viernes, 15 de febrero de 2019

Morten A. Strøksnes - Fragmentos del Libro del mar




Con todo lo que sabemos sobre los abismos oceánicos podemos afirmar, desde un punto de vista puramente lógico, que lo que hay en la tierra —las montañas, las colinas, los campos, los desiertos, incluso las ciudades y todo lo que los seres humanos han creado— cabría con gran holgura en el mar. La altura media en tierra firme es de solo ochocientos cuarenta metros. Si arrojáramos el Himalaya a la zona más profunda del océano, solo veríamos un gran chapoteo antes de que toda la cadena montañosa se hundiera y desapareciera sin dejar rastro.


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Son más las personas que han viajado al espacio que las que han descendido a las vastas profundidades del mar. Conocemos mucho mejor la superficie de la Luna, e incluso los lagos secos de Marte. Si pudiéramos nadar con ese frío y en esa oscuridad, tendríamos la sensación de estar flotando por el espacio, rodeados de estrellas titilantes y formas de vida que nadie habría sido capaz de imaginar.


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Ningún pez luce con más intensidad que el Linophryne arborifera gracias a la larga antena que le sale del hocico y la especie de arbusto, tan largo como el propio pez, que le cuelga de la mandíbula inferior. Nos estamos refiriendo aquí a la hembra, porque el macho no es más que un pequeño parásito que en una fase muy temprana de su vida se pega con un mordisco al vientre de la hembra. Y así vive hasta el fin de sus días. Recibe alimento de la sangre de la compañera y él a cambio le proporciona esperma de una manera regular


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La mayoría de las luces bioluminiscentes que producen las especies de los abismos son azules, porque dicho color es el que llega a mayor profundidad.


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El cachalote (Physeter macrocephalus) no solo es el carnívoro más grande del mundo, también es el más grande que ha existido en la Tierra. Está por encima incluso del Tyrannosaurus rex, el megalodón o los cronosaurios. El cachalote es más pesado y más largo. Nada que haya vivido o viva en la Tierra, incluidas las ballenas más grandes, puede compararse con él


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La parte frontal de la cabeza del cachalote alberga el órgano emisor de sonidos más grande del mundo animal. Puede llegar a pesar diez toneladas. Los clics que produce se han medido en doscientos treinta decibelios, un volumen comparable a un disparo de escopeta a diez centímetros de la oreja. El macho emite unos rugidos profundos, mientras que las hembras «hablan» más deprisa, como en una especie de código morse.


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Todas las ballenas son capaces de comunicarse entre ellas aun estando a grandes distancias, pero el aumento del tráfico naval lo hace cada vez más difícil. Sin embargo, este es un problema menor comparado con el que tiene que lidiar «la ballena más solitaria del mundo». Por regla general, el rorcual se comunica a una frecuencia de veinte hercios, y solo oye los sonidos cercanos a esta frecuencia. Pero hace unos años, unos investigadores de ballenas descubrieron asombrados un rorcual con un hándicap muy especial: canta a una frecuencia de unos cincuenta y dos hercios, lo que implica que no puede oírlo otro rorcual y que no puede relacionarse con sus congéneres. Tal vez las otras ballenas piensen que es mudo, que pertenece a una especie distinta o que es un tipo asocial. «La ballena más solitaria del mundo» no se mezcla con nadie. Ni siquiera sigue las rutas migratorias de las demás ballenas.


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El atún de aleta azul es uno de los peces más maravillosos del mar. Todo su cuerpo es como un solo músculo fibroso, y con su cola esbelta en forma de hoz puede alcanzar velocidades que rondan los sesenta kilómetros por hora. Solo unas pocas especies, como el pez espada, el marlín, la orca, los delfines y algunas ballenas, son más veloces que él. La mayoría de los peces son poiquilotermos, lo que significa que cambian de temperatura corporal según la temperatura del mar. Pero al igual que nosotros, los humanos, el atún es de sangre caliente y se mantiene en una temperatura constante.


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El desprecio de los norteños [de Noruega] por la caballa viene de lejos. La gente consideraba que este pez, con un dibujo dorsal que recuerda al esqueleto humano, se comía los cadáveres de los ahogados.


