viernes, 21 de diciembre de 2012

Tres poemas de Adam Zagajewski



CANCIÓN DEL EMIGRADO

En ciudades ajenas venimos al mundo
y las llamamos patria, mas breve es
el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.
Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda
el gran aro del sol
ardiente, a través del cual, como en el circo
salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas
contemplamos las obras de viejos maestros
y, sin asombro, en añejos cuadros vemos
nuestros propios rostros. Habíamos existido
antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,
nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia
ortodoxa de París los últimos rusos blancos,
encanecidos, rezan a Dios, varios lustros
más joven que ellos y, como ellos,
impotente. En ciudades ajenas
permaneceremos, como los árboles, como las piedras.



UNA MAÑANA EN VICENZA

                                En memoria de Josif Brodsky y Krzysztof  Kieslowski

El sol era tan tierno, tan delicado,
que hasta temíamos por él; un ademán incauto
podía rayarlo, incluso un grito -si alguien hubiera
querido gritar- lo habría puesto en peligro; tan sólo a las veloces golondrinas
de alas duras, como de hierro fundido,
se les permitía silbar en alta voz, porque vivieron su infancia
breve, en la inquietud de sus nidos de barro,
junto a sus hermanos, pequeños planetas locos,
negros como bayas silvestres.

En un pequeño café un mozo soñoliento —bajo sus ojos
las últimas sombras de la noche acumuladas— buscaba calderilla
en su bolsillo sin fondo, y el café olía a solemnidad
de tinta de impresión, a dulzura y a Arabia. El azul del cielo prometía
una larga tarde, un infinito día.
Te estaba mirando como si te viera por primera vez.
Y hasta las columnas de Palladio tenían aspecto
de recién nacidas, de recién surgidas de las olas del alba
como Venus, tu compañera mayor.

Empezar de nuevo, contar las pérdidas, contar a los caídos,
empezar el nuevo día, aunque ya no estéis, tú,
a quien dos veces enterramos y lloramos dos veces,
—viviste una vida dos veces más intensa que otros, en dos continentes,
dos idiomas, en la realidad y en la imaginación— y tú, de cara afilada
y una mirada que hacía crecer los objetos y los corazones (siempre demasiado pequeños).
No estáis, y por eso llevaremos a partir de ahora una doble vida,
en la luz y en la sombra a la vez, en el sol estridente del día,
en la frescura de los pasillos de piedra, en el duelo, en la alegría.



SOBRE LA NATACIÓN

Los ríos de este país son dulces
como el canto de los trovadores,
el sol pesado camina hacia el poniente
en carros amarillos y circenses.
En las pequeñas iglesias rurales
la tela del silencio se revela, tan antiguo
y tan justo, que hasta el aliento
puede desgarrarla.
Me gusta nadar en el mar, porque no cesa
de hablar consigo mismo
con voz monótona, de caminante
que no recuerda
cuánto tiempo hace ya que partió.
Nadar es como un rezo:
las manos se separan y se juntan,
se juntan y separan,
casi hasta el infinito.



De Poemas escogidos (Pre-Textos, 2005)
Traducción de Elzbieta Bortkiewicz

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