miércoles, 26 de febrero de 2025

Gonzalo Millán - Veneno de escorpión azul (fragmentos)

 

Cuando Gonzalo Millán supo que estaba enfermo de un cáncer terminal de pulmón, comenzó a escribir un diario. En él registró los últimos cinco meses de su vida. Escribió poemas, aforismos, reflexiones en torno a la escritura/el amor/la muerte, recuerdos, y el simple transcurrir de los días. A continuación una selección de fragmentos:

 

Toda la inmortalidad

que puedes desear está presente

aquí y ahora, no hay más

que estos fugaces pedazos de eternidad


*


Preguntas para El libro de los cambios. ¿Debo ahorrar salud, ganar un tiempo precioso y dudoso, prolongar la luz a toda costa, cuidando la delicada llama? ¿Debo sacrificar mis egoístas/narcisistas deseos por la austeridad, el control y la abstinencia? Enfrentado a la muerte: acaso si viví como un loco, ¿me toca morir como un cuerdo virtuoso? Intensidad versus duración: ¿qué prefieres: hacer un cambio a último momento, renunciar al modo de vida que te destruye, o persistir en el sendero que te lleva más rápido al cercano abismo?


*


La cuenta regresiva había comenzado mucho antes pero sólo ahora, en mayo, te diste cuenta.


*


Me gustaría ser cremado y que arrojen mis cenizas en el cerro San Cristóbal; para quedar entre los pimientos.


*


Diario de vida y muerte, bitácora

terminal, caja negra que sobrevive

al desastre. Las últimas palabras.

Un género sobreviviente postrero.

Los borradores de un epitafio.

Los altibajos gráficos de una ficha clínica.


*


Sabes que la plegaria es una forma de negociación. ¿Qué me traes?, dice la diosa regateadora de la casa de empeños. ¿Cuánto tiempo me das por un acordeón?


*


Certero y contundente el golpe, tal vez mortal; peligroso y doloroso en todo caso. Habla con tu cáncer. Hazle preguntas a ese enjambre de células descarriadas que se alojan en tus pulmones. Escríbele una carta al cangrejo y pregúntale por qué eligió tu pulmón como si fuera un par de rocas.


*


Con el aviso del perecimiento cualquier cosa se pone preciosa: incomparable el sabor de unos dulces rellenos llamados “bastones de Viena”.


*


Romper papeles me desahoga y tranquiliza.

Despedazar los rastros pedestres,

deshacerse de las pruebas, los grises números

de la torpe existencia.

Pruebas, fotocopias, listas de nombres.

Boletos en las espaldas manuscritos.

Libretas.


*


Concebir el fin de la imaginación

es lo más terrible del ocaso,

el esplendor de asistir

y marcharse, sin llevarse los sueños,

dejando el teatro vacío y oscuro.


*


Aunque pasa lo peor es como si nada hubiera pasado, la tierra gira como todos los días, cae la noche y el día parece un sueño. Las naranjas conservan su perfume azul, un chocolate en la mesa de luz.


*


Ya no queda tiempo suficiente para aprender japonés ni chino. Te fijas una cuota, una palabra por lengua, eliges chinjunkin, del nipón.


*


Maestro del Otoño, préstame tus raíces para aferrarme a la tierra como anclas, como áncoras tentaculares. Destíname como tutor al ombú una plaza de Bellavista y bajo su bella sombra sentado con sus raíces expuestas quiero anillos de sierpe gigante. Enséñame los misterios de la permanencia y la fugacidad. Magíster amarillo. Vertical defensor de los caminos, los álamos como clavadas plumas en hilera para el orden, al ceibo dame como padrino. El árbol que se deshoja aprende del árbol perenne. El árbol perecedero es maestro del que se cree inmortal. De la higuera, la desnudez gris y correosa del tronco y las ramas con gestos de piernas y brazos. Higos cárdenos y brevas violáceas. Dulzuras que limitan con el asco. Dulces asperezas y con dulzuras. Maestro del Otoño, enséñame la renuncia, el descarte de los reyes y las reinas y los ases, y a ocultar un comodín en la manga y un dardo en la boca. Maestro del transitorio Otoño en un día soleado y frío con trementina en el aire que sabe a nieve, que solea el parrón, un colchón de vegetación dorada. Moderado maestro, ahórrame de la cerveza, mejor muéstrame las ramas en los huesos, las copas peladas en vez de las calaveras. Don Otoño, don Otoño, concédeme una lenta despedida, el tiempo para las últimas ceremonias íntimas. Debajo del tumulto, bajo las hojas duerme una serenidad desapercibida.


