De un hombre libre
—Pelo
mi verga erecta y me la sobo,
no
en privado sino en la vía pública:
a
la vista de todos me la hago.
Por
aquí pasan todos y me ven
o,
más bien, hacen que no me ven,
o
cruzan sus miradas y sonríen.
No
lo quieren creer: que me la sobe
en
libertad, a la vista, los confunde;
“no
es posible”, “no existe”, “es fantasmal”.
Pero
esto está ocurriendo, como ocurre,
que
ellos están pasando frente a mí:
ellos
son los fantasmas, yo, todavía,
me
la siento, me turbo: sale el chorro.
De la negación
—Querido, no todo puede ser
perfecto,
puede ser para siempre; no
todo,
querido, puede ser amor y
amarnos.
Otras cosas la mujer precisa,
necesita, que le asegure un
hombre:
algún futuro, bienestar,
cobijo.
No todo puede ser felatio; no
todo puede ser trencito; no
todo
brincos y más brincos en la
cama.
Hay otras cosas: el hogar, los
hijos,
que tú no quieres darme, que tú
no estás en condiciones de
ofrecerme.
No todo puede ser eso que me
haces
y a mí tanto me gusta,
cunilingüis;
no todo puede ser tan divertido.
Hay otras cosas serias: el
trabajo
y porqué no un marido que bien
sepa
penetrarme vaginal, certero.
No todo puede ser pellizcos y
besos en mi culo; no todo ha de
ser
sabias caricias que enloquecen.
Necesito a este hombre a quien
fiel serle
en matrimonio: yo sé que podré
serlo,
que una excelente esposa podré
ser.
No todo ha de ser estar horas y
horas
reteniendo el orgasmo; no todo
puede ser jugar como dos niños.
Con ese otro hombre estoy
creciendo, adulta;
si te gustan mis tetas (ahora
más
grandes, más turgentes) a él se
lo debes.
No todo puede ser gozar eternos,
ser como Adán y Eva en el Edén,
menear el plectro y sonar la
flauta.
Con este hombre puedo hacerlo
todo
y sentirme mujer y tener casa:
¿entiendes de una vez lo que te
digo?
De un accidente
—Esa niña se ahoga más no es
blanca;
es oscura, seguro una ilegal:
traga agua y se la traga el
agua.
Estamos padeciendo, esta
invasión
de gente sospechosa por su raza
o subraza; gente oscura, sucia.
Está gritando, escuchemos cómo
grita,
acaso canta en su salvaje
estilo;
chillando está, no oírla es
imposible.
Entonces, veámosla, se aferra
a su pequeño salvavidas, su
juguete,
con el que entró a flotar en el
estanque.
Se agarra y chilla, chapotea,
se hunde
y ahora vuelve a salir; en todo
caso,
no es culpa nuestra lo que está
pasando.
Es culpa de ellos que vienen y
se quedan
trasgrediendo la ley de
migraciones,
¿qué culpa deberíamos sentir?
El mundo sería un edén con
gente blanca
de ojos celestes, si es
posible, y rubia;
pero esta gente del mundo hace
un infierno.
Vienen, llegan, se instalan
subrepticios,
se esconden, se aprovechan de
nosotros,
nos avanzan, acechan nuestra
sangre.
¿Qué hacer (ella se ahoga), la
salvamos?
¿Intentamos hacerlo?; manotea,
ya no hay tiempo, ha sido un
accidente:
ya ha desaparecido bajo el
agua.
De La risa canalla (o la moral del bufón) (Paradiso, 2004)
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