EN LA PLANTACIÓN DE
ATAUDES
Fuimos alguna vez una
raza muy alta, nuestros cuerpos excedían el largo de nuestros ataúdes.
Nos tomaba una eternidad
cultivar esos buenos ataúdes. Mucha agua, sol y abono, para que cada uno
madurara.
Aun los más pequeños
ataúdes tienen compradores. Los ataúdes de formas extrañas también tienen
compradores.
En este ataúd caben dos:
una pareja casada, preferentemente, uno encima del otro. En este otro caben
tres.
Aunque sean muy raros,
los ataúdes rosas tienen todavía mucho valor. Los cazadores furtivos los
arrancan del sueño en medio de la noche.
AZUL
En algunas lenguas la
palabra “azul” no existe. En otras, la palabra “verde”. En mi lengua nativa la
palabra “color” no existe.
Un hombre tiene todo en
la vida, menos el color azul. Todo hubiera salido bien si no le hubiesen dicho
de su falta. Después de eso, prometió destruir todo a su paso: hogar, país,
confidentes, Dios, todos los otros colores…
Como no puedo pronunciar
la palabra “azul”, cuando mis conversaciones la incluyen, siempre digo “rojo”
en su lugar.
EL MAR
Hay navajas en su fondo.
Hay zuecos de madera.
La superficie del mar
tiene pocas protuberancias.
Sobre sus raídos bordes
hay tapetes de bienvenida.
Nos lanzamos sobre la
borda, mientras gritamos:
“Seguramente una
espátula a medio derretir está ahora cerca de nosotros”.
Nadamos tan rápido como
pudimos,
antes de trepar a un
cocodrilo,
antes de trepar a un
yate lento,
antes de trepar a un
submarino que emergía,
antes de trepar a un
petrolero.
El capitán nos dio la
mitad de una galleta salada,
dividida entre cien.
También nos alcanzó una
toalla limpia,
antes de arrojarnos por
la borda.
Nadamos tan rápido como
pudimos,
dentro del corazón de
iceberg,
dentro del par de
zuecos,
dentro de la boca del
molusco.
De Todo alrededor de lo que se vacía (Mantis, 2012)
Traducción
de Luis Alberto Arellano
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