EL CIERVO
Iba yo con mi hermano
por el bosque,
cuando lo vi entre las
ramas asomarse.
Puede verlo como era,
y él, mirarme:
macho, de alta
cornamenta.
Aunque de noche,
los ojos clarearon en su
estupor al verme.
Volvió la grupa,
temeroso.
Yo alcé el arma que
llevaba
y apunté entre los
cuernos.
Disparé. Y con ello la
cabeza
se deshizo en el aire
que había respirado.
Donde hubo belleza
quedó el cuerpo tendido
sobre la hierba.
Tomé el arma
y se la di a mi hermano.
“Ten”, le dije, “el
rifle
con el que he matado sin
deseo.”
Volví la espalda
y caminé hacia el auto
que había dejado
en el umbral del bosque.
EL RÍO INTERIOR
El río Ouse no está en
Inglaterra;
atraviesa con parsimonia
el estado de Iowa
en el Midwest de los
Estados Unidos
de Norteamérica.
Mientras le cantan al
oído
baladas tiernas,
las adolescentes llevan
a sus novias
a bogar en las aguas
mansas del río.
Es profundo su cauce
y en sus orillas crece
la hierba
que el viento del verano
hace ondular
como una armoniosa
coreografía.
En su curso,
el Ouse bordea la
escuela primaria
de una rústica aldea.
Con delgadas cañas de
pescar,
hechas a mano por algún
pariente,
los pequeños se
concentran en la tarea
de sacar del agua al pez
que batalla por su vida
en el extremo
tenso del cordel.
El Ouse nace y muere en
el estado de Iowa.
Su trayecto es breve;
su memoria, perdurable.
Es un río temible,
advierten los mayores
al perderlo
de vista
en las gargantas de
granito
que atraviesan la tierra
hasta su centro.
En las altas horas
cuando las lámparas
se apagan
para así desnudar
el terror de los niños,
el Ouse irrumpe en el
sueño.
Extraño a todo
paraje idílico,
son árboles las llamas,
y ávidas
las bocas
de las casas de hierro.
Los aldeanos
no se acercan a la
orilla,
tienen miedo;
tal vez por ello el
accidente
nunca se menciona,
ni siquiera en el
invierno
cuando la oscuridad
incita a develar
los misterios del
suicida.
Pero eso ocurrió en
Inglaterra
en 1941
–marismas del Ouse,
condado de Sussex–
y no el río que
atraviesa
dulcemente
las praderas de Iowa
en el Midwest de los
Estados Unidos
de Norteamérica.
LOS QUE VAN A MORIR
Hay dos millones de
historias
en la ciudad desnuda
con qué indiferencia
escuchamos
de la boca de los otros
ha muerto alguien hemos
roto el vínculo
Llueve llueve sobre el
lago
Rosas en el cielo
Amarillo
Nada nos importa
Estos son nuestros
miedos
nuestros besos nocturnos
quebrar los sueños y el
cuello
de los otros
y orar
–profundamente
De País. Poesía reunida 1981-2011 (Pre-textos, 2007)
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