La historiografía dominante proviene de un a priori
platónico, en virtud de los cual lo que emana de lo sensible es una ficción. La
única realidad es invisible. La alegoría de la caverna funciona en la formación
filosófica como un manifiesto: verdad de las Ideas, excelencia del mundo
Inteligible, belleza del Concepto, y en contrapartida, fealdad del mundo
sensible, rechazo de la materialidad del mundo, descrédito de lo real tangible
e inmanente.
Así pues, el cristianismo, convertido en religión y
filosofía oficial, desecha lo que molesta a su estirpe —el materialismo
abderiano, el atomismo de Leucipo y Demócrito, Epicuro y los epicureísmos
griegos y romanos tardíos, el nominalismo cínico, el hedonismo cirenaico, el
perspectivismo y el relativismo sofista—
y privilegia lo que puede pasar por propedéutica en la nueva religión:
el dualismo, el alma inmaterial, la reencarnación, la falta de consideración hacia
el cuerpo, el odio a la vida, el gusto por el ideal ascético, la salvación o
condena post mórtem de los pitagóricos y los platónicos, todo eso le viene de
perlas.
El pensamiento emana, pues, de la interacción de una carne
subjetiva que dice yo y el mundo que la contiene. No desciende del cielo, a la
manera del Espíritu Santo, lanzando lenguas de fuego sobre la cabeza de los
elegidos, sino que surge del cuerpo, brota de la carne y proviene de las entrañas.
Lo que filosofa en el cuerpo no es otra cosa que las fuerzas y las debilidades,
las potencias y las impotencias, la salud y las enfermedades, el gran juego de
las pasiones corporales.
Filosofar es
hacer viable y vivible la propia existencia allí donde nada es dado y todo debe
ser construido. Con un cuerpo sufriente, enclenque y achacoso, Epicuro
construyó un pensamiento que le permitió vivir bien, vivir mejor. Al mismo
tiempo nos propuso a todos una nueva modalidad de existencia.
La tradición
filosófica se niega a que la razón brote como una flor de semejante sedimento
corporal: rechaza la materialidad de los destinos y la mecánica —compleja,
cierto, pero de todos modos mecánica—del ser; se irrita ante la idea de una
física de la metafísica; considera que su disciplina no es de la misma
naturaleza que las demás actividades, actividades triviales, por añadidura, que
se ocupan del aspecto material del mundo; sigue siendo platónica y rinde
honores al fantasma de un pensamiento sin cerebro, de una reflexión sin cuerpo,
de una meditación sin neuronas, de una filosofía sin carne, que desciende
directamente del cielo para dirigirse a la única parte del hombre que escapa de
lo extenso: el alma…
Estoy a
favor, pues, de una contrahistoria de la filosofía como alternativa de la
historiografía dominante idealista; de
una razón corporal y de la novela autobiográfica que la acompaña en una lógica
puramente inmanente, en este caso, materialista; de una filosofía entendida
como una egodicea que habrá que construir y decodificar; de una vida filosófica
como epifanía de la razón; de una perspectiva existencial con una meta
utilitarista y pragmática. El conjunto converge en un punto focal: el
hedonismo. Cito a menudo la siguiente máxima de Chamfort, porque funciona como
imperativo categórico hedonista: goza y
haz gozar, sin hacer daño a nadie ni a ti mismo: ésa es la moral.
*
Con vocabularios diferentes, en fórmulas y formulaciones
separadas, con actores que se creían adversarios, siempre se ha optado por los
mismo valores: honrar a padre y madre, consagrarse a la patria, cederle al
prójimo su lugar primordial —amor al prójimo o fraternidad—, fundar una familia
heterosexual, respetar a los ancianos, amar el trabajo, preferir las virtudes
de la bondad —la caridad o la solidaridad, misericordia o indulgencia, limosna
o ayuda mutua, beneficencia o justicia…— a la maldad, etc. El trabajo sobre los
significantes tuvo su mérito, pero se
trata, en lo sucesivo, de llevar a cabo lo mismo con los significados.
