana. Estuvo ahí, en el patio del edificio, por nueve días.


 




LA CORBATA

Lo vi por primera vez en 1985, en una charla que dio. Me pareció atractivo, pero una cosa me molestó: llevaba puesta una corbata fea. Al día siguiente le hice llegar, de forma anónima, una delgada corbata café. Luego, lo vi usarla en un restaurante. Por desgracia, no combinaba con su camisa. Entonces, me di a la tarea de vestirlo de pies a cabeza: le enviaría una prenda cada año en navidad. En 1986, recibió un par de calcetines grises de seda; en 1987, un suéter negro de alpaca; en 1988, una camisa blanca; en 1989, un par de gemelos de chapa de oro; en 1990, un par de boxers con un patrón navideño; nada en 1991; y en 1992, un par de calzones grises. Algún día, cuando esté completamente vestido por mí, me gustaría presentarme.     


 




El EXAMEN MÉDICO

Me hicieron un examen médico. Tuve que llenar un cuestionario de 6 páginas con casi 300 preguntas. En todas, salvo en una, respondí NO. ¿Ha contraído rubeola, viruela, cólera, varicela, tétanos, tuberculosis, fiebre amarilla, escarlatina o tifoidea? ¿Ha padecido soplos cardiacos, colesterol alto, hipertensión, diabetes? ¿Es propensa al vértigo? ¿Tiene dolores de cabeza, de estómago, palpitaciones, náuseas, niños, alergias, embolias, piedras en los riñones, mareos, ataques epilépticos, dolores de espalda, desórdenes gastrointestinales, encías inflamadas, problemas de audición, visión borrosa? Y de repente, de la nada, perdida en ese mar de preguntas, esta: “¿Se siente triste?”.       






QUIÉN ERES 

Eliminar contacto. Difícil.

Cuando murió mi padre, no borré su número de mi teléfono.

Ayer le marqué por error y colgué al instante.

Unos minutos después, su nombre y su foto aparecieron en la pantalla.

Bob me había enviado un mensaje. 

 





LA VISTA DE MI VIDA

La ventana de mi cuarto da hacia un pastizal. En el pastizal hay toros, y en los toros, pájaros garrapateros. A la izquierda, las ramas de un sauce llorón. Hileras de fresnos y tamariscos a lo lejos. Hay garcetas y, ocasionalmente, una cigüeña. Nada destacable y, sin embargo, la pradera brilla. Ni siquiera podría calcular las horas que me he pasado mirándola, a través del mosquitero. Esta pradera, enmarcada por la ventana, es la imagen que mis ojos han fotografiado más que ninguna otra. Es la vista de mi vida.   


 




¡EN VERDAD LOS ENGAÑASTE!

Una vez tuve una expo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Mi madre estuvo en la inauguración. Se quedó atónita al ver mis piezas colgadas entre todos los Hoppers y Magrittes. Sin una pizca de malicia, gritó: ¡En verdad los engañaste! 


 




OBITUARIO 

Monique quiso ver el mar una última vez. El jueves 31 de enero fuimos a Cabourg. El último viaje. Al día siguiente, “para que mis pies luzcan lindos allá”: el último pedicure. Leyó Ravel, de Jean Echenoz. El último libro. Un hombre al que admiró por mucho tiempo, pero que no conocía, la visitó en su cama. La última vez haciendo amigos. Organizó el funeral: su última fiesta. Los preparativos finales: eligió su vestido —azul marino con estampado blanco—, una fotografía suya haciendo gestos para la lápida y su epitafio: ¡Ya me estoy aburriendo! Escribió un último poema, para su entierro. Eligió el cementerio de Montparnasse como su domicilio final. No quería morirse. Dijo que era la primera vez en su vida en que no le habría molestado esperar. Derramó sus últimas lágrimas. Los días antes de su muerte se mantuvo repitiendo: “Es extraño. Es tan estúpido”. Escuchó el “Concierto para clarinete en La mayor, K. 622”. Por última vez. Su último deseo: irse con la música de Mozart en los oídos. Su última petición: no se preocupen. “Ne vous faites pas de souci[1]”. Souci fue su última palabra. El 15 de marzo de 2006, a las 3 p. m., su última sonrisa. Su último aliento, en algún momento entre las 3:02 y las 3:13. Fue imposible de capturar.         


 




HOY MURIÓ MI MADRE

Un 27 de diciembre de 1986, mi madre escribió en su diario: “Mi madre murió hoy”.

A su vez, un 15 de marzo de 2006, escribí en el mío: “Mi madre murió hoy”.

Nadie escribirá eso de mí.

Fin.

 





LA JIRAFA

Cuando mi madre murió compré una jirafa disecada. Le puse su nombre y la colgué en mi estudio. Mónica me mira con tristeza e ironía.

 

 

 



[1] No hay problema, no se preocupen.


De True stories (Actes sud, 2017)                                                                                      Traducción LEG

jueves, 4 de enero de 2024

Sarah Manguso - Algunos argumentos



En tercero de secundaria tenía mucho miedo de hablar con el muchacho al que amaba, así que le envié un corazón de papel negro cada semana, durante un año. No tenía miedo de él, tenía miedo de mi sentimiento. Era más poderoso que Dios. Si alguna vez hubiéramos hablado pude haber quemado el lugar por completo. 

 


Nunca he visto un fantasma y no creo en ellos. Podría ver uno esta noche e incluso así no creería en fantasmas. Creería en ese fantasma.

