lunes, 4 de diciembre de 2017

Seis relatos de Lydia Davis




EL PELO DEL PERRO

El perro no está más. Lo extrañamos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde, no hay nadie esperándonos. Todavía encontramos sus pelos blancos aquí y allá por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos una esperanza loca: si recogemos suficientes, vamos a poder armar el perro otra vez.




LA NOVELA MALA

Esta novela aburrida, difícil, que traje conmigo en el viaje: sigo tratando de leerla. Volví a ella muchas veces, con miedo cada vez y cada vez encontrándola tan mala como la vez anterior, tanto que a esta altura se convirtió en algo así como una vieja amiga. Mi vieja amiga la novela mala.




DOS SEPULTUREROS

Un empleado de funeraria, llevando un cuerpo hacia el norte por la autopista, en Francia, se detiene en un restaurante al costado de la ruta para almorzar algo. Allí se encuentra con otro empleado de funeraria, un colega conocido, que también paró para almorzar algo y está llevando un cuerpo hacia el sur. Deciden sentarse a la misma mesa y comer juntos.
Roland Barthes es testigo de este encuentro entre dos profesionales. Es el cuerpo de su propia madre el que llevan al sur. Los observa desde una mesa separada, donde se sienta con su hermana. Su madre, por supuesto, está acostada afuera, en el coche fúnebre.




LA CAMINATA DE ÖDÖN VON HORVÁTH

Ödön von Horváth caminaba cierto día por los Alpes bávaros cuando descubrió, a cierta distancia del camino, el esqueleto de un hombre. El hombre había sido, evidentemente, un alpinista, puesto que llevaba una mochila. Von Horváth abrió la mochila, que estaba casi como nueva. Dentro encontró un suéter y otra ropa; una pequeña bolsa con lo que había sido comida alguna vez; un diario; y una postal de los Alpes bávaros, lista para ser enviada, que decía: «La estoy pasando maravillosamente».




HANDEL

Tengo un problema en mi matrimonio y es que no me gusta George Frideric Handel tanto como a mi marido. Es una barrera real entre nosotros. Me da envidia una pareja que conocemos, por ejemplo, en la que los dos aman tanto a Handel que a veces se hacen el larguísimo viaje a Texas nada más que para escuchar a un tenor en particular que canta un fragmento de una de sus óperas. A esta altura, ya han convertido a otro de nuestros amigos en amante de Handel. Me sorprende, porque la última vez que hablamos de música, a ella le gustaba Hank Williams. Los tres fueron en tren a Washington, D.C., este año a escuchar Giulio Cesare in Egitto. Prefiero los compositores del siglo XIX y particularmente a Dvořák. Pero soy muy abierta a todo tipo de música, y generalmente si me expongo a algo durante el tiempo suficiente, me termina gustando. Pero, a pesar de que mi marido pone una especie de música vocal de Handel casi todas las noches si no digo nada para evitarlo, no he llegado a amar a Handel. Afortunadamente, descubrí una terapeuta no muy lejos de aquí, en Lenox, Massachusetts, que se especializa en Handel-terapia, y voy a probarla. (Mi marido no cree en la terapia y sé que no iría conmigo a una Dvořák-terapia aunque hubiera una)




LAS BUSCADORAS DE MARIDO

Bandadas de mujeres tratan de aterrizar en una isla, buscando maridos en una tribu de hombres jóvenes muy bellos. Vuelan a través del mar como capullos de algodón o como un semillero de plantas silvestres, y cuando las rechazan se amontonan lejos de la costa en un banco flotante de lana blanca.

sueño



De Ni quiero ni puedo (Eterna Cadencia, 2014).
Traducción de Inés Garland.

No hay comentarios:

Publicar un comentario