Gran parte de mi niñez parece
haber transcurrido en cuartos–
al menos en la memoria, las
persianas
bajadas para hacerla más oscura, el
haz de luz en la orilla de la
ventana.
Podía escuchar las abejas reunirse
afuera en las lilas, los pájaros
piando
mientras el sol, aún alto, comenzaba
a caer.
Era verano, en el cielo de un pueblo
pequeño,
los campos de heno cercanos, crujir
y rechinar
de las maderas, de las casas, de los
árboles, perros,
los ancianos hablando, el solitario
auto doblando en
alguna esquina distante de Elm
Street
mucho más allá del amplio prado.
Excavábamos cuevas o las
encontrábamos,
allá en el campo en los bosques.
Teníamos
chozas que construíamos después de
agitar
los árboles, para obtener ramas,
hacíamos
refugios como tipis, frondosos,
densos y
frágiles. La memoria es la cueva
en la que uno finalmente habita, se
arrastra
sobre manos y rodillas para entrar.
Si Mamá dice, no pintes
en las paginas del libro, no
colorees
a la pequeña persona en la imagen,
entonces
no lo haces a menos que el impulso,
la distracción
te lo manden y te vas flotando
en las alas de la fantasía, de la
visión persistente
de aquello que has visto aquí, justo
aquí,
en esta cautivadora página. ¿Puedo
usar el verde,
cuando termines? Qué se supone que
es eso,
alguien dice. Todos los niños se
juntan
en lo que fue un cuarto vacío
donde al menos uno intentaba
tomar una siesta, estar tranquilo,
no pensar
en nada más que en uno mismo.
*
Regresemos a la cueva, amigos,
y esta vez ¿lo haremos bien?
o tal vez apartado, era una
noche oscura y lluviosa cuando él
se alejó del grupo, puso
su magia a trabajar y en
un abrir y cerrar de ojos lo tuvo
ahí
el bisonte plasmado en la superficie
rocosa.
Me gusta creer que pensaron,
aunque al parecer no lo hicieron, al
menos
en algo, como, ¿dónde puso X los
huesos?
¿qué pasará después? ¿en verdad
ella, él o eso
me aman? Tal vez para eso son los
perros
pero no han quedado pruebas
que indiquen que los perros son el
mejor amigo de nadie, ¡ay!
Aún a pesar de todo aquí estamos,
aguantando,
Masacrando todo lo que encontramos,
dejando
huellas mucho más grandes que cualquier
viejo mastodonte.
¿Te parece chistoso? ¿Ser
posiblemente
la última criatura sobre la Tierra o
en el mejor de los casos
compañía de ratas y cucarachas?
¡Debes tener mucho sentido del
humor!
Como sea, ¿te has dado cuenta cómo
hoy en día todo
es retro? Como si algo hubiera
estado antes aquí–
o al menos esa es la historia. Yo
pienso que una imagen vale más
que mil palabras y yo sé que una
cueva se ajusta a cualquiera.
*
Casi como el ruido del motor de un
avión
que se desvanece o el sonido
distante de la carretera,
todo estaba aquí con suficiente
claridad
y nadie entra a la ligera en una
cueva,
ni siquiera para esconderse. Pero
hacer esas cosas
en la pared, contra tantas
limitantes,
trabajar en la oscuridad
intermitente,
ni siquiera una luz temblorosa
sostenida con firmeza,
todas esas persistentes
dificultades.
No les pagaban, no que sepamos,
y nadie parece haberlos forzado.
Hay un grupo ahí, huellas
de toda clase de personas, viejos
y niños incluidos. ¿Estarían en un
picnic? No hay nada que indique
que se trate de un suceso cotidiano,
recostado de espaldas con
las herramientas obtenidas del
trueque
cerca y a la mano. Intenta
recostarte en la oscuridad
en el piso de tu habitación y rueda
hasta llegar debajo de la cama y
dile a alguien que apague la luz.
Después, permanece ahí hasta que
alguien llegue.
O pinta bajo el colchón la última
cosa que recuerdes, el rostro de un
perro gruñendo
que casi te atrapa, o sólo lo que
piensas al pasar los minutos.
*
Arrastrándose a través de la odiosa
estrechez del paisaje, la altura de
la entrada, el largo, angosto y
serpenteante pasaje, la mente
oscila, la luz
de la lámpara oscila, deja que la
imagen proyecte
lo que pueda, lo que quiera, ve
la guerra como deseo, ve la vida
como un río,
ve árboles como un bosque, a la
familia como
otros, ve el respiro de un momento,
escucha el canto oculto del ave,
sigue,
sigue tímido, odiándose
explotando por dentro, arrastrándose
hacia adelante
imaginando que hay más, no tiene
tiempo,
tiene odio, terror, poder.
No hay luz al final del túnel.
*
El guía habla de música, de
estalactitas, estalagmitas formando
un supuesto xilófono, y un asunto
parecido a un baile de fin de semana
¿cada tres o cuatro mil años? Uno
mira y mira el tiempo
es la variable, la constante
como siempre el río, perdido en el camino,
a la deriva, gira y continúa.
El residuo es finalmente silencio,
interno, la propia mente obligada
a enfocarse, como una vieja cámara
fija en su función.
Como todas las buenas preguntas,
ésta parece no tener respuesta,
deja a un lado lo que llaman
humano. Se abre camino
y toma lo que encuentra
como propio y sigue su curso.
*
Otra vez hora de ir a la
cama, apaga la luz,
relájate, acomoda
la almohada e intenta dormir.
Mañana será otro día
como lo fue hace miles
y miles de años,
incontables generaciones, incluso
las piedras parecen haber cambiado.
Los huecos en el tiempo,
los tiempos que no puedes registrar,
el esfuerzo que tomó todo
incluso crear esas imágenes,
los significados aún confusos
aunque uno reconoce
el motivo, algo se debe haber
perdido, olvidado.
Simplemente nadie enciende la luz.
Uno mismo se convierte en imagen.
El eco vuelve,
comienza de nuevo lo que terminó
justo en el momento en que fue
dicho.
Nadie puede atraparlo, encontrar
algún lugar en el que nunca estuvo
con amigos que nunca tuvo.
Aquí es donde se conecta,
ningún significado que uno pueda
conocer. Aquí es donde
uno entra y esto es lo que hay que
encontrar
más allá de cualquier idea o hábito,
un espacio curvo, oscuro, la piedra
y lo que sobrevive de lo que queda.
De En la tierra (Textofilia, 2008)
Traducción de Tania Favela y Jahel Leal Merediz
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