MALAHIERBA
Algo
llega al mundo sin ser bienvenido
y llama al desorden, al desorden.
Si tanto me odias
no te molestes en buscar
un nombre para mí: ¿necesitas
acaso un desdoro más
en tu lenguaje, otra
manera de culpar
a la tribu por todo?
Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo.
Yo no soy el enemigo.
Sólo soy una treta para ignorar
lo que ves que sucede
aquí mismo en esta cama,
un pequeño paradigma
del fracaso. Una de tus preciosas flores
muere aquí casi a diario
y no podrás descansar
hasta enfrentarte a la causa, es decir,
a todo lo que queda,
a todo aquello que es más fuerte
que tu pasión personal.
No estaba escrito
permanecer para siempre en este mundo.
Pero por qué admitirlo, si puedes seguir
haciendo lo de siempre,
lamentándote y culpando,
las dos cosas a la vez.
No necesito que me alabes
para sobrevivir. Llegué aquí primero,
antes que tú, antes
de que sembraras un jardín.
Y estaré aquí cuando el sol y la luna
se hayan ido, y el
mar, y el campo extenso.
Y yo conformaré el campo.
MAITINES
Inalcanzable padre, cuando fuimos expulsados
por primera vez del paraíso, construiste
una réplica, un lugar en cierto modo
diferente, destinado a ofrecer
una lección; por lo demás
era el mismo: belleza en ambos lados,
belleza sin alternativa. Salvo que nunca
supimos cuál era esa lección. Abandonados,
nos hartamos unos de otros. Siguieron
años de tiniebla; nos turnamos
para trabajar en el jardín, las primeras
lágrimas colmaron nuestros ojos
como la tierra nublada con pétalos, algunos
de un rojo muy oscuro, algunos color carne.
Nunca pensamos en ti,
a quien todos aprendimos a adorar. Simplemente
supimos que no es propio de la naturaleza humana
amar sólo aquello que nos devuelve amor.
De El iris salvaje (Pre-Textos, 2006)
Traducción de Eduardo Chirinos
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