lunes, 19 de agosto de 2013

Dos poemas de Sharon Olds




ORACIÓN

Déjame ser fiel al significado básico:

rompiendo aguas en la sala de parto que de pronto
olió como el mar;
                        esa primera vez
que él puso su cuerpo contra mí como una sierra y
me atravesó hasta el sexo,
la sangre en su pene y sus pelotas y muslos
pegajosos como el jugo de una fruta;
                        el terrible miedo
como los movimientos del niño en la vagina:
nada puede detener ahora al enorme, oscuro
cuerpo bajando hacia fuera dentro de mí
como si dentro de mi propio cuerpo todo
empujara hacia fuera;
            el trémolo de un violonchelo
traspasando mis labios cuando la corriente
de esperma
sale a través de él:
                                   su manita delgada
en la mía, amarilla como la resina, su respiración
serrando hacia fuera y hacia adentro, un cuchillo
que corta el pan:
respirando con ella, haciendo
el viaje con ella;
                        la aguja caliente
de leche perforándome el pezón;
                                   el brillo del
sudor que nos perla de resina cuando nos movemos
toda la tarde el uno contra el otro;

la última contracción, cuando cintura y piernas
salieron como peces, y por primera vez vi
el sexo reluciente-
                                   déjame recordarlo
cada acción, cada palabra
tiene su origen así.



FÓSIL DE AMOR

Sobre sus elegantes tobillos vegetarianos papá
sorbía su cena. Como un dinosaurio más,
grande, carnoso, hecho de bistec crudo,
mordisqueaba y tragaba, su mandíbula goteaba hierbas y aguardiente,
magnífica bestia extinguida hacia la que mi corazón excava.
Su ojo oscuro como un enorme yacimiento de carbón,
su mirada como lava en suspenso -era un hombre en suspenso.

Pacía las sobras, lento en su gigante estructura ósea,
no podía hacerse un sitio y olía los hoyos
de brea, como su padre en la bañera el día entero.

Yo no comprendía su funesto destino ni mi afición por su peligroso
y enorme cuerpo.
Le exhibía mis flancos, pero fue
vegetariano hasta el fin de sus días.

Misterioso como un reptil y salpicado de lodo como un viejo Chevrolet,
estaba sobrealimentado y era embotado y cruel.
Me enseñó a amar
lo invariable, lo que no podía evitarse,
lo que descendía mudo en el tiempo, como la ira, como la brea.
Estaba hundido en ella hasta la blanda cintura,
en vuelto en su traje de brontosaurio como un viejo albornoz.
El amor nació en mí, una tormenta de mosquitos
girando en torno a La Brea.*

Carnívora como era, lo vi
forcejear y hundirse poco a poco como si fuera su designio.
Carnívora como era, vi
su hombro desnudo y blanco y sentí hambre.



De Satan dice (Igitur, 2001)
Traducción de Rosa Lentini y Ricardo Cano Gaviria
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*Juego de palabras. La Brea, localidad de Los Ángeles conocida por sus fósiles.

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