miércoles, 15 de enero de 2014

Cuatro poemas de Charles Simic


   En un bosque de signos de interrogación tú no eras mayor que un asterisco.
   ¡Oh estación de brumas! Alguien hizo sonar el cuerno de caza.
   El diccionario dijo que eras un signo que denotaba una omisión; luego, de pronto, cambiaba de tema y hablaba de “asterismos”, que supuestamente tienen que ver con cristales donde aparece una figura luminosa en forma de estrella.
   No te creíste ni una palabra. Los signos de interrogación tenían corazones de San Valentín tallados en sus troncos para que no alzaras la vista y advirtieras las sogas.
   Sogas grasientas con lazos del tamaño de un niño.

*

   Todo es predecible. Todo ha sido ya predicho. Lo predestinado no se puede evitar. Incluida esta patata hervida. Este tenedor. Este trozo de pan negro. También este pensamiento…
   Mi abuela, que barre la acera, lo sabe. Dice que no hay dios, sólo un ojo aquí y allá que ve con claridad. Los vecinos están demasiado ocupados viendo la televisión como para quemarla por bruja.

*

   ¿Son los caníbales rusos peores que los ingleses? Por supuesto. Los ingleses comen sólo los pies, los rusos el alma. “El alma es un espejismo”, le dije a Anna Alexandrovna, pero siguió comiéndose la mía de todos modos.
   “¿Como un exquisito pato confitado o como una brillante almeja en salmuera?”, pregunté. Pero ella se limitó a frotarse el vientre y a sonreírme desde el otro lado de la mesa.

*

   El muerto desciende del cadalso. Lleva su cabeza ensangrentada bajo el brazo.
   Los manzanos están en flor. El muerto se dirige a la taberna del pueblo a la vista de todo el mundo. Allí toma asiento en un rincón y pide dos cervezas, una para él y otra para su cabeza. Mi madre se limpia las manos en el delantal y le sirve.
   Qué tranquilo es el mundo. Uno puede oír el viejo río, que en su confusión a veces se olvida y fluye hacia atrás


De El mundo no se acaba (Vaso Roto, 2013)
Traducción de Jordi Doce.  

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