En uno de esos estados de ánimo en los que todos
caemos algunas veces, cuando el mundo de la imaginación sufre una helada que arruina
su vegetación; cuando la luz de la vida parece escapar y la existencia se
convierte en un desierto en el que vagamos, expuestos a todas las tempestades
que soplan bajo el cielo, sin esperanza de paz o refugio –en uno de esos ánimos
negros, caminaba una tarde por los linderos del bosque. Era verano; el sol
brillaba alto todavía en el oeste y el canto de los pájaros resonaba en el
aire. Todo parecía ser feliz, pero para mí era sólo una fachada. Me senté al
pie de un viejo roble, entre cuyas ramas un ruiseñor recién comenzaba sus
vísperas. “Pobre tonto”, me dije, “¿es acaso para guiar la bala a tu pecho o al
niño a tu polluelo que cantas tan fuerte y claro? Silencia esa melodía inoportuna,
encarámate a tu nido; mañana, quizás, estará vacío. ¿Pero por qué me dirijo
solamente hacia ti? Toda la creación está loca por igual. Ahí están las moscas
jugando sobre el arroyo; las golondrinas y los peces se encargan de disminuir
su número cada minuto. Ellos, a su vez, se convertirán en presas de algún
tirano del aire o del agua y, el hombre, ya sea por necesidad o diversión
matará a sus asesinos”. La naturaleza es
un problema inexplicable; se rige por un principio de destrucción. Cada
criatura debe ser un infatigable instrumento que provoque la muerte de otras o
ella misma dejará de existir; aun así celebramos el día de nuestro nacimiento,
y alabamos a Dios por haber llegado a este mundo.
Durante
mi soliloquio arranqué una flor que estaba a mi lado, era encantadora y recién
se había abierto, pero un horrible
gusano se escondía entre sus pétalos, que ya comenzaban a perder su color y
marchitarse. “¡Triste imagen de la tierra y de sus habitantes!”, exclamé. “Este
gusano vive sólo para lastimar a la planta que lo protege. ¿Por qué fue creado?
¿Y por qué fue creado el hombre? Él atormenta, mata, devora; él sufre, muere,
es devorado –ahí tienen su historia entera. Es verdad que existe un paraíso
para el santo, pero el santo deja a su paso suficiente miseria como para ser
desdichado incluso ante el trono de Dios”. Arrojé la flor al suelo. En ese
momento el universo apareció ante mí como una vasta máquina construida
únicamente para producir maldad. Casi dudé de la bondad de Dios, que no
aniquiló al hombre cuando éste pecó por primera vez. “El mundo debió ser
destruido”, dije, “aplastado como yo aplasto este bicho que no ha hecho nada en
su vida salvo hacer que todo lo que toca se vuelva tan repugnante como él
mismo”. Casi había quitado mi pie del pobre insecto, cuando, de entre los
árboles, cual ángel censor enviado del cielo, apareció una mariposa de largas
alas doradas y púrpuras. Brilló un momento ante mis ojos y después, elevándose
sobre las hojas se perdió en las alturas celestes. Quedé muda; una voz interior
me dijo: “que la criatura no juzgue a su Creador; este es un símbolo del mundo
que viene. Así como el feo gusano es el origen de la espléndida mariposa, el
mundo es un embrión de un nuevo paraíso y una tierra nueva cuya belleza
excederá infinitamente tu imaginación mortal. Cuando veas el magnífico
resultado de aquello que te parece tan inferior ahora, despreciarás tu ciega
acusación hacia la Omnisciencia, de no haber hecho que la naturaleza pereciera
durante sus inicios.”
Dios es
el dios de la justicia y la misericordia; entonces, seguramente, cada dolor que
le inflige a sus criaturas, humanos o animales, racionales o irracionales, cada
sufrimiento de nuestra infeliz naturaleza es sólo la semilla de la cosecha
divina que será recogida cuando El Pecado haya arrojado su última gota de
veneno y La Muerte lanzado su golpe final; entonces ambos perecerán en las
flamas y dejarán a sus antiguas víctimas de un imperio eterno de gloria y
felicidad.
(11 de agosto de 1842)
De The Belgian Essays
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