sábado, 8 de diciembre de 2018

Cinco poemas de María Negroni




BIOGRAFÍA

Me llamo Emily. Nací en Nueva Inglaterra, un 10 de diciembre muy blanco y altivo, y otra vez blanco. Mi padre nos leía la Biblia con ojos de Pentateuco, afirmando que ese libro, que es el Libro de los Libros, contiene cuanto existe de inhallable en lo real. Tuve que buscar cómo engendrarme de algún modo, recurrir al silencio que es nido muy vacío, muy en paz. Así inventé los bosques, el desquiciado mundo, la antigüedad del agua. Esa fue mi forma de partir. Aún no he regresado.  



PELIGRO

Yo no quería depender de un solo ser. Me hubiera muerto de temblor, de espera. Preferí balbucear como una idiota en el jardín manchado de lenguaje, esperar su sentencia —de Muerte— con mi laúd de música mía. Yo quise que la mente dictara las palabras, no lo oscuro que sentía. Yo quería ver Amherst a la luz de septiembre, cuando el aire deja de ser aire y la boca está plena de lo que no tuvo. Dulce vino mucho que se da de beber, siempre más, en el bosque de al lado. Nada como una música que no se puede tocar.



CONJUGACIONES

Jugaba – jugabas – jugaba – jugábamos – jugaban – jugaban.
Los niños dejan el sol en la taza y se van a cazar el tesoro que nadie —jamás— sabrá traducir.



DESASTRE

En la exclusión que empieza —pero sigue— en el Jardín del Goce, poner en ascuas la cabeza, aguda y resfriada. Y después, en sociedad austera, aprender a olvidar también cantando. Es noche plena: palabra en metro que viene de tan lejos, breve cárcel. Dura ley cubrir con frialdad la frialdad, con estilo la ausencia, con poemas sin mundo el mundo. ¿Con qué alarido mudo iré al encuentro de lo que no pudo ser?



AMÉN

Que la vida me encuentre cubierta de harapos, con los ojos cóncavos. Que me sueñe menguante, sin la ayuda de gente —vertical— o dichosa.
Que no creer nada sea mi fe, mi éxtasis más hondo extinguirme.
Que arneses me arrastren hacia el gran trabajo.
Que unos cuantos niños de oraciones blancas.
Que los más de los días.
Que el barullo
y la gracia.



De Archivo Dickinson (La Bestia Equilátera, 2017)

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