domingo, 7 de septiembre de 2014

Rogelio Saunders - Y esta cabeza ya no pensará más


Y ESTA CABEZA YA NO PENSARÁ MÁS

Y esta cabeza ya no pensará más.
El sol sobre los techos, siempre
como un redondel metálico,
mítico. El dedo estriado de polvo
y la boca O negra en que la sobresalen
dos cuernos de babosa.
Y esta cabeza ya no pensará más.
Oigo gotear la leche en la espita,
resonar el escalón-cabeza.
Solo, los tercos asuntos, estallido.
Cien niños. Un niño.
Y esta cabeza ya no pensará más.
Los senos redondos en la lisa sábana.
El charol excesivo en el serpentín de cobre.
Cansancio del ojo. Tú no entiendes.
Nadie entiende.
Tampoco yo.
Y esta cabeza ya no pensará más.
Alta torre y no presunto manicomio.
Dos lunas y ninguna mía.
Cien acrisoladas maquetas y ninguna mía.
El ojo, harto de su tensión, di-suelto.
Ja: el cálamo maestro de la escritura,
sinuosa sinusoide de la Oikonomía.
Y esta cabeza ya no pensará más.
No será pensada esta pequeñez circular.
Estos pequeños hocicos que mordisquean
el cráneo agusanado.
Tantos padres y madres. Tantos amigos.
Tanta sed sin sueño.
Oh familia. Oh techo.
Y esta cabeza ya no pensará más.
Hubo una juventud con lentos ríos celestes.
Y hubo dudosos guardianes de ondulados rostros de paja.
Diciendo: sí. Esperando. Siempre
esperando. Siempre, como el sol,
la exigencia invisible.
El ansia invisible.
El tirón en la camisa.
La oreja corroída
por los largos milenios de no oír.
Oreja sin resonancia. Oh oreja amiga
sin resonancia.
Ese no pegajoso como una musiquilla,
oreja del abismo, pequeña
boca incesante con cuernos de babosa
mordisqueando mordisqueando mordisqueando.
Y esta cabeza ya no pensará más.
La pluma sonriente abandonada
a su estupidez irremediable.
Prensada entre dos curvaturas de latón
la lengua silabea.
Oh ya sé que nunca hubo otro tiempo.
Todos sabemos lo que es mejor.
Por naturaleza preferimos que todo, menos eso,
exista. Mitos. Lisura del silencio-color.
Oh sagrado mito que golpetea
allende la benéfica muerte de los dioses.
Y esta cabeza ya no pensará más.
Enfermo, ¿persiste? El camino
se extiende más allá.
Un ladrillo rojo. Solsticio.
Los quietos cristales asomados como niños
pisoteando con su intensa mirada sin color
la in(ex)tensa sonrisa muerta de los niños.
Y esta cabeza ya no pensará más.
No partió. No volvió.
Los payasos ciclotímicos, en enrallado risoto,
recogieron el alambre siempre extendido en exceso.
Recogieron sin fin. Sin fin, recorrieron
el borde del disco brillante.
Oh sin saliente. Con buen pie.
O: un bonito traspié.
Y esta cabeza ya no pensará más.
No se entendió nada. No se escuchó nada
nunca. Si bien miles de ojos leyeron, y miles de cabezas
asintieron, y se adelantaron
hombros
pestañas
labios en
elástico
plop
manos amigas
manos cordiales
amorosos-amistosos
senos admirativos,
oh y admiraron
oh y sin
ninguna duda besaron
comprensivos oh cuán poco infinitos
ignorantes de que a toda
boca le está negado el infinito.
Y esta cabeza ya no pensará más.
En un sueño, os lo digo, la boca del poeta
cantó ante multitudes.
Y en el reverso su lengua de ceniza
babosobeaba entrecosida en el espejo.
La hinchazón de la máscara.
El ¡plop! de la máscara.
Cuán familiar. Cuán solidario.
Y esta cabeza ya no pensará más.
La felicidad es un escurridizo pez de plata
fijo en su sempiterno ondular.
Es algo neto, ganancioso, eficaz.
El baile (o eventum) en que, por clara decisión,
ya nada falta. El gran Eventum en que se celebra
lo que falta.
El pisoteo-golpeteo de la gran Falta
a más no faltar.
Silencio-color. Felicidad-parloteo.
Perfecto sin que nada falte para siempre en ese oh Falsaltar.
Único solo no superable en cuanto oscuro hecho de la comprensión pura de
no necesitarse en lo más mínimo el más mínimo síntoma de luminosidad.
Así oscuro absoluto brillante vacío ensordecedor.
Sin queja sin remordimiento.
Ojo risa cabeza risa ojo cabeza plop.

Y esta cabeza ya no pensará más.

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