EL PASTO
Me voy al
pasto a desbrozar la fuente;
a
rastrillar las hojas, nada más
(y ver si
aclara el manantial, quizás):
No tardaré.
Ven tú también.
Me voy en
busca del becerro nuevo
junto a su
madre. Apenas ha nacido;
se tambalea
porque ella lo ha lamido.
No tardaré.
Ven tú también.
REPARAR EL
MURO
Algo hay
que no es amigo de los muros,
que hincha
la tierra helada y los socava,
que arroja
al sol las piedras desde el borde
y abre
brechas por donde caben dos.
Los
cazadores ya son otra cosa:
ha seguido
sus pasos, reparando
donde no
han dejado piedra sobre piedra
persiguiendo
el conejo en su guarida
por alegrar
la jauría. Las otras brechas
nadie las
ve formar, ni hay rumor de ellas,
pero ahí
están cuando hay que repararlas.
Se lo
anuncio al vecino tras la cuesta;
un día, en
la línea divisora,
nos
encontramos a rehacer el muro.
Lo formamos
entre ambos, paso a paso.
A cada cual
las piedras que le tocan,
las
ovaladas, las bolas tan redondas
que cuesta
hechizos fijarlas en su puesto:
“¡No se
muevan hasta vernos las espaldas!”
Se
destrozan los dedos con asirlas.
Cierto, es
juego campestre, como tantos,
uno contra
uno. A más no viene:
donde
vivimos no hace falta muro:
lo suyo es
pino, lo mío manzanares.
Mis
manzanos, le digo, no amenazan
comerse las
piñas de sus pinos.
Sólo
responde, “Buen muro, buen vecino.”
La
primavera me azuza, y me pregunto
Si quizás
le penetro el pensamiento:
“¿Por qué
hace buen vecino? ¿No se trata
de donde
hay vacas? Pero aquí no hay vacas.
Antes de
levantarlo, yo quisiera
saber a
quién incluyo, a quién excluyo,
a
quién, quizás, ofendo con el muro.
Algo hay
que no es amigo de los muros,
que quiere
derrumbarlos”. Pienso “duendes”
pero no hay
tales duendes, y quisiera
que él le
pusiera nombre. Allá lo veo,
con una
piedra empuñada en cada mano,
como un
salvaje troglodita armado.
La sombra
en que se mueve me parece
más que
sombra de selvas o de ramas.
No indaga
el estribillo de su padre,
y tanto le
place haberlo recordado
que repite,
“Buen muro, buen vecino.”
AL
DETENERSE ANTE UN BOSQUE DURANTE UNA NOCHE NEVOSA
Este bosque,
creo saber de quién será.
Su casa
está en la aldea, no me verá
detenerme ante
su bosque silencioso,
viendo la
nieve que al fin lo colmará.
Sin duda mi
potrillo está curioso,
tan lejos
de la granja, al verse ocioso
entre este
bosque y ese lago helado
en el nadir
del año tenebroso.
Se sacude;
el arreo cascabelado
tintinea,
como un decir –Amo, ¿has errado?–
y no hay
otro sonido que el pequeño
silbar de
viento suave y copo alado.
El bosque
es bello, oscuro, hondo, halagüeño,
pero di mi
palabra y tengo empeño,
y hay
millas por viajar antes del sueño,
y hay
millas por viajar antes del sueño.
De Algo hay que no es amigo de los muros (Conaculta / El Tucán de Virginia, 2014)
Traducción de Rhina P. Espaillat
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