Sólo en conexión con un cuerpo, tiene sentido una sombra. Yo
llamé perro a la mía, el modo en que corría delante de mí en la polvareda,
respirando veloz y estirando su pequeño hocico ahí adelante —pese a que hay
intervalos en que la luz se quieta y el aire no resiste. Abandonada en mi
cuerpo, la memoria de las casas a una cierta distancia, sus techos y chimeneas
para que la oscuridad fluya en convenciones arbitrarias. Por eso no te gusta
cuando me emborracho. Me quedo dormida en la calle, sin una mísera sombra donde
yacer y el gentío se agolpa a mirar, temeroso de verse defraudado.
A fin de entender la naturaleza del lenguaje, empezaste a
pintar, pensando que la lógica del referente quedaría expuesta, no bien
hubieras resuelto la oposición entre punto, línea y color. De unas palabras que
se deslizaban por las escalas del significado, me distrajo el humo en mi margen
de aliento. Esperé la llama, el pasaje del ojo al mundo. Al amanecer, te
escurriste en la cama, exhausto, alertándome contra el riesgo de sacar
conclusiones a partir de lienzos ciegos. Yo aventuré que una línea podía representar
una torre que alcanzara el cielo o, acaso, la lluvia en el acto de caer.
Respondiste que el mundo estaba acaparando demasiado espacio ya.
Traducción de María Negroni
me gusta su poesia en prosa
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