Cuando Gonzalo Millán supo que estaba enfermo de un cáncer terminal de
pulmón, comenzó a escribir un diario. En él registró los últimos cinco meses de
su vida. Escribió poemas, aforismos, reflexiones en torno a la escritura/el
amor/la muerte, recuerdos, y el simple transcurrir de los días. A continuación
una selección de fragmentos:
Toda la inmortalidad
que puedes desear está presente
aquí y ahora, no hay más
que estos fugaces pedazos de
eternidad
*
Preguntas para El libro de los
cambios. ¿Debo ahorrar salud, ganar un tiempo precioso y dudoso, prolongar la
luz a toda costa, cuidando la delicada llama? ¿Debo sacrificar mis
egoístas/narcisistas deseos por la austeridad, el control y la abstinencia?
Enfrentado a la muerte: acaso si viví como un loco, ¿me toca morir como un
cuerdo virtuoso? Intensidad versus duración: ¿qué prefieres: hacer un cambio a
último momento, renunciar al modo de vida que te destruye, o persistir en el
sendero que te lleva más rápido al cercano abismo?
*
La cuenta regresiva había
comenzado mucho antes pero sólo ahora, en mayo, te diste cuenta.
*
Me gustaría ser cremado y que
arrojen mis cenizas en el cerro San Cristóbal; para quedar entre los pimientos.
*
Diario de vida y muerte, bitácora
terminal, caja negra que
sobrevive
al desastre. Las últimas
palabras.
Un género sobreviviente postrero.
Los borradores de un epitafio.
Los altibajos gráficos de una
ficha clínica.
*
Sabes que la plegaria es una
forma de negociación. ¿Qué me traes?, dice la diosa regateadora de la casa de
empeños. ¿Cuánto tiempo me das por un acordeón?
*
Certero y contundente el golpe,
tal vez mortal; peligroso y doloroso en todo caso. Habla con tu cáncer. Hazle
preguntas a ese enjambre de células descarriadas que se alojan en tus pulmones.
Escríbele una carta al cangrejo y pregúntale por qué eligió tu pulmón como si
fuera un par de rocas.
*
Con el aviso del perecimiento
cualquier cosa se pone preciosa: incomparable el sabor de unos dulces rellenos
llamados “bastones de Viena”.
*
Romper papeles me desahoga y
tranquiliza.
Despedazar los rastros pedestres,
deshacerse de las pruebas, los
grises números
de la torpe existencia.
Pruebas, fotocopias, listas de
nombres.
Boletos en las espaldas
manuscritos.
Libretas.
*
Concebir el fin de la imaginación
es lo más terrible del ocaso,
el esplendor de asistir
y marcharse, sin llevarse los
sueños,
dejando el teatro vacío y oscuro.
*
Aunque pasa lo peor es como si
nada hubiera pasado, la tierra gira como todos los días, cae la noche y el día
parece un sueño. Las naranjas conservan su perfume azul, un chocolate en la
mesa de luz.
*
Ya no queda tiempo suficiente
para aprender japonés ni chino. Te fijas una cuota, una palabra por lengua,
eliges chinjunkin, del nipón.
*
Maestro del Otoño, préstame tus
raíces para aferrarme a la tierra como anclas, como áncoras tentaculares.
Destíname como tutor al ombú una plaza de Bellavista y bajo su bella sombra
sentado con sus raíces expuestas quiero anillos de sierpe gigante. Enséñame los
misterios de la permanencia y la fugacidad. Magíster amarillo. Vertical
defensor de los caminos, los álamos como clavadas plumas en hilera para el
orden, al ceibo dame como padrino. El árbol que se deshoja aprende del árbol
perenne. El árbol perecedero es maestro del que se cree inmortal. De la higuera,
la desnudez gris y correosa del tronco y las ramas con gestos de piernas y
brazos. Higos cárdenos y brevas violáceas. Dulzuras que limitan con el asco.
