lunes, 26 de diciembre de 2016

Tres poemas de Germán Carrasco



OTRA REFLEXIÓN SOBRE EL TERREMOTO Y EL TSUNAMI
(DESGRABADA LETRA POR LETRA DE UNA CHARLA EN UN TALLER)

El poema largo es una torre de naipes
en donde no importa que algunas cartas
estén reparadas con cinta adhesiva
o viejas. Si se sostiene en pie, todo bien,
difícil tarea sin embargo. La lección poundiana
de la tensión y la concentración de energía
corre igual para poemas breves o extensos,
tenues o acerados
y se nos olvida a casi todos.
¿Querría algo así como un estallido, orgasmo
una especie de ko verbal el viejo?
¿O el poema dado del que hablaba Levertov?

Poema dado por quién: por dios,
¿por quién más si no? Casi todos terminan ahí
o en una conjunción parecida al amor
en sus tres primeros meses que a todo esto
se parecen bastante a una torre de naipes
por el cuidado o el azar o lo frágil.

Energía y no fuerza, claro está
meditación y cacería, todos sabemos
excepto a la hora de los quiubos.

En un poema breve no puede haber cinta adhesiva
y las arrugas en una carta delatan de inmediato la jugada.
Pero quizás un poema extenso
son poemas breves en pandilla
igual de efectivos en su invasión de ninjas
aunque reunidos con pegamento, moco a veces
–la prosa que sobra, los dispositivos transicionales
y todas esas arrugas y parches que, como en el póker
o en la ropa para la reunión importante,
no deben notarse–. Ese pegamento
a veces es temático y a veces otra cosa,
otro clúster de cosas que desembocan muchas veces
en el preciado silencio
mejor será
siempre, amén.

Kim Deal decía que si uno escribe canciones
es fácil hacerlo, el asunto
es componer algo que sientas
y que quieras interpretar ad infinitum
con el mismo entusiasmo del momento
de la composición.

Pero, qué tanto, hasta la nota circunstancial
o el garabateo en libreta a veces
cumplen el requisito del poema. Hoy escuché
en el metro por ejemplo…




LA MIEL ES EL ÚNICO PEGAMENTO
–a boy asleep–

Te dormiste con un cuento abierto,
El pato y la muerte de Erlbruch.
Tu padre y madre se miran
y luego coronan su emoción
con caricias y un orgasmo áfono.

A los cinco años no se necesita huir
a otros mundos
–sólo los adultos necesitan la ficción–

pero dormirse con un cuento abierto
es síntoma femenino y receptivo
que garantiza un futuro leve

aunque ronda siempre la imagen
de una violencia y un miedo
esenciales e indelebles.

Imagen de cisne negro:
duerme el occiso sobre el manubrio
y presiona con su frente la bocina,
eterna baliza del infierno.

Pero Debussy o alguno de esos
llevó de la mano a tu madre
desde la vigilia a los sueños
por la niebla del parque Forestal
en la nave espacial de su plácido sofá.
Te aviso que la deseo tanto como tú.

Ingresar a la muerte debería ser
un fundido tenue,
un cambio de tema inadvertido
entre personas que sin nervios ni ambiciones
hablan de cómo sobrevivir
con poco, algo así.

El cine y los versos aspiran a prolongarse
fuera de la página o la sala
por eso uno distingue más cosas
–pavesas, por ejemplo–
al concluir ciertas lecturas.

Terminar las páginas y permanecer
en el estado de los versos,
salir del cine y ver
la realidad que se suele pasar de largo
con el tempo y tono de esos planos.

Algo como eso deben pensar ellos
cuando te ven dormir.




 ME SALE UNA COSA SUPER RARA DE LA CABEZA

Todo bien por esos tiempos
cumplía resistía ganaba
pero durante la noche
por un orificio de mi cabeza
me salía un líquido espeso
como petróleo usado
como tinta de cartucho no original
y tenía un olor mareador
no especialmente desagradable
pero extraño.

Cerraba el baño con llave.
Abrazaba el wáter o el lavabo
y dejaba que empezara
la gotera luego el chorro luego
tiraba la cadena o daba el grifo,
me bañaba y quedaba
sereno, con sueño, renovado.

Me acuerdo ahora y pienso
qué habría pasado si en ese trámite
me hubiera encontrado el terremoto.

Quizás habría salido con la cara
como la de una modelo llorona
o la de un soldado carapintada
del tiempo de mi adolescencia;
habría salido, sereno, claro está,
pero con la cara y la camisa
como dálmatas.

Oye qué tienes en el rostro.
Y qué habría respondido yo.

Habrá pasado cosa de un año
desde que me pasaba eso. Nunca
antes lo había contado.



De Mantra de remos (Alquimia Ediciones, 2015)


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