LOS APRECIADOS OBJETOS O ESTA
CANCIÓN HUMANISTA
Nadie me espera, ni en mí, ni en
ningún lado, lo que hay
es una bola de boliche rodando
escaleras arriba y,
en un ejercicio de precisión
mecánica, una turba de boxeadores
especulan con el precio de mi rostro
apoyado en la nieve.
¿Tan poco hemos avanzado en la
vida? Tango ufológico
practicado con las metodologías de
una bala
cuya autopsia hemos acompañado con
nombres propios:
Wendy o Joy, las marcianas en
prosa. Una práctica de nudos
tejidos con neuronas y cuyo dorso
es un paramecio tranny
que vuelve siempre hacia algo que
ya no existe.
Los recuerdos queman, pero sobre
todo te practican
un mal corte de pelo que no te deja
dormir en la noche. En rigor,
también un odio como una máquina cumbiera y logarítmica
cuya respuesta es siempre el número
que no apostaste.
¿Dónde será d’ir mañana? El tiempo
se vuelve la piel
de un animal oblicuo y, más que
impronunciable, inútil.
¿Quién nos regresará el sol de un
tiempo refregado contra la lija
de las palabras muertas, de los
rostros olvidados? No existe
abrazo alguno que haga bailar
reggaetón a una piedra producida,
trabajada desde el eje del miedo.
Habrá que llorar si se sabe
la clave electrónica que dice: llanto que avanza del centro inmóvil
hacia
las afueras de una vida como un hostal campestre. Canastas
para comer sándwiches y cocacolas
del tiempo (no en el tiempo).
Los instantes se descuelgan como la
melena de un clavadista que,
debajo de la piscina estoica (o del
sueño), se descubre como un orfeo
traducido al húngaro e indigno de
un comic neonazi
elaborado muchos siglos después (de
qué, quién sabe). La verdad
es que no estar hubiese sido más
exacto que tanta carrera con vallas
donde el velocista arrastra su
cabeza con las manos y le pide
a los ojos que rozaban la pista
mostrarle algún camino
o, al menos, recordarle que nada
tiene sentido alguno.
El modelo de la tierra puede
aliviar al viajero promedio,
pero los menos vivos sabemos que
cualquier recorrido se explica
como una masa apachurrada luego de
un pogo con tijera en mano
cuya basura nadie vendrá a retirar
por ti.
PASAPORTE: ESOS AVIONES DE GUERRA
SOBRE ISLANDIA
Al mirar en su rostro pensaba: amor
+ nunca también es un lugar:
una aguja vista de cerca para
pensar los improbables.
Entonces, algún sentido tiene ejercer
presión en el lenguaje
para encontrar las cosas, para
decir las cosas en un círculo,
en círculo entusiasta sobre un yate
abandonado
sobre una pista de hielo, junto a
árboles de diseño surtido.
Silvana escribe: te enviaré postales desde un sueño que no
habría tenido,
aunque
lo tuve. Adiós, galerías donde los dibujantes elaboran tu retrato
para un film de largo aliento.
Adiós, maquetas de ciudades
que se habrían fabricado lejos para
un nosotros que se fabrica cerca.
En cualquier caso, un sueño donde
se anticipó el adiós
en forma de una pareja de hombres
calvos que miraban planetas,
abrazados, en una habitación con
techo transparente al cielo.
Ahora, de momento, no hay nada
muerto, pero Silvana
anticipa en sus labios lo que
podría suceder: el abrazo nuclear para dos
sobre el viaducto del tiempo: un
hombre enamorado de otro,
llorando: las almas se fabrican de
manera industrial
y lo que existe es un vacío donde nadie sabe, ni recuerda.
Nada sucede en mí, pero ciertos
animales huyen
porque saben que algo se esparcirá
en muchas direcciones
& que —de todo esto— apenas
resistirá el polen amarillo de ciertas flores.
No hay método para entender la vida
con personas,
pero tampoco en objetos, ni en nada
que no sean palabras,
aunque tampoco las palabras saben
mucho de la vida.
Quizás hay algo que puede
revelarse, entre colinas y colinas
frente a un puente que nada une y
permanece allí sobre el desierto.
La llave de una muñeca rota que no
existe en el mundo
—& no es del mañana— sólo se
puede desarmar en un lenguaje
que no existe, pero que traga todos
los lenguajes
hacia un mundo vacío donde puede
extinguir el mundo acumulado
desde un globo rojo que ahora se
desprende y luego brilla.
BALADA PARA UN PERDEDOR ABSOLUTO EN
VERSO RELATIVO
La madrugada es un niño rodando
colina abajo
en mi cabeza que rueda colina abajo
& cielo arriba abajo
donde se muele mi rostro de piedra
sobre mi rostro de hueso.
De hecho, no sé si pienso esto que
pienso: fracasé y soplé
y coloqué mi torso sobre una cancha
de sangre
donde se acumulan los órganos del
hombre que ya no pude ser,
que no sabría. Sobre el plumaje de
un búho en el desierto,
las mujeres que no tuve, las que
anhelé en la lluvia,
recorren un hospital psiquiátrico
donde disparan
contra el laberinto vertical de mi
cabeza rapada a los 16 años.
Esta muerte donde las islas de
viento soplan
sobre los carrizos de agua de mi
rostro quemado
en un pasaje directo hacia los
huesos. Sin gracia, niño gris,
hombre concreto (la versión
tangible de otros, esos sí,
triunfadores y etéreos, pero también
hueco, vacío,
hambre de fondo, línea de arrastre
de un símbolo inundado,
concreto máquina poema hombre poema
cicatriz).
Y nuevamente herida. Nadie que me
elija me elegirá.
Tengo el doble de años y una niña
de niebla me esconde
bajo su mano (soy quien le venda su
rostro,
quien la tortura sin que ella lo
sepa para así comprenderla).
El cielo esplende como la copula
masiva de un enjambre
de abejorros azules + la velocidad
de las células
amarradas sobre mis ojos: hay
avisos de curva que no hay.
Hoy, 6 de julio de 2012, mi alma es una
cabeza rapada,
un desierto de neuronas sobre una
isla de caballos
cosidos contra una nube de seda.
Mamá, ya olvidé
cómo se escribía mi nombre. La
escuelita de mi muerte
se abrasa con demasiados rostros
desconocidos,
saludos cordiales, la desesperación
de un animal
por convertirse en polvo.
De Anhedonia (Gamar Editores, 2013)
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