miércoles, 3 de septiembre de 2025

Cuatro miniaturas de Kafka

 


EL DESEO DE SER UN INDIO

Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.



UNA COMUNIDAD DE INFAMES

     Érase una vez una comunidad de infames, es decir, no se trataba de infames, sino de personas normales, del tipo medio. Siempre se mantenían juntos. Cuando, por ejemplo, uno de ellos cometía alguna infamia, es decir nada infame, sino algo normal, como es habitual, y se confesaba ante la comunidad, entonces ésta investigaba el caso, lo juzgaba, hacía penitencia, perdonaba y otras cosas parecidas. No hay que interpretarlo mal, los intereses del individuo y de la comunidad se respetaban con severidad y al penitente se le administraba el complemento, cuyo color de fondo había mostrado. Así se mantenían siempre juntos; aun después de la muerte no renunciaban a la comunidad, sino que subían al cielo en corro. En general, la impresión que daban al volar era de la más pura inocencia infantil. Pero como ante las puertas del cielo todo se descompone en sus elementos, caían en picado como bloques de hormigón.

 

 

UN COMENTARIO

     Era muy temprano por la mañana, las calles estaban completamente vacías, yo me dirigía a la estación. Cuando comparé la hora de mi reloj con la del reloj de una torre, comprobé que era más tarde de lo que yo había creído. Tenía que darme mucha prisa, el susto que me dio el retraso hizo que quedara inseguro acerca del camino que debía tomar, no conocía muy bien la ciudad, afortunadamente había un policía cerca., corría hacia él y le pregunté por el camino sin respiración. Él sonrió y dijo:

     —¿De mí quieres saber el camino?

     —Sí —dije—, pues no lo puedo encontrar.

     —Renuncia, renuncia —dijo él, y se dio la vuelta con gran ímpetu, como la gente que quiere estar a solas con su risa.

 

 

UNA FÁBULA BREVE

     —¡Ay! —dijo el ratón, el mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan amplio y feliz de poder ver, al fin, en la lejanía, muros a derecha e izquierda, pero esos muros largos comenzaron a cerrarse con tal rapidez, uno detrás de otro, que ya me encuentro en la última habitación, y allí, en el rincón, está la trampa en que caeré.

     —Sólo tienes que cambiar de dirección —dijo el gato, y se lo comió.



De Cuentos completos (Valdemar, 2000)                                                                     Traducción de José Rafael Hernández Arias

No hay comentarios:

Publicar un comentario