(fragmentos)
¿Cuán demoníaco era
Hitler?
Ya de por sí la pregunta resulta sospechosa. Da a entender
que el que la formula desea esconder un punto débil en su pasado político y que
lo hace de un modo mítico-místico. Hay una anécdota del teólogo suizo Kart
Barth, al que al parecer otros religiosos aseguraron después de 1945 que al
encontrarse con Hitler creyeron estar viendo los ojos de Satán. Barth se echó a
reír y les espetó que no querían admitir que políticamente habían sido unos
necios.
Y sin embargo, el
muy serio Rüdiger Safranski no ha sido el único en redescubrir el “mal”
absoluto como elemento de descripción útil. En el caso Hitler, la fórmula
demoníaca al menos nos circunscribe a la pregunta: ¿cómo pudo ocurrir que la
mayoría del pueblo alemán llegara a reaccionar ante este personaje, que fue un
don nadie durante treinta años, con esas orgías de delirio?
*
Propongo que nos aproximemos a la cuestión de lo
demoníaco desde una perspectiva de historia del arte, lo que nos permitirá una
mayor libertad. ¡Consideremos por ejemplo las diablos de Jerónimo Bosch! Esos
trémulos monstruos son muy variados, pero tienen una cosa en común: no están
completos. Su terror, el espanto que que irradian es el de un ser tullido,
incompleto, reducido a una mecanicidad monomaníaca. Y a eso, a la deformidad,
tiende en último término, a mi entender, el carácter demoníaco de Hitler (en
caso de haberlo).
Pero, ¿qué le
faltaba? ¿Cuál era su hándicap decisivo, e infernal en sus efectos? Aquí nos
servirá un ejemplo extraído de la biología experimental.
Hace años leí algo
de un experimento que se hizo con peces de cardumen, esos diminutos seres
brillantes que nadan en bandadas de a cientos, a veces miles, y que en un
instante cambian de dirección conjuntamente: nudos en una red invisible de
relaciones que parece vivir y funcionar como un supraorganismo. Los
investigadores llegaron a aislar el cordón nervioso que les permite hacerlo:
transcurre paralelo a sus flancos. Y, con la curiosidad falta de escrúpulos
propia de la ciencia, extrajeron el vital órgano de la empatía a uno de ellos,
convirtiéndolo en un lisiado. El pez maltratado, incólume exteriormente, fue
devuelto entonces al cardumen natal y, se convirtió en pez guía.
Lógicamente, pues,
como no percibía señales y sus miles de compañeros nada sabían de su estado,
consideraron que sus decisiones solitarias, que ya no respondían a la conocida
determinación colectiva, eran ejemplares. Únicamente él, secretamente lisiado,
parecía saber por dónde ir, cuál era la derecha, la izquierda, el camino hacia
arriba o hacia abajo, aunque en realidad no respondía más que a un impulso
ciego, autista.
*
Sí, él era el pez amputado que ya no percibía señales
correctoras, el que únicamente seguía sus impulsos más oscuros. Y el gran
cardumen alemán, desorientado por la derrota de la Alemania imperial, que
trataba denodadamente de adaptarse a una paz democrática sin anexiones basada
en los Catorce Puntos de Wilson, experimentó acto seguido la derrota de Wilson
en Versalles y la llegada de una despiadada paz impuesta, con lo que se vio
inmerso en aguas ignotas, frías y desiertas. Confrontado con formas hostiles,
casi mortales de crisis económicas, desorientado hasta la médula, percibe la
imparable rabia con la que este autista se lanza a lo desconocido, lo considera
el poste indicador de la providencia, la salida de la miseria, la promesa de un
futuro aún inimaginable, pero en cualquier caso glorioso. Y los haces nerviosos
de estos millones de seres se acoplan a él.
De Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?
Traducción de Cristina García Ohlrich
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