COMEDERO DE PÁJAROS
En invierno pones en el jardín un comedero
de pájaros y observas que lo atiborran solo
los grandes y los fuertes, que a los más débiles
no los dejan ni acercarse. Así que pones
en el comedero más alimento, para que haya bastante
para todos, pero los pájaros chicos siguen
hambreando, caen en la nieve y mueren.
Luego haces más comederos, pero los grandes
pájaros se reparten uno para cada uno y
ahuyentan a los pájaros chicos. Eso te enfurece
y cada vez que ves un pájaro grande, intentas
ahuyentarlo, pero primero salen colando los pájaros chicos
asustados, y luego toma más tiempo
que se atrevan a volver. Al final,
harto de todo, tomas una escopeta y
empiezas a dispararles a los pájaros grandes. Pronto
no hay más, pero los intermedios se vuelven malignos;
los comederos se van quedando vacíos, los pájaros
los evitan, te parece
que no hay vuelta atrás. Un buen día
recuerdas que al fin y al cabo solo
querías alimentar a los pájaros.
PUNTO
El error del primer montañista, que
hizo errar a los siguientes montañistas,
sus errores, que llevaron al
primer aviador y a todos los aviadores
y astronautas a elevarse cada vez
más arriba, a ascender hasta la luna,
a viajar a las estrellas y experimentar cómo
el mundo desaparece, cómo es un solo plato
infantil embadurnado, luego un pequeño, muy
pequeño punto, demasiado pálido como para contemplarlo
con orgullo, demasiado frágil como para que sea seguro
volver, un punto flotando en la nada que puede
apagarse sin más o volar hacia algún lado, un punto
despreciable, casi una mancha fastidiosa y congénita;
en cualquier momento llegará alguien con una goma de borrar
o llamará por teléfono a la tintorería.
COSAS MUERTAS
Sabes que puede ser peligroso aunque solo
tanteas. Con un contacto tan
insignificante puedes perforar algún tímpano, vaciar
algún ojo o arruinar algo aún más
sensible. Algunos sin duda se
acostumbran y simplemente dicen: cosas
muertas. Pero aunque un segundo atrás estaban
tibias de algún modo y de algún
modo respiraban, tal vez incluso
veían y oían, en todo caso estaban vivas.
Hasta que les tocó en suerte un contacto imprevisto,
una mirada o una condena. Pero algunos
se acostumbran y dicen: cosas muertas.
De La moneda de plata (Gog y Magog, 2010)
Traducción de María Florencia Ferre y Mojca Jesenovec
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