jueves, 6 de diciembre de 2018

Gonçalo M. Tavares - Notas sobre música




Es evidente que la expresión "orejas largas" no resulta solo de una descripción anatómica. Orejas largas es aquel que sabe escuchar.

En la China antigua, los hombres de "orejas largas" eran considerados sabios, y los taoístas hablan de la capacidad, que algunos hombres tienen, de recibir una "luz auricular". Esa es también una bella definición de música.


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Se absorbe la música como se absorbe algo que está en el aire y no se ve. Es, de hecho, una sustancia —y esa sustancia sonora puede tener una carga triste, alegre, neutral, melancólica o excitante. Y son raras las sustancias del mundo capaces de provocar reacciones tan distintas.


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El sonido, nótese, es siempre una energía que recorre un itinerario laberíntico.

El oído humano está hecho para oír música y no por casualidad su estructura interna no es una línea recta, al contrario: es curva y contracurva, contracurva y curva.

Y en el laberinto ocurre esa cosa rara: avanzar es muchas veces lo mismo que andar para atrás.


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El laberinto, retrasando lo que viene de afuera, da tiempo para que el cerebro se prepare para la llegada del sonido.


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Oír es una forma sutil de voltear nuestro cuerpo hacia un lado. Si oigo el sonido que viene de mi derecha, aunque no voltee mi cuerpo hacia allá, ya está mentalmente inclinado hacia mi lado derecho. Eso.


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Decidir a qué sonido dar atención es, al final, decidir a qué volumen poner las distintas partes del mundo. Es una decisión importante.


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¿Qué hacemos cuando a nuestro oído llega una música informe, con melodías que nos dejan atontados, nos desequilibran, nos hacen caer, nos hacen pedir una silla para sentarnos? He aquí lo que hacemos: desistimos y decimos: eso no es música, es ruido. O entonces intentamos dar forma a este informe/disforme. Intentamos hacer cuadrados en lo que es caótico, hacer triángulos, rectángulos y circunferencias en lo que parece tener más de mil lados.


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¿Cómo es que un sonido deja de estar loco? ¿Cómo es que un sonido deja de ser delirante? Exactamente como una persona deja de estar loca. Cuando algo o alguien la comprende, la escucha y le dice de forma clara y sincera: te entiendo. Entender al loco es ya curarlo, es dejar de considerarlo loco.


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Conducidos por un músico arqueólogo, mil hombres comienzan a excavar la tierra en busca de un sonido. En busca, por lo tanto, de cualquier cosa que no tenga ancho, largo y espesor. Hombres que excavan no para encontrar viejas piezas, tesoros, huesos que expliquen la extinción de los dinosaurios —pero que excavan, simplemente, para intentar encontrar una música.


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He aquí el fósil que todos quieren, el más raro, aquel que registra lo que los antiguos cantaban y silbaban.


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De hecho, qué pena no saber qué cantaba el primer Homo sapiens.


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La música es, de cierta manera, muda en términos de lenguaje. Los sonidos no hablan, existen como un elemento físico que aparece un instante y de inmediato desaparece —como una piedra que existiera, ocupara espacio y tuviera peso, pero solamente durante un microsegundo— para pronto desaparecer.
Una piedra efímera, he aquí el sonido; una piedra momentánea, he aquí el sonido. Y esto es raro, claro.

Y la partitura (para quien la sabe leer) puede ser vista, entonces, como el anuncio de esa piedra efímera, la amenaza de su aparición.


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El final de un concierto, la extraña sensación de que la orquesta —que hace mucho abandonó el espacio y se retiró a bambalinas— continúa, al final allí, tocando en pleno espacio vacío.

¿Cuándo es que termina de sonar aquello que escuchamos? ¿Cuándo es que se cierra en los oídos el sonido? Como si existieran, de hecho, dos duraciones distintas de una música —una colectiva, pública, y otra individual y privada.


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Que la música anuncie el mal o el bien, la violencia o el tedio, el placer o el dolor que duele mucho en el lugar equivocado, que anuncie todo y cada cosa en particular, pero que jamás anuncie la nada —he aquí lo que se pide a la música.


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¿De qué sentirías más falta, perdiendo la audición? ¿De las informaciones que te darían por intermedio de la voz?

A esta respuesta posiblemente, después de mucho pensar, responderíamos: la gran pérdida sería la música. Porque la información sonora puede ser sustituida por otros varios tipos de información —información escrita, etc. Ahora bien, la música, esa, no puede pasar para otro medio. No es información. Si te vuelves sordo, perderás la música.



De Breves notas sobre música & breves notas sobre literatura-bloom (Matadero, 2018)
Traducción de María Alzira Brum



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