Para poseer algo o
a alguien, es preciso no abandonarse a él, no perder la cabeza, en suma, seguir
siendo superior. Pero es ley de vida que se goza
sólo aquello a lo que nos abandonamos.
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La única alegría en el mundo es comenzar. Es hermoso vivir
porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta esta sensación
—prisión, enfermedad, hábito, estupidez— uno quisiera morir.
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Conozco a un necio que se negó a aprender en su juventud las
reglas del juego, perdido en pos de quimeras, y ahora las quimeras se esfuman y
el juego lo tritura.
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Prueba a hacer el bien a alguien. Al poco tiempo verás cómo
odias esa cara compungida y radiante.
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Lo trágico de la vida es que bien y mal son la misma materia
de acción —deseo—, sólo que coloreada de modos opuestos. Pero como colores
vistos de noche, que sólo se distinguen por prejuicio o por instinto, nunca por
clara conciencia.
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El arte de vivir es el arte de saber creer en las mentiras.
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No es nada ridículo o absurdo quien, pensando en matarse, le
fastidia o atemoriza caer bajo un automóvil o pillar una enfermedad. Aparte la
cuestión del mayor o menor dolor, queda siempre en pie que querer matarse es
desear que la propia muerte tenga un significado, sea una suprema elección, un acto inconfundible. Por eso es natural que el
suicida no tolere el pensamiento de caer por azar bajo un vehículo o reventar
de pulmonía o cualquier otra cosa igualmente insensata (meaningless). Con que, ojo con los cruces y las corrientes de aire.
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Observo que el dolor embrutece, atonta, aplasta. Cada tentáculo
con el cual antaño sentía, probaba y rozaba el mundo, está como truncado y
gangrenado en el muñón. Paso los días como quien ha golpeado una arista con la
rótula interna de la rodilla: todo el día como ese instante intolerable. El
dolor está en el pecho, que me parece hundido y todavía ávido, pulsante de
sangre que escapa y no regresa, como de una enorme herida.
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Puesto que Dios podía crear una libertad que no
permitiese el mal (cfr. el estado de los bienaventurados libres y seguros de no
pecar), se deduce que el mal lo ha querido él. Pero el mal lo ofende. Se trata,
pues, de un severo caso de masoquismo.
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Tan estúpido que para encontrar una meta para su vida ha
tenido que hacer un hijo.
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A medida que pasan los años, en el rostro de cada cual va
dibujándose cada vez mejor la calavera.
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La eterna falsedad de la poesía estriba en que sus hechos
ocurren en un tiempo distinto del real.
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La religión consiste en creer que todo lo que nos ocurre es extraordinariamente importante. Nunca
podrá desaparecer del mundo, por esa misma razón.
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Al leer no buscamos ideas nuevas, sino pensamientos ya
pensados por nosotros, que adquieren en la página un sello de confirmación. Nos
impresionan las palabras de los otros que resuenan en una zona ya nuestra —y
que ya vivimos— y que al hacerla vibrar nos permiten apresar nuevos atisbos en
nuestro interior.
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Todo artista trata de desmontar el mecanismo de su técnica
para ver cómo está hecha y servirse de ella, llegado el caso, en frío. Sin
embargo, una obra de arte se logra solamente cuando para el artista tiene algo de
misterioso. Natural: la historia de un artista es la sucesiva superación de la
técnica usada en la obra precedente, mediante una creación que supone una ley
estética más compleja. La autocrítica es un medio de superarse a sí mismo. El
artista que no analiza y no destruye continuamente su técnica es un pobrecillo.
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El amor es la más barata de las religiones.
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La poesía no es un sentido sino un estado, no un comprender
sino un ser.
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Uno no se mata por amor a una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en
nuestra desnudez, miseria, inermidad, nada.
De El oficio de vivir
Traducción de Esther Benítez
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