La descristianización no gana nada con las vías de hecho:
las guillotinas del Terror, las masacres de curas rebeldes, los incendios de
iglesias, los saqueos de monasterios, las violaciones de religiosas, los
vandalismos cometidos con objetos de culto no son justificables en ninguna
parte y por ninguna razón. Una inquisición al revés no es más legítima o
defendible que la de la Iglesia católica en su tiempo. La solución pasa por
otras vías: el desmontaje teórico y la reconquista gramsciana a través de las
ideas.
De modo que existe un ateísmo cristiano. La expresión, bajo
su apariencia contradictoria, define un auténtico objeto conceptual: una
filosofía que niega claramente la existencia de Dios, por cierto, pero que
retoma a su vez los valores evangélicos de la religión de Cristo.
El ateísmo
poscristiano conserva el principio adquirido de la peligrosidad de Dios. No
niega su existencia, pero la reduce a su esencia: la alienación elaborada por
los hombres según el principio de la hipóstasis de sus propias impotencias
concentradas en una fuerza in-humana, en el sentido etimológico, adorada como
una esencia separada de sí. Según el principio bovárico, los hombres no quieren
verse tal cual son: limitados en su duración, en su potencia, saber y poder.
Por lo tanto, crean la ficción de un personaje conceptual dotado de atributos
que le faltan. Así, Dios es eterno, inmortal, omnipotente, omnipresente,
omnisciente, etcétera.
No bien se
aclara el misterio de Dios, el ateísmo poscristiano pasa a un segundo tiempo y
desmonta con el mismo fervor los favores heredados del Nuevo Testamento que
impiden una real soberanía individual y limitan la expansión vital de las
subjetividades.
Para
eliminar la miseria sexual, acabemos con los razonamientos perversos que la
hacen posible: el deseo como falta; el placer asociado a colmar esa supuesta
falta a través de la pareja fusionada; la familia apartada de su necesidad
natural y transformada en solución de la libido considerada como problema; la
promoción de la pareja monógama, fiel, que comparte el mismo hogar cada día; el
sacrificio de las mujeres y de lo femenino en ellas; y los niños convertidos en
verdad ontológica del amor de sus
padres. El afán de superar esas ficciones socialmente útiles y necesarias, pero
fatales para los individuos, contribuye a la construcción de un eros liviano.
A priori, el deseo desencadena una formidable fuerza antisocial. Antes de su captura y domesticación bajo formas socialmente aceptables, el deseo representa una energía peligrosa para el orden establecido. Bajo su imperio, ya nada de lo que constituye un ser socializado conserva su valor: empleo del tiempo ordenado y repetitivo, prudencia en la acción, ahorro, sumisión, obediencia, aburrimiento... Triunfa, por lo tanto, todo lo opuesto: libertad total, soberanía del capricho, imprudencia generalizada, gastos suntuarios, insubordinación contra los valores y principios vigentes, rebeldía contra las lógicas dominantes y asocialidad total. Para poder existir y preservarse, la sociedad debe someter esa potencia salvaje y sin ley.
Ahora bien, el deseo no es falta, sino exceso que amenaza con desbordarse; el placer no define la completitud supuestamente realizada, sino el desborde por el desahogo. No hay metafísica de animales primitivos y andróginos, sino una física de la materia y una mecánica de los fluidos. Eros no desciende del cielo de las ideas platónicas, sino de las partículas del filósofo materialista. De ahí surge la necesidad de una erótica poscristiana, solar y atómica.
De La fuerza de existir (Anagrama, 2008)
Traducción de Luz Freire
Traducción de Luz Freire
Increíble, gracias por compartirlo. Llevo todo el día tan resfriada que he sido incapaz de concentrarme en nada, pero estos fragmentos tienen la fuerza de un imán, su lectura me absorbió por completo. Hay cosas que encuentro comunes con la visión del erotismo de Bataille.
ResponderEliminarQué bien que te hayan gustado los fragmentos. Sí, Onfray bebe entre otros de Epicuro, Lucrecio, Nietzsche, Foucault y desde luego Bataille. Hay un libro muy bello llamado Teoría del cuerpo enamorado (2002) donde es aún más evidente su "deuda" con G. B.
EliminarSaludos