Al volver, casi todos los astronautas caen en una profunda depresión. Los aqueja un deseo incontrolable de subir de peso. Al atardecer se los puede ver en pijama de seda dándole otra vuelta a la plaza: los chicos se burlan, los perros los siguen de cerca. La ingravidez prolongada destruye los huesos, los músculos, por fin la laringe, lo cual explica que los astronautas que regresan a la tierra vean su habla reducida a una especie de pitido, suave y a la vez chillón, comprensible únicamente para otros astronautas, un silbido que parece, pero no es, a pesar de lo que diga el gobierno, música.
Valoraba la pintura hasta el punto de renunciar a ella.
Valoraba la renuncia hasta el punto de seguir pintando. La figura hasta el
punto de abstraer. La abstracción hasta el punto de insinuar el busto. El busto
hasta el punto de decirle a la modelo que se retire. Pero yo vivo aquí, dice la
modelo. Yo valoro eso, dice el pintor. Pero valoro el valor hasta el punto de
insistir. La insistencia hasta el punto de poner la otra mejilla. La otra
mejilla hasta el punto de poner la otra. De ahí que parezca que estoy diciendo No con la cabeza.
En el dibujo animado el perro dispara un arma, se adelanta
en auto y espera la bala con la boca abierta. Pequeños y continuos cambios en
el decorado producen una ilusión de movimiento. En lugar de erecciones, brotan
contusiones cefálicas. Reducido en todo lo demás a una pila de cenizas, los
ojos del gato travieso siguen ahí, parpadeando. La contigüidad sustituida por
la sustitución: aplastas al pato con la sartén y se vuelve una sartén. El oso,
indiferente, se palpa el pecho agujereado. El inmenso jamón que organiza la
acción del episodio no pesa nada, parece escurridizo y es por fin devorado por
un ratón. En el desayuno más común, la carne del sándwich es de dibujo animado.
El niño actor que trabajó frente al dragón quedará herido de por vida. Abre los
ojos. Sigues abrazado a la dinamita.
No importa que tan grandes fabriquen los juguetes: un niño
siempre encontrará la manera de metérselos en la boca. Difícilmente quede un
juego de plaza que no haya estado en la boca de un niño. Sin embargo, el objeto
responsable de la mayor cantidad de muertes por asfixia, tanto en adultos como
en niños, es el globo rojo. Sólo el año pasado, cada norteamericano murió
asfixiado por un globo rojo.
Me parece que hay una pregunta en el fondo. Sí, gracias. ¿Está en su poder la dentadura superior de Hitler? Si en efecto está en su poder la dentadura superior de Hitler, y así parece, ¿podría usted resistir la tentación de probársela? Si acaso lleva puesta ahora mismo la dentadura superior de Hitler, y así parece, ¿cómo afecta esa circunstancia la validez de su respuesta? ¿Y si la pusiera por escrito? Si me dijera que me ama con la dentadura superior de Hitler, ¿debería creerle? ¿Está mal dejarse besar por alguien que lleva la dentadura superior de Hitler? ¿Y si esa persona fuera judía? ¿Y si fuera un rabino? ¿Podemos ponerle precio a la dentadura superior de Hitler? ¿En qué medida son los dientes superiores de cualquier alemán la dentadura superior de Hitler? ¿Sería bueno o malo que se obligara a todos los chicos a probarse la dentadura de Hitler? Y si fuera bueno, y pienso que estaremos todos de acuerdo en que así es, ¿lo sería por el descubrimiento de que estos son dientes de algún modo excepcionales, quizás incluso sobrenaturales, o porque se vería en cambio que están compuestos por un núcleo de pulpa blanda rodeado por una capa de dentina dura cubierta de esmalte —como cualquier otro diente—? ¿Podremos algún día perdonar a los dientes superiores de Hitler? Y si es así, ¿a todos a la vez?
De Ángulo de guiñada (Dakota Editora, 2013)
Traducción de Guido Herzovich
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