CONFESIÓN
Desearía haber muerto
antes de pasar por esto
y haber sido completamente olvidada.
—María dando a luz, el
Sagrado Corán
Para ser honesta, María me cae un poco mejor
cuando la imagino así: en cuclillas,
insultando, un niño Dios empujándole
el útero (me gusta recordad
que tenía útero, un cuerpo común
y parecido al mío), sudor de chica qque dibuja
ríos como venas en la arena,
manos pequeñas sobre rodillas,
no eran palomas, sino manos, aferradas,
una palmera presiona su columna,
las hojas susurran como voyeurs
(ay, María, como un Dios, a mí también
me complace saber que no eras tan
santa, que el dolor podía deshacerte
como a un nudo) y, sufriendo,
admiro a esta chica a la que,
por un instante, no le importó Dios
ni Sus planes, sino su propia
e inconfundible vida, esta María más feroz
capaz de desaparecer para salvarse,
capaz de gritar a la
mierda
con la salvación si
implica este dolor,
la adolescente bendita que se agachó
indignada en un desierto mientras daba a luz a Su hijo
como un secreto que ella nunca quiso escuchar.
SARCOMA
Cuando el médico dice la palabra sarcoma, pienso que podría ser un lindo
nombre para una hija, con esa a buena
y femenina, como los padres que les ponen a sus hijos nombres bizarros,
manzanas, por ejemplo, o el lugar donde los concibieron, y paso los dedos por
el montículo de mi vientre, la carne distendida debajo del tejido azul que uso
como vestido, un vestido de luto ideal, descartable, y él habla sobre mi
expectativa de vida, algo tan simple que creía que nada me lo podría sacar, y
mientras me explica pongo las manos a los costados del centro de mi cuerpo,
como si consolara a una nena o le tapara las orejas.
MIOMECTOMÍA
En el centro de la habitación
oscura, una aureola: ahí
con muñecas pinchadas
por vías intravenosas, envuelto en una bata
salvo por la cintura, mi cuerpo
yacía en reposo y sangraba
a la inversa de un niño-Dios
mi cuerpo quedó abierto
como una ventana.
Entraron innominados
médicos, manos azules
como el cielo que se escurre por ese óculo
buscando lo que se había enraizado
parecía una granada
vista de cerca, esfera
con hoyuelos acunada entre las manos, fruta
de los muertos (pero no estaba
muerta, yo tampoco, seguía
viva, esa cosa bermellón claro
era la prueba), y por eso, igual a mí
me abrieron el vientre
justo a la mitad, una herida
precisa. Y desde abajo
emergió el tumor, ávido, como a punto
de nacer: una criatura pelada sin padre
ni futuro. Salvador de nadie.