EL DESEO DE SER UN INDIO
Si pudiera ser un indio, ahora
mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido
en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas,
pues no tenía espuelas, hasta tirar las riendas, pues no tenía riendas, y sólo
viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la
cabeza del caballo.
UNA COMUNIDAD DE INFAMES
Érase
una vez una comunidad de infames, es decir, no se trataba de infames, sino de
personas normales, del tipo medio. Siempre se mantenían juntos. Cuando, por
ejemplo, uno de ellos cometía alguna infamia, es decir nada infame, sino algo
normal, como es habitual, y se confesaba ante la comunidad, entonces ésta
investigaba el caso, lo juzgaba, hacía penitencia, perdonaba y otras cosas
parecidas. No hay que interpretarlo mal, los intereses del individuo y de la
comunidad se respetaban con severidad y al penitente se le administraba el
complemento, cuyo color de fondo había mostrado. Así se mantenían siempre
juntos; aun después de la muerte no renunciaban a la comunidad, sino que subían
al cielo en corro. En general, la impresión que daban al volar era de la más
pura inocencia infantil. Pero como ante las puertas del cielo todo se
descompone en sus elementos, caían en picado como bloques de hormigón.
UN COMENTARIO
Era muy
temprano por la mañana, las calles estaban completamente vacías, yo me dirigía
a la estación. Cuando comparé la hora de mi reloj con la del reloj de una
torre, comprobé que era más tarde de lo que yo había creído. Tenía que darme
mucha prisa, el susto que me dio el retraso hizo que quedara inseguro acerca
del camino que debía tomar, no conocía muy bien la ciudad, afortunadamente
había un policía cerca., corría hacia él y le pregunté por el camino sin respiración.
Él sonrió y dijo:
—¿De mí
quieres saber el camino?
—Sí
—dije—, pues no lo puedo encontrar.
—Renuncia, renuncia —dijo él, y se dio la vuelta con gran ímpetu, como
la gente que quiere estar a solas con su risa.
UNA FÁBULA BREVE
—¡Ay!
—dijo el ratón, el mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan
amplio y feliz de poder ver, al fin, en la lejanía, muros a derecha e
izquierda, pero esos muros largos comenzaron a cerrarse con tal rapidez, uno
detrás de otro, que ya me encuentro en la última habitación, y allí, en el
rincón, está la trampa en que caeré.
—Sólo
tienes que cambiar de dirección —dijo el gato, y se lo comió.
De Cuentos completos (Valdemar, 2000) Traducción de José Rafael Hernández Arias