LA METÁFORA COMO SÍNTOMA DE DESESPERACIÓN MENTAL
Tomé el autobús a casa sólo para estar cerca del vecindario:
ropas en la soga, las alas de una blusa roja,
velas de un marzo caluroso. Una casa de dos pisos—
patio y poste de luz, hombre calvo en verde oscuro
recortando un seto. La terraza es una ilusión; la casa es
una ilusión.
El cielo es un paladar, lágrimas azules.
La poda invernal—todo sigue vacío, alargado. Sí, sí,
claro que el cielo también es una taza dada vuelta sobre un
alambre de púas
y un corazón roto. Los fósiles permanecen en las rocas
cámbricas:
el cuerpo como boca, barriga y hueso.
Una eficiencia especial, tentacular, invertebrada
¿Eso es vivir? El caballo blanco de la estepa que vemos
correr
en la nieve, incitados por una gramática que no puede oírse.
Niebla en la ventanilla del coche, un velo sobre la nada más
absoluta.
GRETEL
Madre, estoy desnuda en este bosque loco de neblina.
Sólo la luna me demuestra amor.
El invierno me aplastará: brazos diminutos, pies pálidos,
lengua de óxido. Tengo mil visiones:
tú planchando un enorme vestido; comiendo
chocolate y miel, salchichas
y un durazno delicioso; el sol borracho
y relajado; la primavera estallando contra un cielo crudo
y el alarido de la tormenta; alguien corriendo.
Gritas, Vete, vete. Llévatelos, ¿sí?
Y él lo hace, a través de la carretera marítima con sus
barcos anclados en un sueño profundo. En ese lugar
de belleza complicada, es el fin del otoño
y casi todo está en calma, salvo cuando
el viento celestial sacude
la rama que había atado
a un fresno blanco ya marchito. El silencio, en sí mismo, es
una estrategia,
un lenguaje de signos,
lujoso, fluido entre las manos
de aquellos que lo han aprendido en su infancia.
Sabes que no fuimos hechos
para vivir aquí, solo para aprender abandono,
renuncia, para sujetar con la manos húmedas el frío
metal de la vida, y después encontrar una forma de
marcharnos.
De El claroscuro del pingüino (Kriller71 ediciones, 2013)
Traducción de Patricio Ginberg y Aníbal Cristobo
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