En un bosque de
signos de interrogación tú no eras mayor que un asterisco.
¡Oh estación de
brumas! Alguien hizo sonar el cuerno de caza.
El diccionario dijo
que eras un signo que denotaba una omisión; luego, de pronto, cambiaba de tema
y hablaba de “asterismos”, que supuestamente tienen que ver con cristales donde
aparece una figura luminosa en forma de estrella.
No te creíste ni
una palabra. Los signos de interrogación tenían corazones de San Valentín
tallados en sus troncos para que no alzaras la vista y advirtieras las sogas.
Sogas grasientas
con lazos del tamaño de un niño.
*
Todo es predecible.
Todo ha sido ya predicho. Lo predestinado no se puede evitar. Incluida esta
patata hervida. Este tenedor. Este trozo de pan negro. También este pensamiento…
Mi abuela, que
barre la acera, lo sabe. Dice que no hay dios, sólo un ojo aquí y allá que ve
con claridad. Los vecinos están demasiado ocupados viendo la televisión como
para quemarla por bruja.
*
¿Son los caníbales
rusos peores que los ingleses? Por supuesto. Los ingleses comen sólo los pies,
los rusos el alma. “El alma es un espejismo”, le dije a Anna Alexandrovna, pero
siguió comiéndose la mía de todos modos.
“¿Como un exquisito
pato confitado o como una brillante almeja en salmuera?”, pregunté. Pero ella
se limitó a frotarse el vientre y a sonreírme desde el otro lado de la mesa.
*
El muerto desciende
del cadalso. Lleva su cabeza ensangrentada bajo el brazo.
Los manzanos están
en flor. El muerto se dirige a la taberna del pueblo a la vista de todo el
mundo. Allí toma asiento en un rincón y pide dos cervezas, una para él y otra
para su cabeza. Mi madre se limpia las manos en el delantal y le sirve.
Qué tranquilo es el
mundo. Uno puede oír el viejo río, que en su confusión a veces se olvida y
fluye hacia atrás
De El mundo no se acaba (Vaso Roto, 2013)
Traducción de Jordi Doce.
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