XXXIV
Cuento ahora lo que en mi juventud supe en Texas,
(No cuento la caída del Álamo,
Nadie escapó para contar la caída del Álamo,
Los ciento cincuenta siguen sordos aún en el Álamo),
Es la historia de un asesinato a sangre fría de cuatrocientos
doce jóvenes.
En su retirada habían formado un cuadrado vacío con su
bagaje como defensa,
Novecientas vidas del enemigo que los cercaba, nueve veces
más numeroso, fue el precio
adelantado que
pagaron,
Su coronel herido y privados de municiones,
Pactaron una honorable capitulación, recibieron un escrito y
su sello, entregaron las armas y
marcharon como prisioneros
de guerra.
Eran la gloria de la raza de los llaneros,
Sin par con el caballo, el rifle, el canto, la cena, el
cortejo,
Grandes, turbulentos, generosos, hermosos, altivos y
afectuosos,
Barbados, tostados, con el libre atuendo de cazador,
Ninguno mayor de treinta.
La segunda mañana del primer día los trajeron en grupos y
fueron masacrados; era el principio de
un hermoso
verano,
El trabajo comenzó a eso de las cinco y terminó a las ocho.
Ninguno obedecía la orden de arrodillarse,
Algunos se apresuraron loca e inútilmente, otros permanecieron
de pie, erguidos e impávidos,
Unos cuantos cayeron al instante, con un tiro en la sien o
en el corazón, muertos y vivos yacían
juntos,
Los mutilados y despedazados escarbaban la tierra, los
recién llegados los veían ahí,
Algunos medio muertos intentando huir,
Fueron rematados con bayonetas o a culatazos,
Un joven menor de diecisiete años agarró a su asesino hasta
que dos más llegaron a soltarlo,
Los tres quedaron con la ropa deshecha bañada en sangre.
A las once comenzaron a quemar los cuerpos;
Esa es la historia del asesinato de cuatrocientos doce
jóvenes.
De Canto de mí mismo (Libros Magenta, 2010)
Traducción de Ana Rosa González Matute
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