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En las islas Orcadas abundan las leyendas sobre los selkies, los «hombres foca», que en el mar pueden nadar como dichos animales y en tierra firme parecen hombres normales y corrientes, excepto porque son increíblemente atractivos, lo que los hace muy peligrosos, sobre todo para las jóvenes. En el norte de Noruega la gente temía al draug, el fantasma del mar, sobre el que se cuentan un montón de historias. Se decía que era el fantasma de un pescador ahogado que te miraba con unos ojos rojos de muerto oculto bajo una vieja capa de cuero. Su cabeza era un racimo de algas y tenía los brazos extraordinariamente largos. Siempre que salía a navegar, en su barco partido por la mitad y con las velas rasgadas, le gustaba hacerlo entre los barcos de los vivos. Si gritaba y formaba alboroto no había que prestarle atención bajo ningún pretexto. El draug presagiaba la muerte a todos los que lo veían, o bien se los llevaba con él al fondo del mar en ese mismo momento. Podía anunciar la muerte incluso sin hacer acto de presencia. Por la noche, mientras el barco estaba amarrado, solo tenía que destrozar los útiles de pesca. Si los remos, por ejemplo, aparecían colocados del revés, quienes se sentaban en la parte delantera de la barca tenían pocas posibilidades de sobrevivir


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Se busca: tiburón boreal de tamaño medio, de tres a cinco metros y de unos seiscientos kilos. Nombre en latín: Somniosus microcephalus. Hocico corto y redondo, cuerpo con forma cilíndrica, aletas relativamente pequeñas. Es vivíparo. Vive en el Atlántico Norte, pero también nada por debajo de la capa flotante de hielo alrededor del Polo Norte. Prefiere temperaturas cercanas a los cero grados, pero tolera aguas más cálidas. Es capaz de sumergirse hasta mil doscientos metros e incluso a más profundidad. Tiene los dientes inferiores pequeños, como los de una sierra, y los superiores son igual de afilados pero bastante más largos; con ellos perfora a la presa mientras la mandíbula inferior hace el trabajo de sierra. Además de los dientes, y al igual que algunos otros tiburones, tiene unos labios de succión, con los que sujeta a las capturas de cierto tamaño en la boca mientras las mastica. Y se aparean con violencia. El lado bueno de la historia es que el tiburón boreal no copula hasta que ronda los cien años.


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La carne del tiburón boreal es venenosa y huele a orina. Sin embargo, antiguamente, los esquimales alimentaban a sus perros con ella si no tenían otra opción. Pero los pobres perros se intoxicaban, parecía que estaban borrachos como una cuba e incluso se quedaban paralizados durante días. También durante la Primera Guerra Mundial hubo escasez de alimentos en muchos lugares del norte, y la gente no podía escoger. La carne de tiburón boreal abundaba, pero si se comía sin congelar, o no se cocinaba bien, la gente se «emborrachaba de tiburón», porque la carne contiene óxido de trimetilamina y este afecta al sistema nervioso. Por lo visto, la embriaguez que produce este veneno es muy parecida a tomar una cantidad ingente de alcohol. Las personas que se emborrachan de tiburón hablan de un modo incoherente, ven visiones, se tambalean y enloquecen. Cuando por fin se quedan dormidas, es casi imposible despertarlas después. Para evitar tales efectos secundarios, hay que cortar de inmediato la aorta del animal y dejar que este se desangre. Luego se puede dejar secando o cocerlo en agua, que habrá que cambiar varias veces. En Islandia, este plato (llamado hákarl) se considera un manjar, pero siempre y cuando la carne se prepare bien. Para eliminar el veneno, se debe hervir varias veces, dejar que se seque o incluso enterrarla para que fermente.


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La familia Stevenson fue la única responsable de la construcción de los noventa y siete faros que se instalaron a lo largo de la costa escocesa entre 1790 y 1940. Por eso, en vista de la tradición familiar, Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro, Dr. Jekyll y Mr. Hyde y otros clásicos, parecía estar destinado a ser ingeniero de faros. Sin embargo, el escritor, rico y de renombre universal, se convirtió en la oveja negra de la familia, ya que al contrario de todos los hombres de su estirpe, como su abuelo paterno, su padre, su tío y su hermano, ni planificó, ni diseñó, ni construyó ninguno.


