Me adhiero a la realidad material del mundo y a la
sustancia de las cosas. Simplemente aumento el alcance de dicha realidad y le
otorgo atributos iguales a los que experimento respecto al entorno más conocido.
Insisto en la equivalencia del mundo engendrado en la mente y el mundo
engendrado por Dios fuera de sí. Si he titubeado al utilizar objetos familiares
se debe a que me niego a mutilar su apariencia en pos de una acción que son
demasiado viejos para poder cumplir; o para la que, quizás, no habían sido
concebidos.
Lucho contra el arte surrealista y abstracto como se
lucha contra un padre y una madre, conociendo la inevitabilidad y el valor de
mis raíces, pero insistiendo en mis
desacuerdos; soy a la vez ambos, pero también alguien totalmente independiente
y distinto. Los surrealistas han descubierto el glosario del mito y han
revelado la congruencia entre la fantasmagoría del subconsciente y los objetos
cotidianos. Esta congruencia es la base de la intensa experiencia trágica que
constituye para mí la única fuente del arte. Pero amo al objeto y al sueño
demasiado como para hacer que se disuelvan en la insustancialidad de la memoria
y la alucinación. El artista abstracto ha dado existencia material a muchos
mundos y tiempos desconocidos. Pero repudio su rechazo de la anécdota del mismo
modo que repudio su rechazo de la existencia material de toda realidad. Para mí
el arte es una anécdota del espíritu, y el único modo de dar concreción al
sentido de su movimiento y de su calma.
Prefiero ser despilfarrador a tacaño, por lo que
preferiría dar atributos antropomorfos a una piedra que deshumanizar la más remota posibilidad de
la conciencia.
Traducción de Jesús Carrillo Castillo y Eduardo García Agustín
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