 

 

La oscuridad lo posee todo, pero nuestro sol sale tan a menudo que pensamos que el universo es mitad oscuridad y mitad luz.

 

 

Escribo en defensa de las creencias que, me temo, parecen menos defendibles. Todo lo demás se siente como tarea.

 

 

Una de las ideas que menos me gustan acerca de la escritura es que debemos encontrar la voz propia como si estuviera dentro de nosotros, lista para ser encendida como una pianola. Al igual que el carácter, su existencia depende de la interacción con el mundo.

 

 

Cuando ya no esperé superar mis miedos, dejaron de ser una carga. La esperanza es la que hizo de ellos una carga.      

 

 

Llamarle fragmento a un pedazo de texto, o decir que está hecho de fragmentos, es decir que él o sus componentes alguna vez estuvieron completos, pero dejaron de estarlo.

 

 

Una mujer comienza el rumor de que me acosté con un hombre en la cama de otra mujer. Quince años después la busco en internet y me encuentro tres mug shots. En la primera es la linda pelirroja que recuerdo de la universidad (tal vez con un par de grietas en el esmalte), pero en la última está gorda, arruinada. Todavía no la perdono. La compadezco, pero no la perdono solo por ser lastimera. Odiarla es un acto de respeto.   

 

 

He escrito libros enteros con tal de evitar escribir otros libros.

 

 

Uno debe ser capaz de empatizar con un suicida, pero sin convertirse en uno.

 

 

Es preferible imaginar que los demás te odian a aceptar la propia insignificancia.

 

 

Hubo personas a las que deseaba tanto antes de tenerlas que la completa experiencia de tenerlas fue dolor por mi vieja hambre.



Nos escondemos a plena vista, en nuestros cuerpos.

 

 

Las madres deben haberles cantado a sus bebés incluso antes de que existiera la música como tal. Me pregunto qué pensaron de eso, cómo lo entendieron. Ese canto. 

 

 

Nada me parece más aburrido que la enésima reiteración de que el lenguaje no es suficiente para describir los matices del mundo. Por supuesto que el lenguaje no es suficiente. Aceptar eso es el punto de partida para aprovechar sus capacidades. Para incrementarlas.

 

 

Un amigo siempre da el mismo consuelo a quienes tienen miedo de publicar algún texto potencialmente vergonzoso. No te preocupes, susurra beatíficamente, nadie lo va a leer.

 

 

Me gusta la escritura irresumible, un núcleo que no puede ser condensado, que debe enunciarse exactamente como es.

 

 

Conservo tres tipos de libros: los que quiero leer, los que quiero releer y los que quiero abrir otra vez solo para comprobar lo malos que son.

 

 

La muerte revela lo que, de otra manera, habrías terminado. También lo que nunca habrías acabado. Encontré las notas de un libro en el que una mujer había estado trabajando por treinta años: dieciséis páginas.   

 

 

Cada dos o tres años decido escribir algo solo por dinero y trabajo en eso por un buen tiempo. Luego envuelvo su cadáver en plástico, lo sello en un contenedor y lo escondo debajo de la casa.

 

 

Más mala escritura de la vida real: intenté cruzarme con alguien cada día durante cuatro meses hasta que me di por vencida. Cuatro días después me lo encontré sin proponérmelo. Cuatro horas más tarde me lo encontré de nuevo, fuimos a cenar y compartimos un pedazo de pay.

 

 

En el largo momento después de haber completado un proyecto, a la deriva en un océano sin viento, vuelvo a la idea de cierto libro imaginario que nunca escribiré, una meta que jamás voy a alcanzar. Tan pronto como encuentro un proyecto nuevo, empujo el libro imaginario lejos de mí, más allá del horizonte, donde me esperará hasta la próxima vez que lo necesite.  

 

 

En realidad hay dos clases de personas: tú y todos los demás.

 

 

Los malos libros se venden; la gente tiene mal gusto. Los malos libros no se venden; la gente prefiere los grandes libros. Los grandes libros se venden; después de todo, son grandiosos. Los grandes libros no se venden; son demasiado grandiosos para ser entendidos. Los grandes libros se venden solo tras la muerte de sus autores. Estamos cómodos con todos esos clichés, aunque no puedan coexistir lógicamente.

 

 

Respeto a quien tuvo un solo éxito no por su éxito, sino por todos los días que debe haber sufrido intentando otro.

 

 

El problema de establecer metas es que trabajas constantemente para alcanzar lo que solías querer.

 

 

La felicidad comienza a deteriorarse una vez que la nombras.

 

 

Aquellos que reciben elogios por cualquier acto quedan lisiados por la adoración. Crecen atrofiados, marchitos, pierden el impulso para continuar. El elogio puede matar.

 

 

Solía perseguir las cosas que se acostumbran —sexo, drogas, barrios bravos— para disfrutar de la sensación de desperdiciar mi vida, de coquetear con el peligro. La maternidad finalmente sació ese apetito. Es una autodestrucción que jamás se detiene y de la que nadie se da cuenta.



Luego de convertirme en madre me siento, al mismo tiempo, más y menos sola. Me siento menos sola cuando considero a los otros anónimos, los miles de millones de desconocidos que han compartido esta soledad particular.

 

 

En lugar de patologizar cada singularidad humana, deberíamos decir: Por la gracia de dicho comportamiento, este individuo ha podido continuar.  

 


De 300 arguments (Graywolf Press, 2017)