lunes, 20 de septiembre de 2021

Camila Sosa Villada - Acerca del poema

 

Un poema es un animal muy difícil de cazar. Todo intento de acercamiento solo lo espanta y huye. Se transparenta a voluntad, se diluye y desaparece frente a nuestros ojos. Parece que lo tenemos, pensamos que puede poseerse, pero frente a la posibilidad de escribirlo solo quedan tambaleando unas pocas palabras.

Un día pasé frente a una funeraria y sentí muy cerca la existencia de un poema. Los deudos estaban en la vereda fumando, hablando del clima, de las cuentas por pagar. Algunos tenían en los ojos rastros de haber llorado. Pero se habían organizado fuera del velorio para poder hablar de nada, de lo corriente que es la vida y alejarse del hecho fatal de tener que pensar en la muerte, en todo lo que hay que resolver delante de la muerte. Como no tenía con que escribir en ese momento, escribí una nota en mi teléfono celular.

Esto había funcionado alguna vez en un viaje, frente a la belleza del mar Báltico. Esa vez había anotado las primeras palabras del poema en el teléfono celular, como las guías con lápiz que hacen los pintores sobre la tela para luego comenzar a pintar. Pero esta vez, al volver a casa e intentar escribir a partir de esas palabras, el poema se extinguió. Fue como tirarlo al fuego.

Creía que existía un método para la poesía. Pero lo cierto es que la poesía no admite técnicas ni métodos. Busca el vacío. De esa sensación de impotencia, de invalidez frente a lo absurdo de escribir un poema, extraigo un aprendizaje. No se llega al poema sabiendo algo, se entra en él completamente ignorante y se sale de él más ignorante aún. Y solo contamos con dos apoyos: el de la distancia en el tiempo y la corrección.

Ciertos sucesos, el amor, el sufrimiento, un mal recuerdo, una dicha, hacen que el poema se acerque, que pasee cerca nuestro. Es preciso saber que está cerca, que anda por ahí y esperar el momento oportuno para atraerlo a nuestra trampa. Pero hay un protocolo, algo así como una ceremonia que llama al duende. El rito de abrirse a la ceguera, a la negritud. Estar dispuestos a eso.


De El viaje inútil (DocumentA/Escénicas, 2018).

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