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De la misma manera que la mayoría de los animales de la tierra se alimentan de hierba y plantas, la mayoría de los animales que viven en el mar se alimentan de plancton. Este hace lo mismo que las plantas en la tierra: absorbe cantidades enormes de carbono y produce oxígeno por fotosíntesis. Hay una clase especial de alga de color verde azulado que es tan productiva y numerosa que los científicos calculan que ella sola genera el veinte por ciento del oxígeno de la tierra. La ciencia ni siquiera conoció de su existencia hasta la década de los noventa. Y eso que el plancton contribuye en gran medida a hacer habitable nuestro planeta. Estamos en deuda infinita con algo que no podemos ver, algo de lo que la mayoría de la gente no sabe gran cosa. El plancton puede adquirir las formas más extrañas. Cuando se le toman fotos con microscopios electrónicos, a uno le resulta difícil dar crédito a lo que ve. Sus organismos parecen cristales de nieve, módulos lunares, tubos de órgano, torres Eiffel, estatuas de la Libertad, satélites de comunicación, fuegos artificiales, imágenes caleidoscópicas, cepillos de dientes, cestas de la compra vacías, gofreras abiertas, copas de vino con un cubito de hielo flotando dentro, copas de champán forradas de piel de leopardo, urnas griegas, esculturas etruscas, portabicicletas, salabardos, piezas de máquinas, plumas, flores, bolas pegajosas con manzanas dentro, manos libres para teléfonos móviles, lámparas de disco, campanas transparentes a punto de derretirse, alfombras persas voladoras, dientes de león, redes de pesca, sombreros de copa, aspiradoras, embriones, navajas de afeitar, úteros, órganos sexuales cubiertos de pinchos, espermatozoides, cerebros y estilográficas. El plancton puede tener la forma de casi todo lo que hay en el mundo, además de tantas otras desconocidas que se podría construir uno nuevo.


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Unos investigadores británicos que han estudiado fósiles del período devoniano (hace unos cuatrocientos millones de años), cuando las primeras criaturas marinas reptaron hasta la tierra, han hecho un descubrimiento asombroso. Las mandíbulas y los dientes de los primeros animales terrestres estaban desarrollados para desgarrar carne, no para masticar plantas. Tenían los ojos colocados en la parte superior de la cabeza y carecían de cuello. Esto significa que los primeros animales de la Tierra eran carnívoros, tenían cabeza de pez y usaban los dientes para devorarse entre ellos. Los cabeza de pez gobernaron el planeta durante ochenta millones de años. Resulta difícil quitarse esta imagen de la mente cuando la has visualizado.


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El mar es de muchos colores, pero ¿cómo suena? ¿Como las olas que acarician una playa o se abaten contra los acantilados? ¿Como cuando las rocas de la costa son azotadas por las inclemencias del tiempo? Pues sí, así suena desde la tierra. Pero bajo el agua todo se percibe de una manera distinta. Allí el mar tiene su propio sonido, un zumbido profundo que procede de él mismo. El jadeo de Behemot en celo. Durante décadas, gente de todo el mundo ha debatido sobre ese sonido, que solo algunos son capaces de oír. Ha sido descrito como el sonido de un coche diésel en la lejanía, vibrante y de baja frecuencia. Algunos, entre ellos los galeses, tan sensibles, han sostenido que ese sonido a veces provoca sangrado de nariz, dolor de cabeza e insomnio. Otros han intentado explicar el fenómeno con todo tipo de teorías, desde postes de teléfono, cables submarinos, equipamiento de comunicación, acúfenos, peces copulando y ovnis. Hay tanta gente lúcida que asegura haberlo oído que se decidió investigarlo. Y algunos investigadores franceses del Centre National de la Recherche Scientifique aseguran haber encontrado la respuesta. Las olas de muy baja frecuencia generan una actividad microsísmica en el fondo del mar. En cambio, bajo determinadas condiciones, las olas grandes y pesadas pueden hacer vibrar la tierra, y estas vibraciones crean unas ondas sonoras profundas que algunos seres humanos son capaces de oír con toda claridad


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Las avispas son mucho más peligrosas para los seres humanos que los tiburones. En total, en todo el planeta, estos matan entre diez y veinte personas al año. En el mismo espacio de tiempo nosotros acabamos con alrededor de setenta y tres millones de tiburones, y a pesar de eso lo consideramos un depredador peligroso.



De El libro del mar (Salamandra, 2018)
Traducción de Kirsti Baggethun & Asunción Lorenzo

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