sábado, 17 de octubre de 2020

Cuatro poemas de Estela Figueroa

 


¡Cómo nos persiguen

los muertos!

Aunque escondamos sus fotos.

Aunque saquemos de la casa sus ropas.

Aunque intentemos obligarlos

al rincón oscuro del silencio

cómo vuelven…

 

Durante el día

intervienen en nuestras conversaciones

y hablan por nuestra boca

palabras violentas.

Hay quien elige nuestra ropa

y quien nos empuja hacia la casa

adonde no pensábamos volver.

 

Qué ansiedad nos transmiten

en nuestras enfermedades.

Y como las flores apretadas

entre las hojas de un libro

o como la carta que amarillea

con qué paciencia nos esperan.

 

¿Son lo que entra en el instante

en que el pensamiento se abre

al esplendor del verano?

¿Esa sensación de brisa

son?

¿Ese miedo repentino que la acompaña?

 

Sólo de noche

cuando dormimos

los muertos están quietos.

 

Ya la llave giró en su cerradura

y ellos —como perros sin dueño—

se echan ante la puerta.

 

 



¿Cómo quedarán mis manos

cuando muera?

¿En qué gesto inmóvil

como si un silencioso pintor

las hubiera acomodado?

¿Tratando de agarrar la taza de té frío

o la flor que un amigo piadoso traería

para endulzar la convalecencia?

O simplemente una a cada lado de mi cuerpo

hermanas como han sido

siempre

de mi vida

—poco propicias a la caricia

poco propicias al golpe

siempre distantes de mis emociones...—

 

Compatriotas,

júzguenlas con benevolencia.

 

Déjenlas como queden

no las fuercen al gesto del perdón.

 

Piensen que fueron las manos de una niña

que ya murió,

de una muchacha tímida

que murió también.

Y si quedaran crispadas:

piensen que su vida

—como la de ninguno de ustedes—

fue fácil.

 



 

LOS HUESOS DE MI PADRE

 

Hace más de veinte años que  murió

y no renovamos el derecho de sus huesos

a permanecer en el nicho.

 

De mi parte fue intencional.

A mi padre no le gustaba estar encerrado.

 

Ojalá un sepulturero los haya vendido

y haya comido algo especial con su mujer y sus hijos

o se haya tomado unos vinos

en rueda de amigos.

 

Y con esos huesos un joven estudie medicina

—esos huesos largos y bien formados—

sin pensar en la muerte.

 




LA FORASTERA

 

Durante muchas noches de insomnio

he vagado

aterida

por la Ciudad del Pasado.

 

No llevaba planos

no llevaba guía

no llevaba lámpara.

 

Como sonámbula

esquivaba los peligros.

Como forastera

ellos me asaltaban.

 

Bellos rostros que se abrían como flores

cuerpos del amor…

No pude encontrar mi casa.

 

Esa ciudad por la que vagué

fue moldeada

con grandes emociones

con grandes deseos.

 

Así también

de grande

es su cementerio.

 

 

 

De El hada que no invitaron. Obra poética reunida 1985-2016 (Bajo la luna, 2019)


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