viernes, 8 de marzo de 2019

Tres poemas de Eloísa Oliva



SHAWNA

Shawna ofrece
internet de alta velocidad.
La atiende una mujer
que escucha con paciencia:
Este es un servicio que pueden disfrutar
usted y su marido. Shawna es amable,
tiene una voz dulce
y áspera, de edad
indefinida.
Parece cubrirte con una manta cada vez
que te habla.
¡Oh, querida!, dice la mujer
al teléfono,
tengo ochenta y cuatro años, mi marido se fue hace cinco,
estoy completamente sola, eso no me serviría.
Shawna vive en Winnnipeg y escucha
canciones de la Velvet Underground,
cuando era más joven
fue hermosa y también
heroinómana.
¡Oh señora!, dice estirando su manta sobre ella,
no quería molestarla, gracias por su tiempo.
¡Oh no, querida, no es un problema!,
yo les agradezco
por las cosas bonitas que siempre me ofrecen
contesta la mujer, desde la
frontera del mundo.
Su mano
casi que se deshace
mientras cuelga el teléfono y
se acomoda el peinado



ZYRUS

Zyrus Buensuceso es
un chico promedio
estatura promedio, inteligencia
promedio
no ha tenido
una suerte especial
ni una vocación
ni una fantasía.
Cada uno de sus días está dividido en tres.
El primer tercio de vigilia lo pasa
sentado en un box, aislado
acústicamente.
Uno de los quinientos boxes
que la compañía para la que trabaja
tiene en su oficina
de Welland, Ontario, Canadá.
No es amable ni tampoco
agresivo, llega a su tope
de producción y está contento.
Tiene una hija pequeña
y un Buick modelo 72
estacionado en la entrada
de su hogar prefabricado.
El segundo tercio suele pasear en su auto
recorrer los suburbios
de la gente más rica, las casas
grandes y viejas, donde columnas de humo
brotan de las chimeneas.
Los domingos
lleva a su familia
hasta los lagos cercanos,
a ver los patos salvajes
que ahí se reproducen
y nadan.
En las noches de verano, algo
le impide dormir.
Se sienta en el porche
mira pasar a los chicos de la cuadra
sabe que envejece, y su hija también
pero todo es tan
tranquilizador...
Destapa su cerveza
y espera
a que la noche
se termine de evaporar.



KIMBERLY

La última navidad
Kimberly se compró
una Harley Davidson
de gran cilindrada. “120 caballos
de potencia, una máquina
de verdad”, se dijo
al lustrar el fuerte, cromado cuerpo
de su moto nueva.
De lunes a viernes la deja descansar
mientras entrena
nuevos equipos de venta. Dedicada
como una gran madre
muestra los trucos
para una buena llamada.
Le gusta escuchar las historias
de sus trainees. Pregunta,
siempre pregunta. Como buena madre,
Kimberly pregunta
pero no cuenta.
Un día está enferma, se la escucha
tan débil, su voz
no encaja en su torso
de cantante de ópera.
Entonces a ellos
les toca escuchar:
Cada sábado, subida a mi Harley
recorro el asfalto de la interestatal.
Me gusta recibir
el viento en la cara
olvidarme de todo y
acelerar, mientras la ruta
se deshace, metro a metro, bajo las ruedas.



De El tiempo en Ontario (Editorial Nudista, 2012)

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