martes, 13 de junio de 2017

Tres poemas de Ilya Kaminsky




BAILANDO EN ODESA

     En una ciudad gobernada conjuntamente por palomas y cuervos, las palomas cubrían el distrito central y los cuervos el mercado. Un niño sordo contó los pájaros que había en el patio de su vecino y obtuvo un número de cuatro dígitos. Marcó ese número en el teléfono y le declaró su amor a la voz del otro lado.

     Mi secreto: a la edad de cuatro años me quedé sordo. Cuando perdí el oído, empecé a ver voces. En un tranvía lleno de gente, un hombre con un solo brazo me dijo que mi vida estaría misteriosamente conectada a la historia de mi país. Y sin embargo mi país ha desaparecido; sus ciudadanos se dan cita en sueños para realizar elecciones. El hombre no describió sus caras, sólo unos pocos nombres: Roldán, Aladino, Simbad.



JOSEF BRODSKY

     Josef se ganaba la vida dando clases de todo, desde ingeniería hasta griego. Sus ojos eran soñolientos y pequeños, su cara dominada por un enorme bigote como el de Nietzsche. Murmuraba. ¿Te gusta Brahms? No te puedo oír, le dije. ¿Qué tal Chopin? No te puedo oír. ¿Mozart? ¿Bach? ¿Beethoveen? Tengo problemas de audición, ¿podría repetirme lo que dijo, por favor? Vas a tener mucho éxito en la música, dijo él.

     Para conocerlo, me voy de vuelta al Leningrado de 1964. Las calles están endiabladamente frías: nos sentamos en el pavimento; el inicia abruptamente (una risa seca, un cigarrillo) a contarme la historia de su vida. Mientras hablamos sus palabras se convierten en carámbanos. Yo las leo en el aire.



BAILANDO EN ODESA

Vivíamos al norte del futuro, los días abrían
cartas firmadas por un niño, una frambuesa, una página de cielo.

Mi abuela arrojaba tomates
desde su balcón, tiraba de la imaginación como de un mantel
sobre mi cabeza. Yo pintaba el rostro de mi madre.
Ella entendía de soledad,
escondía a los muertos en la tierra como si fueran partisanos.

La noche nos desvistió (yo le tomé
el pulso) mi madre bailó, y llenó el pasado
con duraznos y cacerolas. Con esto mi doctor se reía, su nieta
tocó mi párpado —yo la besé

detrás de su rodilla. La ciudad tembló,
un barco fantasma se hacía a la mar.
Y mi compañero de escuela inventó veinte nombres para judío.
Él era un ángel, no tenía nombre,
y sí, luchamos. Montados en tractores, mis abuelos pelearon

contra los tanques alemanes, yo guardaba una maleta llena
con poemas de Brodsky. La ciudad tembló,
un barco fantasma se hacía a la mar.

De noche, me despertaba a susurrar: sí, estuvimos vivos.
Estuvimos vivos, sí, no digas que fue un sueño.

En la fábrica local, mi padre
tomó un puñado de nieve, lo puso en mi boca.
El sol dio comienzo a su narración rutinaria,

blanqueaba sus cuerpos: madre y padre bailaban, se movían
mientras la oscuridad bailaba a sus espaldas.
Era abril. El sol lavó los balcones, abril.

Yo recuento la historia que la luz bosqueja
en mi mano: Librito, vete a la ciudad sin mí.



De Bailando en Odesa (Valparaíso, 2014)
Traducción de G. A. Chaves

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