Dulces asperezas y con dulzuras. Maestro del Otoño, enséñame la renuncia, el
descarte de los reyes y las reinas y los ases, y a ocultar un comodín en la
manga y un dardo en la boca. Maestro del transitorio Otoño en un día soleado y
frío con trementina en el aire que sabe a nieve, que solea el parrón, un
colchón de vegetación dorada. Moderado maestro, ahórrame de la cerveza, mejor muéstrame
las ramas en los huesos, las copas peladas en vez de las calaveras. Don Otoño,
don Otoño, concédeme una lenta despedida, el tiempo para las últimas ceremonias
íntimas. Debajo del tumulto, bajo las hojas duerme una serenidad desapercibida.
*
Cuesta imaginar la ausencia,
restarse
de lo que estoy mirando, una
puerta
estrecha del armario de donde
sobresale una manga.
Borrarse con ácido la cara y las
manos.
*
Anhelo un paraíso con mandarinas,
fáciles de coger, de pelar y de comer, dulces y refrescantes.
*
La lengua prolifera jugando
consigo misma.
Lo propio del lenguaje es
propagarse, difundirse con una prolijidad exuberante.
Lo propio de la poesía es la poda
(bonsái).
La insistencia en la precisión
concentrada del signo, vacuna.
La poesía es una laguna lacónica
junto al mar de la lengua.
*
Siento dejar las palabras, entre
otras cosas; abro el diccionario y me despido.
*
Creciente desgana para contar
historias, para hacer planes, para proyectar. Me complace mirar los buitres
desde mi sillón, seguir el vuelo de las moscas.
*
Lo mejor (de vivir) es respirar
sin darse cuenta.
*
Voy hacia atrás como si remara de
espaldas viendo el futuro que se aleja.
*
Una grieta me separa de los
sanos, los saludables, los salubres; la tierra, común hasta ayer, se ha partido
en dos como una barranca.
*
Fabrico un tumor con piezas
infantiles de Lego,
un cáncer octogonal, una masa
angulosa
con aristas y botones de plástico
y varios huecos.
*
Avanzo como una lancha monotonal,
cruzando de la nada a la nada en el ferry Caronte. Al voleo me despido de
algunos amigos y enemigos.
*
Oigo el rumor del tumor, como el
espía.
Las células rebeldes hablan en
otro idioma.
*
Adiós estrellas de Orión. Las
echaré de menos, Betelgeuse y otras en el norte. Diviso las tres Cabritas (las
veo cuando todavía no aclara y salgo a recoger el diario).
*
(Cendrars pidió que lo llevaran
al cementerio en un carro de mudanzas).
*
Se acaba el tramal. Todo se
acaba, se termina la caja de ginseng, se terminan los cigarrillos. El tiempo
sigue adelante su marcha dejando atrás los desechos de su paso, basura,
botellas y diarios, toneladas de cartulinas y celofanes arrugados, plegados.
Papeles de regalos, pantuflas rotas, papeleros quemados.
*
Solo les ruego a los fármacos que
me hagan efecto. Rezo a los calmantes y a los antibióticos. Quemo incienso y
elevo plegarias a los antidepresivos.
*
¿Reconoces el ruido que hace la
tapa del azucarero metálico en la mesa? Escúchalo porque un día no lo
escucharás más. Sonará igual, pero tú no lo escucharás. Una mañana cualquiera
dejarás de escucharlo. Recuérdalo porque cualquier mañana…, atiéndelo.
*
Te agraden tus propias células,
te atacan
tus mansos espirales, los anillos
te estrangulan,
perros feroces que desconocen a
su amo.
*
Acostúmbrate a la vela que se
apaga y al fuego que se enfría. Al color que se destiñe, que se decolora poco a
poco. A la vista que se pierde, acostúmbrate.
*
Las palabras ya me esperan
sentadas
en hileras serviciales por la
mañana.
Son las palabras de nadie y de
todos
en busca de empleo.
Todas ambicionan figurar en un
poema,
en un cuento, en una moraleja,
en un aforismo que sea.
*
Mañana estas letras en que te amo
estarán vivas contigo y yo
muerto.
*
Ése es el pájaro que se oye por
última vez antes de adentrarse en el laberinto.
(De Veneno de escorpión azul. Diario de vida y de muerte, Ediciones
Universidad Diego Portales, 2007)
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