*


Cuesta imaginar la ausencia, restarse

de lo que estoy mirando, una puerta

estrecha del armario de donde sobresale una manga.

Borrarse con ácido la cara y las manos.


*


Anhelo un paraíso con mandarinas, fáciles de coger, de pelar y de comer, dulces y refrescantes.   


*


La lengua prolifera jugando consigo misma.

Lo propio del lenguaje es propagarse, difundirse con una prolijidad exuberante.

Lo propio de la poesía es la poda (bonsái).

La insistencia en la precisión concentrada del signo, vacuna.

La poesía es una laguna lacónica junto al mar de la lengua.


*


Siento dejar las palabras, entre otras cosas; abro el diccionario y me despido.


*


Creciente desgana para contar historias, para hacer planes, para proyectar. Me complace mirar los buitres desde mi sillón, seguir el vuelo de las moscas.


*


Lo mejor (de vivir) es respirar sin darse cuenta.


*


Voy hacia atrás como si remara de espaldas viendo el futuro que se aleja.


*


Una grieta me separa de los sanos, los saludables, los salubres; la tierra, común hasta ayer, se ha partido en dos como una barranca.


*


Fabrico un tumor con piezas infantiles de Lego,

un cáncer octogonal, una masa angulosa

con aristas y botones de plástico

y varios huecos.


*


Avanzo como una lancha monotonal, cruzando de la nada a la nada en el ferry Caronte. Al voleo me despido de algunos amigos y enemigos.


*


Oigo el rumor del tumor, como el espía.

Las células rebeldes hablan en otro idioma.


*


Adiós estrellas de Orión. Las echaré de menos, Betelgeuse y otras en el norte. Diviso las tres Cabritas (las veo cuando todavía no aclara y salgo a recoger el diario).


*


(Cendrars pidió que lo llevaran al cementerio en un carro de mudanzas).


*


Se acaba el tramal. Todo se acaba, se termina la caja de ginseng, se terminan los cigarrillos. El tiempo sigue adelante su marcha dejando atrás los desechos de su paso, basura, botellas y diarios, toneladas de cartulinas y celofanes arrugados, plegados. Papeles de regalos, pantuflas rotas, papeleros quemados.


*


Solo les ruego a los fármacos que me hagan efecto. Rezo a los calmantes y a los antibióticos. Quemo incienso y elevo plegarias a los antidepresivos.


*


¿Reconoces el ruido que hace la tapa del azucarero metálico en la mesa? Escúchalo porque un día no lo escucharás más. Sonará igual, pero tú no lo escucharás. Una mañana cualquiera dejarás de escucharlo. Recuérdalo porque cualquier mañana…, atiéndelo.


*


Te agraden tus propias células, te atacan

tus mansos espirales, los anillos te estrangulan,

perros feroces que desconocen a su amo.


*


Acostúmbrate a la vela que se apaga y al fuego que se enfría. Al color que se destiñe, que se decolora poco a poco. A la vista que se pierde, acostúmbrate.


*


Las palabras ya me esperan sentadas

en hileras serviciales por la mañana.

Son las palabras de nadie y de todos

en busca de empleo.

Todas ambicionan figurar en un poema,

en un cuento, en una moraleja,

en un aforismo que sea.


*


Mañana estas letras en que te amo

estarán vivas contigo y yo muerto.


*


Ése es el pájaro que se oye por última vez antes de adentrarse en el laberinto.

 

 

(De Veneno de escorpión azul. Diario de vida y de muerte, Ediciones Universidad Diego Portales, 2007)


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