miércoles, 6 de diciembre de 2017

Tres poemas de Peter Semolic



CHARLA DE ATARDECER

A veces, cuando estoy aburrido,
charlo con Dios.
Juntos observamos los dibujos del linóleo,
su rítmica repetición
en el suelo de la cocina.

En estas manchas, digo,
puedes reconocer un oso,
en estas, un gato,
y si le quitas el sombrero
a este hombre gracioso,
se ve una cabeza de león.

Torpemente repite tras de mí:
Oso, gato…
Cada vez que encuentra una imagen semejante
junto al aparador o bajo la ventana
se sorprende de nuevo.

¿Ves esta línea
que parte en dos el piso?
Cuánta disonancia mete en las figuras.
Acá podría haber un bisonte,
pero sólo salió un mutilado
lomo de caballo.

Bisonte, lomo de caballo…
Deletrea como un niño en su primera lectura,
horrorizado por la negra rajadura
que parte en dos el piso de la cocina.

Señalo hacia adelante, hacia la puerta que da al corredor,
donde empiezan las partes de los monstruos,
de seres fantásticos sin cabeza,
espantosos engendros sin cuerpo.
Lentamente lo empujo hacia afuera
porque ya es tarde y quisiera dormir.

Pero por la noche, cuando me levanto
para tomar un vaso de agua,
sigue parado en el umbral,
mirando la delgada fisura
que va de la pared a la ventana,
como alguien
que se ha extraviado en una ciudad extraña
y no sabe el idioma
para preguntar por el camino.



NARCISO PERPLEJO

Apenas me acostumbré a la fotografía, ya está acá
la televisión. La estoy viendo. Un programa cultural.
Un hombre joven sonríe un poco tontamente y
habla. Habla de sí mismo, habla de poesía.

Habla. A mi juicio no es demasiado inteligente
lo que dice, ni tampoco demasiado estúpido. Habla
como la gente común delante de la cámara.
Trabándose. Con pausas molestas. Quizás

resultaría simpático si la locutora
no le hubiese fijado un nivel inalcanzable
con su reflexión crítica introductoria. Pero así es un obstáculo
a un arroyo que murmura, una piedra que hace

saltar al automóvil, un cierre fallado.
Me dicen que ese hombre soy yo. Me dicen
que en la televisión me veo tal como soy en la realidad.
Yo no les creo. No, no les puedo creer eso.



MENSURABILIDAD

Me miden. Miden la cantidad de mis pelos,
el tamaño de mi pie.  Miden mi órgano,
mi altura, mi peso. Miden la cantidad
de cigarrillos que fumo por día.

Ya de niño me midieron el contorno
de la caja torácica, mi capacidad pulmonar.
Me midieron el empuje. Cuán lejos saltaba
estando detenido o corriendo. Cuán alto.

Me miden. No sé para qué. No sé
en nombre de quién. No sé quién lee
esos datos y con qué intención.
Quizás alguna autoridad, quizás alguien

 que me quiere someter a control. Quizás.
Huyo al poema, al espacio de una posible libertad.
Pero ya se presenta el crítico. Mide la profundidad del pensamiento,
la altura de la inspiración. Descompone el poema y lo
transforma en una multitud de signos estadísticos.



De El fin comenzará por los suburbios (Gog y Magog, 2008)
Traducción de Pablo Fajdiga

No hay comentarios:

Publicar un comentario