martes, 25 de diciembre de 2012

Tres poemas de José Watanabe



EL FÓSIL

La vida en ti fue un pez de 20 centímetros.
Tu remoto latido, hoy petrificado,
vive ahora en mi cuerpo
                tan inverosímil como el tuyo.

Tú ya no puedes mirarte ni mirarme, no sabes
lo extraño que es ser pez u hombre.
Somos, te digo, inverosímiles, caprichos
de una madre delirante
que cuaja infinitas e insensatas formas en el mar
                y la tierra.

El ruido alegre de los niños en el museo
que se empinan a mirar otros fósiles
interrumpe mi habitual pesimismo,
                y me enternece:
después de todo, pescadito,
                tal vez alguna razón existe.



LA PIEDRA DEL RÍO

Donde el río se remansaba para los muchachos
se elevaba una piedra.
No le viste ninguna otra forma:
                sólo era piedra, grande y anodina.

Cuando salíamos del agua turbia
trepábamos en ella como lagartijas. Sucedía entonces
algo extraño:
                el barro seco en nuestra piel
acercaba todo nuestro cuerpo al paisaje:
                el paisaje era de barro.
En ese momento
la piedra no era impermeable ni dura:
                era el lomo de una gran madre
que acechaba camarones en el río. Ay poeta,
otra vez la tentación
                de una inútil metáfora. La piedra
era piedra
y así se bastaba. No era madre. Y sé que ahora
asume su responsabilidad: nos guarda
en su impenetrable intimidad.

Mi madre, en cambio, ha muerto
                y está desatendida de nosotros.



LA PIEDRA ALADA

El pelícano, herido, se alejó del mar
                y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus
                huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.  
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
                como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
                el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
                               pero no hacerla volar.



De La piedra alada (Pre-Textos /  Bajo la luna, 2009)

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