TORNADO
La calle estaba vacía y los
tablones obturaban las ventanas,
todos estaban en casa
esperando el tornado,
reunidos alrededor de la
televisión que mostraba
cómo iba acercándose a la
ciudad una panza
enorme, giratoria, agarrándose
como un borracho despistado
a los árboles, a las casas, y
arrojándolos luego decepcionado
al aire como setas
incomestibles. Entró en la ciudad tumultuoso
como en una gran droguería, en
los televisores cencerreaban
los escaparates que tocaba y
quebraba con jovialidad
como burbujas, después
apareció una imagen desde el satélite,
y todo el mundo pudo ver bien
cómo las calles pulidas se deslizaban
suavemente, como espaguetis, hasta
las fauces del torbellino, los aborígenes
conocían todas las calles y
murmuraban sus nombres entre dientes,
los forasteros lo pudieron
hacer sólo cuando el torbellino captó
los entornos cercanos, después
apagaron las pantallas
justo antes de que la gente llegara
a ver
deslizarse su propia calle,
justo antes de que llegara a discernir,
como en un espejo mágico,
su rostro y sus ojos, su
temible profundidad
que podía hundirse en cualquier
momento como la engañosa membrana
de la vejiga del embarazo,
justo antes de recibir su última, sencilla noticia
antes de la conclusión, como
siempre le sucede a la gente:
la oración nocturna desciende
a susurro, después continúan
los ángeles, a los que ninguno
de los dormidos ya es capaz de diferenciar
de los sueños.
EL RITMO DEL MUNDO
Esto siempre me parecía el
truco máximo:
lanzas el planeta como una
peonza alrededor del sol,
y, en el último momento, en un
sitio son las seis de la mañana,
en otro mediodía y en otro las
seis de la tarde,
y sin cesar, cada segundo, la
gente muere
y nace,
se mata, ama, acecha en una
emboscada, navega a vela,
corta las flores primaverales,
toma el sol en la playa,
viola, observa el Atlántico
desde el avión,
y cada una de las imágenes va
deslizándose desde el mundo
como el orificio de la máquina
de picar carne y no dejas
que ninguna de ellas se
detenga ni siquiera un momento,
que se interrumpa, se calme, y
que empiece con talento
una historia nueva, con la que
sueña el filósofo borracho
cuando termina la conferencia
y empieza a llorar en el bar
porque el mundo ha sido
creado sin ritmo.
ATAQUE
El 27 de junio supe por
televisión que nos
habían atacado los tanques.
Fui al supermercado a comprar
treinta filetes de pavo y
quince litros de leche.
En la caja había cola, en ella
estábamos todos callados
escuchando las instrucciones
de la radio
en caso de ataque aéreo.
Después oímos un estruendo que
venía de arriba y de golpe
temblaron nuestros labios y
nos miramos a los ojos
como los enamorados en un
andén, y a muchos
les vinieron lágrimas a los
ojos. Saqué el pañuelo y
enjugué las lágrimas de una
mujer
que estaba detrás de mí en la
cola. “Gracias”, dijo
y se apoyó en mi hombro, así
que pude sentir hasta los huesos
el horror que sacudía su bella
figura. Después los aviones
callaron, la caja empezó a
sonar otra vez,
nosotros sacábamos el dinero
del bolso y al pagar
dejábamos nerviosos el cambio
en el mostrador, y salíamos
corriendo, como si algo nos diese una profunda
vergüenza.
PEKÍN
Casi nadie lo recuerda ya,
incluso yo mismo me topé con
un periódico
de hace tres meses y leí: “Pekín.
El ejército mata a
3000 estudiantes”, y me extrañé de lo rápido que se desvanece
todo,
si bien al principio todos nos
quedamos horrorizados
pero luego nos dijimos: pero
si todos tenemos neveras
y congeladores, los aviones
nos llevan a todos hacia el cielo,
el tren eléctrico nos espera
en la estación, no puede ser que alguien
mate a los propietarios de las
neveras
ni de los hornos de
microondas,
y además allí todo aquello no
habrá sido
más que un malentendido
y los soldados en cualquier
momento se disculparán aturdidos,
mientras que los estudiantes
alisarán sus arrugadas ropas,
montarán en sus bicicletas y se
irán
a las cantinas a cenar.
De Ritmo (Hiperión, 2000)
Traducción de Marjeta Drobnič y Francisco Javier Uriz
De Ritmo (Hiperión, 2000)
Traducción de Marjeta Drobnič y Francisco Javier Uriz
No hay comentarios:
Publicar un comentario