—Enrico Baj. El arte moderno y contemporáneo ha sido atacado desde todos sus flancos, y por grandes intelectuales como Antonin Artaud, Roger Caillois, Claude Lévi-Strauss o, más recientemente, por Cornelius Castoriadis, Jean Baudrillard, Gilles Lipovetsky, Umberto Eco o Norbert Lynton. Pero, para los que dirigen el sistema del arte, es como si esos ataques no existieran.
Es la forma contemporánea de la democracia, que no
necesita recurrir a la censura porque los ataques no le causan ningún daño.
Incluso parece que las críticas y acusaciones refuerzan el sistema del arte,
como ocurre con el político, porque las críticas, al existir, demuestran que hay
espacio, cabida, para todos. Pero se trata de un espacio puramente virtual, al
ser sólo verbal y no poder llegar a controlar los recursos financieros, los
patrocinadores o toda la ideología del arte oficial.
Los comisarios y los críticos complacientes no
quieren confundirse con el público. El arte, como casi todo hoy en día, es
asunto de expertos, y el resto queda excluido o, como mucho, puede apuntarse a
las visitas guiadas, para enterarse de lo que hay. Giotto hablaba a todos.
—Paul Virilio. Al que ataca al arte moderno se le
considera un nostálgico, un conservador. Se rechaza la crítica, cuando la
crítica es el motor del arte y de toda verdadera renovación. Cuando Caillois y
Artaud critican algo, la crítica forma parte del arte. No puede decirse que
Artaud sea ajeno, extraño al arte. Cuando era joven, trabajé con Braque y con Matisse.
¡Son tantos los recuerdos, los objetos, las obras! No hablo por hablar, formo
parte del oficio. Pero lo politically
correct también llega al ámbito del arte. Me explico.
Ya no sólo el lenguaje debe ser correcto, sino que la
imagen también debe ser “ópticamente correcta”. La imagen correcta es la que el sistema fabrica, en sus catedrales, en sus
palacios del poder, que, en el caso del arte, son los museos. Las imágenes
deben ser eficaces. Se da, así, una suerte de darwinismo de las imágenes que se
impone desde la publicidad: las imágenes deben ser productivas, eficaces para
la marca. El lenguaje “políticamente correcto” se ha extendido así a la imagen,
a la óptica. Esta idea de una óptica
correcta porque eficaz es una deriva que puede traer consigo la desaparición
de la pintura, del dibujo, del grabado. ¿Qué es el darwinismo? Simplemente que
los más fuertes sobreviven. Es lo que ocurre ahora: ante la imagen “eficaz”, “espectacular”,
ante las proyecciones, los poderosísimos haces de luz, las video-instalaciones
o la alta definición, cualquier otra figuración, cualquier otra sensibilidad
óptica queda relegada, apartada en beneficio de lo que denomino el arte del motor, el arte de la
motorización, que abarca también las pantallas los pixeles, lo digital. Los
pintores ven reducidas las posibilidades de exponer, y lo que me resulta más
intolerable es la eliminación de determinadas formas de arte en beneficio de
otras más agresivas y violentas. Se elimina el pluralismo en beneficio del más
fuerte. Se tiende así a eliminar el resorte del arte y la técnica de la pintura
en beneficio de una hipertécnica hiperrealista. La alta definición y las
imágenes de dimensiones desmedidas producen una eficaz atracción óptica, son terrific, como dicen en Estados Unidos,
olvidando que el terror y el horror producen el mismo efecto.
De Discurso sobre el horror en el arte (Casimiro, 2010)
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