domingo, 10 de noviembre de 2019

Jacques Prévert - El elefante marino





Ese es el elefante del mar, pero él no lo sabe. Ser un elefante de mar o un caracol de jardín para él no tiene ningún sentido. Se burla de esas cosas, no quiere ser nadie importante.

Está sentado sobre la barriga, porque se encuentra cómodo de ese modo: cada cual tiene derecho a sentarse como le plazca. Está muy contento porque el cuidador le da peces, peces vivos.

Todos los días come kilos y kilos de peces vivos. Para los peces es una tragedia, porque después están muertos, pera cada cual tiene derecho a comer lo que le guste.

Los come sin remilgos, muy deprisa, mientras que el hombre, cuando come una trucha, la echa antes en agua hirviendo y después de comerla sigue hablando de ella durante días y días, y hasta por años.

—Ah, qué trucha, amigo, te acuerdas, ¿verdad?
Etcétera, etcétera.

Él, el elefante marino, come con sencillez, y tiene ojos bonitos, pero cuando se enfada, su nariz en forma de trompa se dilata y asusta a todo el mundo.

El cuidador no le hace daño. ¡Nunca se sabe lo que puede pasar! Si todos los animales se enfadaran, protagonizarían una buena historia. Se lo pueden imaginar, amiguitos, el ejército de los elefantes de tierra y de mar llegando a París. ¡Un auténtico caos!

El elefante marino no sabe hacer otra cosa más que comer peces, pero es algo que hace muy bien. Parece ser que, antiguamente, había elefantes marinos que hacían malabarismos con armarios, pero resulta imposible saber si es verdad… ¡Ya nadie quiere prestar el suyo para comprobarlo!

El armario podría caerse, el espejo romperse y eso sería muy costoso; porque al hombre le gustan mucho los animales, pero le tiene más cariño a sus muebles.

El elefante marino, cuando no lo molestan, es feliz como un rey; mucho más feliz que un rey, porque puede sentarse sobre la barriga cuando le da la gana, mientras  que el rey, incluso en el trono, siempre está sentado sobre su trasero.



De Cuentos para niños no tan buenos (Libros del Zorro Rojo, 2017).
Traducción de Juan Gabriel López Guix.
Ilustración de Elsa Henriquez.

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