jueves, 1 de diciembre de 2016

Tres poemas de Robert Frost



EL PASTO

Me voy al pasto a desbrozar la fuente;
a rastrillar las hojas, nada más
(y ver si aclara el manantial, quizás):
No tardaré. Ven tú también.
Me voy en busca del becerro nuevo
junto a su madre. Apenas ha nacido;
se tambalea porque ella lo ha lamido.
No tardaré. Ven tú también.




REPARAR EL MURO

Algo hay que no es amigo de los muros,
que hincha la tierra helada y los socava,
que arroja al sol las piedras desde el borde
y abre brechas por donde caben dos.
Los cazadores ya son otra cosa:
ha seguido sus pasos, reparando
donde no han dejado piedra sobre piedra
persiguiendo el conejo en su guarida
por alegrar la jauría. Las otras brechas
nadie las ve formar, ni hay rumor de ellas,
pero ahí están cuando hay que repararlas.
Se lo anuncio al vecino tras la cuesta;
un día, en la línea divisora,
nos encontramos a rehacer el muro.
Lo formamos entre ambos, paso a paso.
A cada cual las piedras que le tocan,
las ovaladas, las bolas tan redondas
que cuesta hechizos fijarlas en su puesto:
“¡No se muevan hasta vernos las espaldas!”
Se destrozan los dedos con asirlas.
Cierto, es juego campestre, como tantos,
uno contra uno. A más no viene:
donde vivimos no hace falta muro:
lo suyo es pino, lo mío manzanares.
Mis manzanos, le digo, no amenazan
comerse las piñas de sus pinos.
Sólo responde, “Buen muro, buen vecino.”
La primavera me azuza, y me pregunto
Si quizás le penetro el pensamiento:
“¿Por qué hace buen vecino? ¿No se trata
de donde hay vacas? Pero aquí no hay vacas.
Antes de levantarlo, yo quisiera
saber a quién incluyo, a quién excluyo,
a quién,  quizás, ofendo con el muro.
Algo hay que no es amigo de los muros,
que quiere derrumbarlos”. Pienso “duendes”
pero no hay tales duendes, y quisiera
que él le pusiera nombre. Allá lo veo,
con una piedra empuñada en cada mano,
como un salvaje troglodita armado.
La sombra en que se mueve me parece
más que sombra de selvas o de ramas.
No indaga el estribillo de su padre,
y tanto le place haberlo recordado
que repite, “Buen muro, buen vecino.”




AL DETENERSE ANTE UN BOSQUE DURANTE UNA NOCHE NEVOSA

Este bosque, creo saber de quién será.
Su casa está en la aldea, no me verá
detenerme ante su bosque silencioso,
viendo la nieve que al fin lo colmará.

Sin duda mi potrillo está curioso,
tan lejos de la granja, al verse ocioso
entre este bosque y ese lago helado
en el nadir del año tenebroso.

Se sacude; el arreo cascabelado
tintinea, como un decir  –Amo, ¿has errado?–
y no hay otro sonido que el pequeño
silbar de viento suave y copo alado.

El bosque es bello, oscuro, hondo, halagüeño,
pero di mi palabra y tengo empeño,
y hay millas por viajar antes del sueño,
y hay millas por viajar antes del sueño.




De Algo hay que no es amigo de los muros (Conaculta / El Tucán de Virginia, 2014)
Traducción de Rhina P. Espaillat

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