viernes, 20 de enero de 2017

Tres poemas de Linh Dinh



EN LA PLANTACIÓN DE ATAUDES

Fuimos alguna vez una raza muy alta, nuestros cuerpos excedían el largo de nuestros ataúdes.

Nos tomaba una eternidad cultivar esos buenos ataúdes. Mucha agua, sol y abono, para que cada uno madurara.

Aun los más pequeños ataúdes tienen compradores. Los ataúdes de formas extrañas también tienen compradores.

En este ataúd caben dos: una pareja casada, preferentemente, uno encima del otro. En este otro caben tres.

Aunque sean muy raros, los ataúdes rosas tienen todavía mucho valor. Los cazadores furtivos los arrancan del sueño en medio de la noche.



AZUL

En algunas lenguas la palabra “azul” no existe. En otras, la palabra “verde”. En mi lengua nativa la palabra “color” no existe.

Un hombre tiene todo en la vida, menos el color azul. Todo hubiera salido bien si no le hubiesen dicho de su falta. Después de eso, prometió destruir todo a su paso: hogar, país, confidentes, Dios, todos los otros colores…

Como no puedo pronunciar la palabra “azul”, cuando mis conversaciones la incluyen, siempre digo “rojo” en su lugar.



EL MAR

Hay navajas en su fondo.
Hay zuecos de madera.
La superficie del mar tiene pocas protuberancias.
Sobre sus raídos bordes hay tapetes de bienvenida.
Nos lanzamos sobre la borda, mientras gritamos:
“Seguramente una espátula a medio derretir está ahora cerca de nosotros”.
Nadamos tan rápido como pudimos,
antes de trepar a un cocodrilo,
antes de trepar a un yate lento,
antes de trepar a un submarino que emergía,
antes de trepar a un petrolero.
El capitán nos dio la mitad de una galleta salada,
dividida entre cien.
También nos alcanzó una toalla limpia,
antes de arrojarnos por la borda.
Nadamos tan rápido como pudimos,
dentro del corazón de iceberg,
dentro del par de zuecos,
dentro de la boca del molusco.




De Todo alrededor de lo que se vacía (Mantis, 2012)
Traducción de Luis Alberto Arellano

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