martes, 1 de julio de 2014

John Ashbery - Noche en el campo

NOCHE EN EL CAMPO

Aún soy del todo feliz.
He renunciado
a mi afán de conseguir más, y me encuentro pleno
ante la emoción de la salida del sol. Los pájaros y los árboles, las casas
no son sino las estaciones que anteceden al indicio de una nueva forma de ser
que sobrevendrá tarde, mucho después
de que el sol se haya puesto y envuelva la oscuridad
los campos y las colinas circundantes.
Pero si la respiración pudiese matar, no habría ocasión mejor para ello,
con esos hombres encerrados
allá en las fábricas humeantes y en la corrupción de la ciudad.
Ahora que mi mirada inquisitiva, aunque admirada,
se expande por confines magníficos, no me siento tan en casa
con estos recuerdos visuales como en un recorrido
por mis lejanas propiedades, y el eidolon
penetra en el “ser” efectivo de cada cosa,
tocón o arbusto, lo que me conduce
a análisis inmóviles en torno a lo densa que puede ser una cosa,
a lo ligera que puede ser, y esos análisis terminan antes de comenzar,
dejándome como nuevo y en cierto modo más joven.
La noche ha despegado esas fuerzas impresionantes
contra este estado de cosas: diez mil soldados de infantería con casco,
una armada española recortándose en el horizonte, todo
absolutamente inmóvil hasta el momento de atacar,
pero creo que no hay mucho que decir ni mucho que hacer
y que estas cosas al final saben cuidar de sí mismas
con reposo y aire fresco y campo abierto, y con una buena visión de las cosas.
Así que podemos pasar esto por alto y centrarnos
en el objeto real de nuestro asunto, que consiste en lo siguiente:
¿Has empezado a estar en el contexto que deseas
ahora que el peligro se ha disipado?
La luz cae sobre tus hombros, según suele,
Y el proceso de purificación prosigue con éxito,
sin obstáculos, pero ¿se ha iniciado el movimiento
que hará estremecerse tu cabeza, que enviará rayos angustiosos
a las esquinas polvorientas de las habitaciones,
hasta ser lanzados sobre el paisaje
en forma de estrellas y estallidos? Porque, aparte de esto, no sabemos nada
y el espacio es un ataúd, y el cielo apagará las luces.
Te veo ilusionado con tu afán
de que podamos unirnos a eso, si pasa lo suficientemente cerca,
lo que otorga un poco de distinción al éxito o al fracaso de tu tentativa.
Cada vez es mayor la certeza
de que es posible que sigamos aquí, prudentes aunque libres,
en los márgenes, mientras hace rodar su carro imperturbable
hacia el espacio abierto, la increíble violencia y la suave confusión
que habrá de ser nuestro camino.

Traducción de Silvia Barbero

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