LOS
TIBURONES
Y bien, el
último día aparecieron los tiburones.
Aparecen
aletas negras, inocentes
como una
advertencia. El mar se torna
siniestro,
¿están por todas partes?
Créelo,
dejan en el agua una brecha de seis pies.
¿No es este
el mismo mar, y ya no
jugaremos más
con él?
Me gustaba
diáfano, y no
demasiado
calmo, con bastantes olas
para
lanzarme a él. Por primera vez
había osado
nadar en lo hondo.
Llegaron al
atardecer, en el instante
en que un
resplandor cobrizo aquieta el mar,
no lo
suficientemente oscuro aún
para ser
iluminado por la luna, aún
lo bastante
claro para verlos fácilmente. Negro
el aguzado
borde de las aletas.
LA TERCERA
DIMENSIÓN
Quién me
creería si
dijera: “Me
agarraron y
hendieron
desde
el cuero
cabelludo hasta la pelvis, y
todavía
estoy viva, y
me paseo
contenta
del sol y
todas
las dádivas
del mundo”. La honestidad
no es tan
simple:
la simple
honestidad no es
sino una
mentira.
¿No
esconden los árboles
el viento
entre
sus hojas y
hablan con
susurros?
La tercera
dimensión
se esconde.
Si los empedradores
parten piedras,
las
piedras son
piedras:
pero el
amor
me partió
en dos
y estoy
viva para
contar el
cuento; pero no
honestamente:
las
palabras
cambian las
cosas. Deja que sea
—aquí, bajo
el dulce sol—
una ficción,
mientras yo
respiro y
cambio el
paso.
De El poeta y su trabajo II (Editorial Universidad Autónoma de Puebla, 1983)
Traducción de Alberto Girri
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