CANCIÓN DEL EMIGRADO
En ciudades ajenas
venimos al mundo
y las llamamos patria,
mas breve es
el tiempo concedido para
admirar sus muros y sus torres.
Caminamos de este a
oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del
cual, como en el circo
salta ágilmente un león
domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de
viejos maestros
y, sin asombro, en añejos
cuadros vemos
nuestros propios rostros.
Habíamos existido
antes, e incluso
conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las
palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los
últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a
Dios, varios lustros
más joven que ellos y,
como ellos,
impotente. En ciudades
ajenas
permaneceremos, como los
árboles, como las piedras.
UNA MAÑANA EN VICENZA
En memoria de Josif
Brodsky y Krzysztof Kieslowski
El sol era tan tierno,
tan delicado,
que hasta temíamos por
él; un ademán incauto
podía rayarlo, incluso un
grito -si alguien hubiera
querido gritar- lo habría
puesto en peligro; tan sólo a las veloces golondrinas
de alas duras, como de
hierro fundido,
se les permitía silbar en
alta voz, porque vivieron su infancia
breve, en la inquietud de
sus nidos de barro,
junto a sus hermanos,
pequeños planetas locos,
negros como bayas
silvestres.
En un pequeño café un
mozo soñoliento —bajo sus ojos
las últimas sombras de la
noche acumuladas— buscaba calderilla
en su bolsillo sin fondo,
y el café olía a solemnidad
de tinta de impresión, a
dulzura y a Arabia. El azul del cielo prometía
una larga tarde, un
infinito día.
Te estaba mirando como si
te viera por primera vez.
Y hasta las columnas de
Palladio tenían aspecto
de recién nacidas, de
recién surgidas de las olas del alba
como Venus, tu compañera
mayor.
Empezar de nuevo, contar
las pérdidas, contar a los caídos,
empezar el nuevo día,
aunque ya no estéis, tú,
a quien dos veces
enterramos y lloramos dos veces,
—viviste una vida dos
veces más intensa que otros, en dos continentes,
dos idiomas, en la
realidad y en la imaginación— y tú, de cara afilada
y una mirada que hacía
crecer los objetos y los corazones (siempre demasiado pequeños).
No estáis, y por eso
llevaremos a partir de ahora una doble vida,
en la luz y en la sombra
a la vez, en el sol estridente del día,
en la frescura de los
pasillos de piedra, en el duelo, en la alegría.
SOBRE LA NATACIÓN
Los ríos de este país son
dulces
como el canto de los
trovadores,
el sol pesado camina
hacia el poniente
en carros amarillos y
circenses.
En las pequeñas iglesias
rurales
la tela del silencio se
revela, tan antiguo
y tan justo, que hasta el
aliento
puede desgarrarla.
Me gusta nadar en el mar,
porque no cesa
de hablar consigo mismo
con voz monótona, de
caminante
que no recuerda
cuánto tiempo hace ya que
partió.
Nadar es como un rezo:
las manos se separan y se
juntan,
se juntan y separan,
casi hasta el infinito.
De Poemas escogidos (Pre-Textos, 2005)
Traducción de Elzbieta Bortkiewicz
No hay comentarios:
Publicar un comentario