viernes, 21 de noviembre de 2014

Cuatro poemas de Daniel Freidemberg


Noviembre

Lluvia lenta y charcosa, hoy.
Dos autos rojos sobre el gris
                          y, por supuesto, taxis.
Hace un año, mi padre, su
gran cuerpo indefenso en una clínica de extramuros,
                          me daba algo a saber. Soy
ese que pasa ante vidrio iluminado, ante
plástico blando, hierro pintado y mármol
como quien oye otra agua atrás, ¿palabras?
(“Oro”, una palabra: tres letras en papel fluorescente).
Ahora, arribado a esta planicie del cosmos, puedo ver
                              algunas cosas: charcos,
hojas de paraíso en la luneta de un dodge,
dos “o” y una “r” fluorescentes, mármol, plástico y
cielo entre el agua, etcétera,
                   como quien dice “esto era todo”.
                   ¿Esto era todo? Uno: ni azar ni error,
ni el cumplimiento del mandado de nadie. Dos:
saliva agolpada en la boca, tensión muscular.
Tres: manchas, rostros (¿igual que pétalos
en una rama húmeda?). Cuatro: esta ciudad
                                    vulgar en la que vivo
es la misma en que amé y no creí ser amado. Cinco:
de la violenta madrugada, estas paredes
tienen fosforescencias como de mar, una
palabra me inquietaba, o dos. Seis:
lo que llamaba “el corazón”. Siete: la carne,
eso que está, no el alma, eso que al final
se retira y se aplana, territorio de nadie.



Noviembre (VII)

El gran cuerpo inocente de mi padre, su
pesadez translúcida, la piel
                         extensa y pálida humillada
por la ciencia médica. Enceguecía el
verano, la basura al costado de los rieles
pugnaba por manifestarse. No hay
                                 cuervos en este paisaje:
cerveza tibia y revistas de fútbol.
¿Pasó algo desde aquellos días? ¿Volví?
Ahora que miro esta planicie del cosmos,
es verano otra vez: motores detrás de la luz, la luz
como si para siempre, como
                                quien avisa “es así” ¿es así?
Soy el que, más papel que carne, gira
dentro de un cubo, ante una ventana. No estoy
                           en esta escena que creció a su modo
entre las ruinas de un planeta ocupado, ¿no estoy?
Papel o carne, me repito, arruinados, tratados mal,
desperdiciados no sé a cuenta de qué (saliva agolpada en
la boca, tensión en los músculos): no el alma, la carne, los
                                                     gestos que me hacen,
fuera de toda razón, de toda belleza, en mi fin.
Alas rasantes sobre un mediodía plúmbeo, palabras.



Abril (II)

El que escribió en lo alto una estrella, y ve
alta en la noche una estrella, ¿la misma?,
el que pronuncia estrella, el que pregunta
a qué escribir cuando todo está dicho, sabe
que no es verdad o se lo dice para
no enmudecer. Es-tre-lla, esa voz va tocando,
como quien da un paso y otro, las sílabas
¿para que no se apaguen? ¿para que
no se termine un mundo al que cantar?
                                                ¿Para tocar,
nada más, algo que, al ser tocado, cante?
Eslletra escribe estrull escribe esoquesigueahí.



Enero (IV)

Como arrojado por el
mar del mundo, un cuerpo,
respira, encallado
contra una puerta
de vidrio y metal.
Dilema del que
quiere entrar
(o quiere salir)
en lo político y
en lo moral.
Árida, la mañana
de verano
se demora
sin solución
(ni en lo político
ni en lo moral).
Sin solución, la
luz, entera,
de la mañana,
sobre todo.
Oscuro, enorme, un
cuerpo, arrojado
como resaca
de una mar, acá.

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