BAILANDO EN ODESA
En una ciudad gobernada conjuntamente por
palomas y cuervos, las palomas cubrían el distrito central y los cuervos el
mercado. Un niño sordo contó los pájaros que había en el patio de su vecino y
obtuvo un número de cuatro dígitos. Marcó ese número en el teléfono y le
declaró su amor a la voz del otro lado.
Mi secreto: a la edad de cuatro años me
quedé sordo. Cuando perdí el oído, empecé a ver voces. En un tranvía lleno de
gente, un hombre con un solo brazo me dijo que mi vida estaría misteriosamente
conectada a la historia de mi país. Y sin embargo mi país ha desaparecido; sus
ciudadanos se dan cita en sueños para realizar elecciones. El hombre no
describió sus caras, sólo unos pocos nombres: Roldán, Aladino, Simbad.
JOSEF BRODSKY
Josef se ganaba la vida dando clases de
todo, desde ingeniería hasta griego. Sus ojos eran soñolientos y pequeños, su
cara dominada por un enorme bigote como el de Nietzsche. Murmuraba. ¿Te gusta
Brahms? No te puedo oír, le dije. ¿Qué tal Chopin? No te puedo oír. ¿Mozart?
¿Bach? ¿Beethoveen? Tengo problemas de audición, ¿podría repetirme lo que dijo,
por favor? Vas a tener mucho éxito en la música, dijo él.
Para conocerlo, me voy de vuelta al
Leningrado de 1964. Las calles están endiabladamente frías: nos sentamos en el
pavimento; el inicia abruptamente (una risa seca, un cigarrillo) a contarme la
historia de su vida. Mientras hablamos sus palabras se convierten en
carámbanos. Yo las leo en el aire.
BAILANDO EN ODESA
Vivíamos al norte del
futuro, los días abrían
cartas firmadas por un
niño, una frambuesa, una página de cielo.
Mi abuela arrojaba
tomates
desde su balcón, tiraba
de la imaginación como de un mantel
sobre mi cabeza. Yo
pintaba el rostro de mi madre.
Ella entendía de
soledad,
escondía a los muertos
en la tierra como si fueran partisanos.
La noche nos desvistió
(yo le tomé
el pulso) mi madre
bailó, y llenó el pasado
con duraznos y
cacerolas. Con esto mi doctor se reía, su nieta
tocó mi párpado —yo la
besé
detrás de su rodilla. La
ciudad tembló,
un barco fantasma se
hacía a la mar.
Y mi compañero de
escuela inventó veinte nombres para judío.
Él era un ángel, no
tenía nombre,
y sí, luchamos. Montados
en tractores, mis abuelos pelearon
contra los tanques
alemanes, yo guardaba una maleta llena
con poemas de Brodsky.
La ciudad tembló,
un barco fantasma se
hacía a la mar.
De noche, me despertaba
a susurrar: sí, estuvimos vivos.
Estuvimos vivos, sí, no
digas que fue un sueño.
En la fábrica local, mi
padre
tomó un puñado de nieve,
lo puso en mi boca.
El sol dio comienzo a su
narración rutinaria,
blanqueaba sus cuerpos:
madre y padre bailaban, se movían
mientras la oscuridad
bailaba a sus espaldas.
Era abril. El sol lavó
los balcones, abril.
Yo recuento la historia
que la luz bosqueja
en mi mano: Librito, vete a la ciudad sin mí.
De Bailando en Odesa (Valparaíso, 2014)
Traducción de G. A. Chaves
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