Para Wolfgang Weyrauch
1
¿Ya no hay poemas?
¿Entonces el apologético
Informe de gobierno
(el Libro Blanco – oh
lenguaje,
¡Violada suavidad
de la nieve!),
la pesada novela
mentirosa o el
periódico tal vez?
Como una fosa común
el poema ahorra
espacio y tiempo.
Antes de Auschwitz,
después de Auschwitz
llovían disctaduras
y los ríos y
las ciudades
llevaban sangre.
Desde Auschwitz
ya no se puede matar
a la historia.
El trabajo siempre
hará libre
y los que de día asesinan
escuchan en la noche
a Mozart y a Bach.
Desde Auschwitz
–¡hay que quitarse el
sombrero
ante este siglo!–
ya nada es
imposible.
Ni siquiera los poemas.
2
Animados
a dar rienda suelta
a su fantasía,
unos niños de Kampuchea
–cuyo
asesino más reciente
decidió
que allá sobraban
millones
de
seres
humanos–
dibujaron
cómo
colgaban
disparaban
y quemaban
a
sus padres,
hermanos
y extraños.
Y
en ese momento
una
niña preguntó
¿qué
cosa es una muñeca?
Aún
tiembla el aire
en
las puertas azotadas
del
jardín,
y
la voz que ordenaba
el
trabajo a Adán y a Eva
(fue
una desgracia, creedme,
rutina
y
consuelo del agotamiento)
aún sigue vibrando.
3
Hoy,
a un respiro
del tercer milenio
de la cruz,
el primer mundo y el segundo
indiscriminadamente
devoran
al tercero.
Radiante
perecerá
lo que no esté muerto por hambre.
Antropófagos:
oh, cómo os protege
la palabra extranjera.
El apocalipsis
(Juan de Patmos,
El Bosco, los
pavorosos
fabulistas)
desde hace mucho
ya ha comenzado.
Vivimos,
antes de morirnos,
sus detalles.
4
Muy de madrugada
el sol,
las flores,
la tierra abierta.
Naturalmente
los mirlos cantan
también en el bosque
de Katyn.
Hay que quitarse el sombrero
ante nuestro siglo.
Su progreso
salta a la vista:
tiros en la nuca y
neurocirugía, todo
lo lleva a cabo
con
exactitud.
Nos
extermina
como nos
salva
combatiendo
el cáncer
que ha
sembrado.
Hay que quitarse la cabeza
ante nuestro siglo.
Ven,
nuevo milenio post-Auschwitz
ven a Auschwitz
si no, todo fue
en vano.
5
El que sigamos amándonos
es un milagro.
Desde Auschwitz,
desde Auschwitz
me avergüenzo cuando
estoy en el abrazo.
Tu cuello pulsa
contra mis labios
como los pájaros grandes
abaten su presa.
Nuestros cuerpos
sin aliento se
unen bruscamente y
yacen desnudos
trenzados
como si alguien
les hubiera dado
una ducha mortal.
Mientras yo
sienta tu piel,
no te desollarán
para forrar una lámpara.
De golpe nos despertamos
agradecidos.
6
¡Despierta!
Matan a la gente mientras
duerme
y al sur de nosotros
(los
desaparecidos)
lo que uno ha besado
(los desaparecidos)
es torturado
instantes después.
Ven,
antes de que suene la hora
con cachiporras
antes de que
los que estamos
desapareciendo
nos entreguemos.
A pesar de Auschwitz
no se puede matar a la historia.
Pero sí a nosotros,
a nosotros sí
y tan fácil.
7
¡Despierta!
tócame,
no esperes
a que los tiempos
cambien.
No cambian
jamás.
Hasta que Auschwitz
y todos los desaparecidos
hayan sido olvidados,
recordados y
expiados
estaremos mudos.
8
Y sin embargo, hay poemas.
Con boca muerta hablados,
concebidos por tortura.
Sólo los hombres
desaparecen
sin huella.
A los poetas se les puede
matar a golpes. Nombres
son extinguidos.
Alguien, tal vez
la esperanza, graba a fuego
las letras
en su cerebro.
Blancas,
sin imprimir,
desde los archipiélagos
por encima de las fronteras
¡Fuera con ellas!
Y ahora
gritar, con gran voz
y de memoria
gritarlas:
La escritura
como tempestad,
como el humo de hombres
quemados.
De El sueño tiene su pared. Nueva lírica alemana (El Tucán de Virginia, 1990)
Traducción de Elisabeth Siefer
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